Explota Explota: por qué Raffaella Carrà se convirtió en musa de una película que homenajea su alegría y sutil erotismo
El musical del director uruguayo Nacho Álvarez, basado en las canciones de la recientemente fallecida artista italiana, estrena este jueves en cines y, desde el viernes 16, estará disponible en HBO Max
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Raffaella Carrà fue el símbolo del despertar de una nueva televisión para España. Cuando la estrella italiana desembarcó en tierra española a mediados de los 70, en los estertores del franquismo, su melena y su música marcaron la transición hacia una nueva era, signada no solo por los colores y el erotismo, sino por el nacimiento de un nuevo musical televisivo.
Las canciones pegadizas, los ritmos festivos y la idea de un baile más allá de la destreza acrobática de la recientemente fallecida artista inspiraron al director uruguayo Nacho Álvarez para pensar al musical como pieza clave de esa época, como eslabón entre la España gris y conservadora de ese tiempo crepuscular y la fiebre del destape, con su estética kitsch que haría carne en el cine de Almodóvar y la nueva España que venía.
Explota Explota es el resultado de ese camino. Estrenada en España el año pasado -desde hoy se verá también en Cinemark Palermo y este viernes se sumará al catálogo de HBO Max-, la ópera prima de Álvarez cuenta la historia de María (Ingrid García Jonsson), una joven que persigue el sueño de ser bailarina en la Madrid de 1973, entre amistades explosivas, amores contrariados y un ardiente desafío al paso firme de los censores. Como ingenioso alter ego de la joven Raffaella, María llega a España desde Roma, y en su viaje no solo revoluciona a la tripulación del avión a puro ritmo sino que se interna en los pasillos de un show televisivo para transgredir sus límites y enamorar hasta a los más fervientes custodios del orden.
Álvarez no solo recupera la vieja tradición de los musicales de la TVE para escenificar ese pasado, sino que la amalgama con el espíritu pop de Hairspray, con el musical nacido de un cancionero como Mamma Mía!, y con la tradición kitsch del cine español de la movida, sus vestuarios extravagantes, su humor absurdo y desenfadado.
“Es la primera vez que hago un musical”, cuenta Nacho Álvarez en una entrevista exclusiva con LA NACION. “Así que tuve que hacer un estudio sobre guiones de distintos musicales de Broadway para encontrar la historia adecuada. La estructura narrativa del musical es diferente de la de otros géneros, y mi aspiración era hacer un musical en el que se cantara todo el tiempo. Quería que tuviera 13 o 14 canciones, o sea unos 45 minutos de música. Y eso te condiciona la historia, porque si es muy compleja, con muchas vueltas de tuerca, la película queda demasiado larga”.
La idea original de Álvarez no solo consistía en captar la personalidad de Carrá a partir de sus canciones, sino concebir un romance clásico, plagado de enredos al estilo de la era dorada de Hollywood: María expresa su deseo en la música y las audaces coreografías y Pablo (Fernando Guallar) intenta equilibrar sus anhelos de libertad con la autoridad de su padre, el censor de la cadena televisiva.
“La idea era capturar ese tipo de espectáculo crepuscular del franquismo, un tipo de televisión convencional, nada glamorosa, hasta conservadora si se la compara con la estética de la RAI, por ejemplo. Raffaella Carrà irrumpió en la televisión de esos años con la misma conmoción que produce María, con la ropa pegada al cuerpo, con ese aire de sensualidad que era totalmente ajeno a la tradición española. Rompió los esquemas no tanto con el arte de la danza sino el arte del escándalo”, explica el director.
Emancipada del estricto rigor de las coreografías o de la perfección de la danza, Explota Explota instituye el baile como territorio de expresión del propio deseo en un mundo signado por los límites y las regulaciones. “Con Toni Espinoza, el coreógrafo, queríamos mostrar las coreografías típicas de la televisión española de los 70, en las que primaba la destreza gimnástica, con movimientos algo ridículos. Y a ese mundo llega María, una chica que sueña con bailar en televisión pero que no es bailarina profesional. Se sube al escenario impulsada por su carisma y desparpajo antes que por la perfección de sus pasos de baile”, suma Álvarez.
Si los musicales sobre el escenario recuerdan la tradición del backstage, que dominó en los primeros tiempos del cine sonoro y que luego inundó a la televisión con algo de ese espíritu de show de variedades, lo que también inspira a Explota Explota es el musical más ambicioso de los años de apogeo de Broadway, de la mano de coreógrafos de excelencia como Michael Kidd, Jerome Robbins y Bob Fosse. “En el caso de las coreografías fuera del set de televisión –explica Álvarez-, como la que transcurre en el subte o en la de la cabina telefónica, buscamos una coreografía más moderna, quizás heredera de los musicales de Fosse que también convivieron en los 70 con aquella estética naif y televisiva”.
Tanto la escena en el subterráneo como la de la cabina telefónica están protagonizadas por Amparo (Verónica Echegui), personaje clave para la construcción del humor y la fibra pop que exuda la música de Carrá. “La idea de Amparo como eje cómico viene de cierta tradición popular española en la que un personaje condensa esa disrupción del universo”, agrega el director. Algo que podía aparecer en a la comedia anárquica de Luis García Berlanga, o incluso en el cine de Almodóvar de los primeros 80. Un personaje con otra lógica que la del resto, que también permite cierta mirada crítica sobre ese universo. Y el musical, en ese sentido, ha tenido toda una tradición de cruce con la comedia, incluso la física, y son esos pasajes, tal vez los menos orgánicos en cuanto a la forma, los que abren la conciencia de la misma representación.
Álvarez ha decidido romper con la representación de la España de los 70 en clave realista, que afirmaron series como Cuéntame cómo pasó o películas como Torremolinos 73. El uso del artificio del musical y su paleta de colores estridentes le permite a la película incorporar esas artes que luego alimentarían al cine de la movida en los 80: la historieta, el arte pop, el radioteatro, el pastiche publicitario. “Yo quería una película colorida. Cuando hablé con el director de fotografía le dije que no quería una película opaca o apagada como muchas películas españolas que recrean esa década, o el estilo ocre del fílmico, con poca luz, que domina en directores de esa época como Steven Spielberg o Francis Ford Coppola. Quería una paleta de colores amplia, y la misma idea trasladarla al arte y al vestuario. Y si en España la ropa de esos años era gris y marrón, lo que me interesaba era inventar una historia como salida de un sueño”, asegura.
El gesto de parodia que opera Almodóvar con el melodrama encuentra acá un camino similar en la reflexión sobre el musical. Y no solo el musical como género sino la función del musical en la televisión de ese período de España. Un mundo artificial, contenido en los límites de la pantalla, que asomaba como sueño mientras la realidad era totalmente diferente. Álvarez opera un artilugio de premonición, convierte ese espectáculo popular pecaminoso en el signo del tiempo que se viene, un escándalo que contagiaría a todos.
“Creo que fue el gesto paródico el que ligó a la película con el universo de Almodóvar. Sobre todo esa combinación de tradiciones que incluyen el arte pop, la disposición de los personajes en cuadros de historieta, el kitsch en la elección de algunos vestuarios, el artificio nunca oculto sino puesto en primer plano. Cuando miraba las pruebas de la película, me descubrí diciendo ‘Esto es muy Almodóvar’. De hecho el personaje de Amparo parecía casi salido de la película Volver. La relación que tiene Almodóvar con el cine español es tan intensa que resulta imposible no imitarlo”, concluye Álvarez.
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