Evaristo Carriego, dramaturgo inesperado
Este año, el 13 de octubre, se conmemorará el centenario de la muerte de Evaristo Carriego. Había nacido en Paraná el 7 de mayo de 1883 y vivió apenas 29 años de una vida apacible, al menos en apariencia, desprovista de conmociones violentas. No necesitó ganarse la vida trabajando, salvo en lo único que le importaba: la literatura, la poesía y una adhesión, por completo romántica, al socialismo (en aquellos tiempos considerado poco menos que una emanación satánica), o más bien a un vago anarquismo, centrado en sus colaboraciones para la revista La Protesta , cuyo propietario y director, Juan Mas y Pi, fue acaso su amigo más entrañable.
Ensalzado por Borges (cuyo padre fue también amigo de Carriego), el poeta, tras una etapa grandilocuente influida por su ídolo, Victor Hugo, prefirió delimitar su territorio a lo que más íntimamente conocía: la vida del barrio, el viejo Palermo de malevos y mujeres bravas ("con fundamento", como las definía un testigo de aquel tiempo al que conocí en mi juventud), pero amansado en una existencia rutinaria, más bien tristona. Honduras (la de la magnífica arboleda) entre Bulnes y Mario Bravo, donde todavía está, intacta, su casa, convertida en biblioteca y centro cultural, fue el centro de su breve vida, que incluyó también, además de los conocidos versos, al menos una obra de teatro, Los que pasan .
De esa obra habla, poco, Beatriz Seibel en el primer volumen de su Historia del teatro argentino . Dice tan sólo (y seguramente no habrá mucho más que decir) que la publicó, en su número 83, del 7 de diciembre de 1912, la revista Ideas y Figuras (semanario de crítica y arte), y que es una comedia en un acto. Como homenaje al autor, fallecido dos meses antes, la familia gestionó y obtuvo un estreno, en El Nacional, por la prestigiosa actriz María Gámez. Tuvo dos únicas representaciones, seguramente por ser fin de temporada. La nota de Seibel termina con estas palabras: "Según Orgambide-Yahni, deja también un bosquejo teatral, El alma de los títeres ".
Si bien no cabe duda de la gran repercusión popular que tuvo la musa sencilla de Carriego, íntimamente ligada al espíritu del tango que casi treinta años después de su muerte cultivaría Homero Manzi, es también evidente que el espaldarazo de Borges perfeccionó la leyenda del poeta del barrio, el que sostenía: "Me basta con el corazón de una muchacha que sufre". Pruebas al canto: el único libro que publicó en vida, Misas herejes , de 1908, y, póstumos, El alma del suburbio y La canción del barrio .
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