Ettore Scola, con lucidez y criaturas entrañables
"La cena" (Idem, Italia-Francia/1998). Presentada por Primer Plano. Dirección: Ettore Scola. Con Vittorio Gassman, Giancarlo Giannini, Fanny Ardant, Stefania Sandrelli, Daniela Poggi, Antonia Catania, Francesca D´Aloja, Adalberto Maria Merli, Eros Pagni, Marie Gillain, Riccardo Garrone y Nello Mascia. Guión: Ettore Scola, Furio Scarpelli, Silvia Scola y Giacomo Scarpelli. Duración: 120 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Aunque con algún indicio de fatiga en el ánimo e invariablemente fiel a una concepción del mundo que lo induce más a disgustarse con el actual estado de cosas que a intentar entenderlo, Ettore Scola recupera en "La cena" bastante de su antigua maestría. Tras el relativo eco que obtuvo con "Mario, María y Mario" y "Crónica de un joven pobre", está de regreso en el fresco humano y social, la dimensión que mejor se presta a su sensibilidad, a su mirada humanista y entrañable, a su humor y su perspicacia y a la solidaridad inquebrantable de su corazón.
Scola se instala a mirar -y sobre todo a escuchar- a la heterogénea e intergeneracional clientela de una trattoria romana de fin de siglo, y también a quienes en ella trabajan, en el salón o en la cocina; gente que habla bastante más de lo que está dispuesta a escuchar y que se revela tanto a través de su charla como de sus actitudes, con lo que transversalmente -según un modo que siempre le ha sido muy propicio al realizador- se atisba un cuadro sociopolítico de la clase media italiana.
A Scola puede no gustarle mucho lo que ve: no cuesta demasiado adivinar su ácida indulgencia en las palabras de Gassman, el profesor jubilado que observa todo y todo comenta a modo de oportuno orquestador, ni descubrir que hay bastante de rezongo propio en los gruñidos del veterano chef comunista, convencido de que el plan de 35 horas semanales sólo servirá para que sus jóvenes camaradas -esos que pueden confundir a Lenin con un cantautor- desperdicien más tiempo delante de la TV.
Un par de sueños
Disgustado y todo, o tal vez necesitado de renovar su confianza en el género humano, se regala dos sueños. En uno, el menos logrado, la fantasía sale del cristal líquido del juego que manipula un japonesito para hacer posible el vuelo de una amistad recién nacida; en el otro, el sonido angelical de la música de Mozart concreta una utopía más generosa: el instante mágico en que, cautivos de la misma emoción, todos se detienen, por primera vez, a reparar en el otro.
Es, como se ve, un nuevo capítulo -el más actualizado- de esa comedia humana que en Scola ha adoptado muchas veces la forma del cuento coral. Aquí, a la unidad de lugar (todo el film se desarrolla entre el salón y la cocina del restaurante) se suma la unidad de tiempo (el cuento transcurre en el par de horas dedicadas a la cena). A Scola le sobra experiencia para conducirse con desenvoltura dentro de esos límites -el plano secuencia del remanso musical es un ejemplo claro-, si bien pueden notarse algunos baches, debidos sobre todo a la heterogeneidad de los personajes y al dispar interés que pueden despertar sus historias. El enlace entre unas y otras lo hace la dueña del local -Fanny Ardant, siempre encantadora- o el comensal solitario y vitalicio al que Vittorio Gassman presta su distinguido e italianísimo aire de estar de vuelta de todo.
Roma, en catorce mesas
La mesa "berlusconiana", cuyos ocupantes se afanan por ganar más dinero, pagar menos impuestos y estar pendientes del celular, indispensable para los negocios y para los adulterios, es la que merece un ojo más crítico. Tampoco falta mordacidad para observar el tardío reencuentro de un padre distraído con sus dos hijos adultos, o para calibrar hasta dónde los cambios han alterado el microcosmos de la cocina. Otras estampas se vuelcan a una clave más risueña -la curiosa cita colectiva de una morocha coqueta y su puñado de amantes, o el incipiente consorcio de energías llevado adelante por un oscuro empleado y un vidente francés-, y están las que rozan lo dramático: la de la señora dispuesta a todo por seguir joven y a quien mortifica la sorpresiva elección vocacional de su hija, o la del profesor de filosofía que fue demasiado lejos con una discípula y ahora destila furia y desencanto contra sí mismo y contra su sabiduría fraudulenta.
A cada rato se habla del odio que se intercambian veteranos y jóvenes, pero se lo ve poco. Y en la mesa de estos últimos (quizás algo quimérica), hay lugar para uno que practica el compromiso social aunque lo vive como algo vergonzante.
Como en otros films corales de Scola más que historias hay jugosos personajes, familiares y entrañables, nacidos de una observación que es lúcida y a veces muy crítica, pero siempre tiene la benevolencia de un corazón fraterno. Y hay grandes actores (Sandrelli, Giannini, Pagni, por ejemplo, además de los antes citados), cuya verdad sostiene el interés del espectador aun cuando se hace visible alguna flaqueza o crece la sensación de que algo ha quedado a mitad de camino.
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