Estrenos de teatro. Shamrock, una divertida comedia en verso sobre la inmigración irlandesa
Cuatro artistas singulares, con diferentes técnicas, alejados del realismo y cercanos a la vitalidad
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Dramaturgia: Brenda Howlin. Intérpretes: Ale Gigena, Caro Setton, Justina Grande y Pablo Kusnetzoff. Escenografía: Marcos Murano. Vestuario: Julieta Harca. Luces: Fernando Chacoma. Dirección: Nano Zyssholtz. Sala: Beckett, Guardia Vieja 3556. Funciones: viernes, a las 21. Duración: 70 minutos.
Shamrock en inglés significa trébol, el símbolo de la verde Irlanda, un emblema que reúne la tradición celta y la celebración de San Patricio. Las tres hojas representan el amor, la fe y la esperanza, y si hay una cuarta, la fortuna, valores que parecieron disgregarse para siempre a mediados del siglo XIX, durante la “Gran hambruna de la papa”, causada por una peste que diezmó el principal alimento de la población: mató a un millón de personas y empujó a otro millón a los barcos.
Muchos llegaron a la Argentina, familias enteras, hombres solos y mujeres muy jóvenes prometidas por carta en casamiento con otro paisano. Igual que Mary, la protagonista de esta obra escrita por una descendiente de irlandeses, Brenda Howlin (Wake up Susan y Jess, Jenny & John), y dirigida por Nano Zyssholtz, formado con Hugo Midón, Nora Moseinco, Gerardo Hochman y Marcelo Katz, es decir, gestualidad, entrenamiento corporal, clown. Estos datos no son accesorios sino centrales en la puesta. Porque la desafortunada recién llegada podría ser parte de un drama pero, en lugar de eso, espectadores de cualquier edad disfrutan de una fiesta teatral llena de humor e ingenio, una comedia de las que no abundan y no solo en el off.
El cuento es tan sencillo como sutil y precioso el modo de contarlo: Mary (Caro Setton), Patrick (Ale Gigena), Dido (Pablo Kusnetzoff), tres inmigrantes irlandeses, y una argentina, Rita (Justina Grande), empiezan enredados por romances y engaños disparatados de los que finalmente emerge un proyecto de independencia: Mary y Rita, solteras sin apuro, montan juntas su propio negocio de scones.
La teatralidad está al frente, explícita, y ese juego de artificios es lo que provoca la hilaridad. En primer lugar, porque hablan en versos rimados, en un “supuesto” acento inglés, donde cada tanto intercalan jerga contemporánea porteña. Por otro, porque un guardapolvos gris sobre el vestuario de época basta para que, al ritmo de música celta, los intérpretes se conviertan en tramoyistas, cambiando la escenografía. Salvo el plano más alejado, con dos salvavidas y una rampa que recrean el puerto, todo se construye por gracia de un artefacto o dispositivo multifunción que muta de Café Tortoni a Las Violetas o del Hotel de los inmigrantes a la cocina donde las chicas amasan.
Economía escénica abundantemente aprovechada por las actuaciones de cuatro artistas singulares, con mucho manejo de géneros y técnicas como clown (la escena en la que Mary y Rita cocinan al ritmo del cine mudo es un gag aparte), teatro físico, magia en el caso de Kusnetzoff, improvisaciones (que Gigena resuelve con rotunda soltura), canto y baile (irrumpe el tango): todos son espléndidos pero vale subrayar la energía arrabalera de Grande que captura al público con su personaje de sainete. Alejada del realismo, cercana a la vitalidad, Shamrock seguro trae suerte.
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