Estrenos de teatro. Réquiem es un ritual filosófico sobre la vida y la muerte con el sello de un gran director y acertadas composiciones
Elena Petraglia y Roberto Mosca encabezan un elenco sólidamente compacto al servicio del texto de Hanoch Levin, el dramaturgo israelí más estrenado en el mundo
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Réquiem. Autor: Hanoch Levin. Traducción: Susana Novomisky. Adaptación y dirección: Marcelo Moncarz. Intérpretes: Roberto Mosca, Elena Petraglia, Cristian Sabaz, Marcelo Rodríguez, Paula Vautier. Titiriteras: Ariadna Bufano, Andrea Baamonde, Melisa Joss. Diseño de escenografía y vestuario: Jorge López. Diseño de iluminación: Daniela García Dorato. Música original: Rony Keselman. Coreografía: Mecha Fernández. Dirección de títeres: Ariadna Bufano. Producción ejecutiva y artística: Alejandra García. Sala: Área 623, Pasco 623. Funciones: lunes, a las 20. Duración: 75 minutos.
Réquiem es una obra que habla sobre la muerte, pero, y fundamentalmente, sobre la vida. El israelí Hanoch Levin, fallecido en 1999, es el autor de este texto profundo y filosófico que permite pensar en el sentido de la existencia y la trascendencia.
Inspirado en las criaturas de tres obras breves de Chejov, Réquiem -Hashkavá, en su idioma original- coloca sobre la escena a seres desprovistos en un pueblo acorralado por el olvido y el tedio, donde la muerte va acechando sin distinción de edad. Al viejo le llega y al joven también.
Así, un anciano, armador de ataúdes, lamenta el fallecimiento de su esposa, reprochándose el afecto y la comprensión que no fue capaz de darle en vida; una joven mujer desespera en su camino buscando quien pueda salvar la vida de su bebé; el cochero que los conduce a todos llora la partida de su hijo confinándolo a un luto antinatural. Los borrachos y las prostitutas emulan una felicidad ficticia, para contrarrestar los efectos el dolor de la enfermedad -que alguien dice poder curar- y la tragedia del deceso. Serán los ángeles quienes recogerán las almas, en una redención anhelada.
En el 2006, pudo verse en Buenos Aires, La puta de Ohio, siendo Réquiem el segundo material que se conoce aquí de Hanoch Levin, el autor israelí más representado en el mundo, quien escribió esta obra ya diezmado por la enfermedad terminal. Si Chejov narró las penurias del alma humana con severidad, su inspiración se percibe cabalmente en las ideas con las que Levin materializó su partitura. Por otra parte, su pluma ha sido referenciada en torno al imaginario de Harold Pinter y Samuel Beckett, intersecciones que también se palpan en esta obra que recorrió el mundo y ha tenido puestas magníficas como la que se ofreció en China.
Uno de los puntos más altos de la propuesta es la magnífica composición que hacen los siempre impecables Elena Petraglia y Roberto Mosca, como la pareja de ancianos atravesada por la despedida. Sólidos y conmovedores.
En igual línea, Marcelo Rodríguez, Cristian Sabaz, Andrea Baamonde, Ariadna Bufano, Melisa Jos y Paula Vautier cumplen con sus composiciones comprometidas con notable profundidad. Es muy acertada la utilización y manipulación de títeres-muñecos a gran escala, que permite multiplicar el sentido de las hadas. Se nota aquí la dirección de la especialista Ariadna Bufano.
Marcelo Moncarz es un director naturalmente sensible que suele explorar el alma humana con los materiales que escoge para montar. En él se conjuga un extraordinario director de actores y un puestista que le brinda poesía a la imagen. Ángel, de Patricia Suárez; Mary para Mary, escrita por Paloma Pedrero; y Geografías, rubricada por Leandro Airaldo son algunas de las últimas propuestas de Moncarz, quien drena sus puestas con notable sutileza.
La estilización y apropiación de los cuerpos en el espacio es responsabilidad de la coreógrafa Mecha Fernández, una autoridad en lo suyo. La música original de Rony Keselman, otro artista tan fructífero como acertado en sus composiciones, permite redondear los climas necesarios que acompañan a las palabras y a la acción. Jorge López, en el diseño de la escenografía y el vestuario, conjuga la paleta de colores que pide el material, destacándose especialmente el ropaje de los personajes y un dispositivo escénico muy bien resuelto.
Sobre el fondo de la escena aparece un árbol símbolo de la vida y también de la decrepitud. En esta misa teatral, el réquiem es una ceremonia ritual ancada en los cuerpos de los actores y bellamente mostrada. Como la vida, como la muerte.
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