Estrenos de teatro. No me llames es un grito contra la virtualidad alienante
Mariela Asensio vuelve a sorprender en una vertiginosa pieza que cuenta con cuatro artistas impecables
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Dramaturgia y dirección: Mariela Asensio. Intérpretes: Vanesa Butera, María Figueras, Paola Luttini y Pablo Toporosi. Ilustración y animaciones: Marina Lovece. Luces: Ricardo Sica. Asistente de dirección: Montserrat Godia. Producción ejecutiva: Antonella Schiavoni y Celeste Martinez Cal. Sala: Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Funciones: viernes, a las 22. Duración: 60 minutos.
“Nos vamos a morir de estupidez”, dice Vanesa Butera en uno de los monólogos de No me llames, la última obra de Mariela Asensio que lleva de subtítulo Breves tragedias virtuales. Una pareja que discute, amigas que intentan compartir lo que les pasa, un matrimonio roto que busca un mínimo acuerdo y un grupo que quiere fijar fecha para verse en un bar: todos estos intercambios se realizan a través de redes sociales y virtuales. Y todos son insatisfactorios e incompletos, por lo menos para alguna de las partes.
La reconocida María Figueras, Paola Luttini (colaboradora habitual de Asensio y directora de La casa oscura y Te mataría), Pablo Toporosi, músico y actor al igual que Butera, cantautora y con mucha experiencia en teatro musical, son los cuatro impecables intérpretes, siempre vestidos de blanco, como los fantasmas. Sólo cuando se reúnan “presencial”, hacia el final, se agregará algo de color. Apenas, porque aun en el encuentro físico, continuarán con la mirada en sus teléfonos.
En la pantalla con animaciones (creación de la artista visual Marina Lovece), se titulan los episodios, intervalos, preámbulo y epílogo de este continuado de fragmentos coordinados y orgánicos, enlazados por la guitarra y las canciones populares, en las voces alternadas de Toporosi y Butera. Los intercambios vía chat, los monólogos de los mensajes de audio, el diálogo por zoom, todo se habla de cara al público, con la ansiedad intolerante que acata los nuevos mandatos acerca de cómo y cuánto hay que comunicarse. Nadie se escucha, nadie se soporta más de un par de minutos, nadie tiene tiempo para el otro. Cada vez más conectados pero alienados, temas que aborda el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, inspirador de la propuesta de Asensio. Que también “editorializa” con las canciones elegidas, entrañables y a la vez novedosas al ser redescubiertas en la versión teatral: “Pasos al costado” (Turf), “Azúcar amargo” (Fey), “Laura no está” (Nek), “Tú ve” (Kevin Johansen), “Te amo” (Franco de Vita) y, casi un himno al final, “A través de tus ojos” (La Portuaria).
Después de tantas obras realizadas, está claro que Mariela Asensio planta una idea y la defiende. Qué hacer ante lo que nos pasa sin hacerse el distraído es su norte. Y si va la primera persona plural es porque involucra, se compromete y lo grita de frente: sus personajes dicen lo que les pasa, se exponen ante el público. Esta es la marca de sus creaciones y, en ese sentido, No me llames es “muy Asensio”. Es cierto que vuelve al formato que la identifica pero, por otro lado, también es verdad que son muy pocos los artistas que tienen una voz tan potente y reconocible. Con ese encuadre, la novedad reside en su perspicacia para hacer foco en aquello que naturalizamos, en lo que damos por hecho y pasamos por alto. Siempre es ahí donde clava la flecha, como una Casandra agorera en medio de un entorno ciego y sordo. Sus puestas son ceremonias catárticas que reinventa en cada obra. Cuando sus personajes monologan, por la fuerza con la que interpelan a los espectadores, se acercan al stand-up. Pero es solo una apariencia: jamás buscan la comicidad ni el remate ni el ingenio. Siempre sufren, siempre la pasan mal y su incomodidad no es material para el humor -aunque provoque sonrisas-, ni es un paseo diletante sobre nuestras miserias sino una denuncia, un grito de basta.
¿Hay manera de salir de la alienación de las redes? A través del personaje de Butera, se propone una salida: abre la puerta, al fondo del escenario, y deja ver un mundo real que espera y al que habría que volver. No es raro que Asensio proponga la búsqueda de una vida más justa y amorosa. En No me llames, ese camino prometedor está explícito. ¿Utopía? ¿Regreso al pasado? ¿Final moralizante? No. La aparición de la muerte como límite no tan lejano, capaz de caer sobre cualquiera -como pasó en la pandemia- es lo que empuja esa puerta umbral: ¿Vamos a perdernos la reunión de miradas y de alientos con los otros o vamos a seguir encerrados en burbujas tapizadas de espejos?
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