Estrenos de teatro. Elsa tiro, la leyenda porno de Eugene O’Neill en Buenos Aires
Gonzalo Demaría se centró en la poco conocida vida del gran dramaturgo estadounidense en los sitios non sanctos de La Boca y Barracas, cuando era marinero
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Autoría: Gonzalo Demaría. Dirección: Luciano Cáceres. Intérpretes: Luciano Cáceres, Alejandra Radano y Josefina Scaglione. Bailarinas: Federica Wankiewicz y Rosina Heldner. Música en vivo: Gabriela Bernasconi. Audiovisuales: Iván Grigoriev. Iluminación y escenografía: Gonzalo Córdova. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Música: Diego Vila. Coreografías: Damián Malvacio. Sonido: Gustavo Rodríguez. Asistencia artística: Rubén De la Torre. Teatro: Regio, Córdoba 6056. Funciones: jueves a domingos, a las 20. Duración: 75 minutos.
Qué viajes divertidos se inventa el escritor Gonzalo Demaría. Su especialidad es revolver en el baúl de las historias olvidadas donde siempre habrá lámparas para frotar y piedritas que brillan en la oscuridad, oportunidad que aprovecha para imaginar una hipótesis sobre lo sucedido, un cuento posible, una leyenda. Como en La comedia es peligrosa (2021), donde basado en un par de líneas de un testamento reinventa, al virrey ilustrado Juan José de Vértiz en personaje gay, esta vez toma dos hechos pocos conocidos de principios del siglo XX: la estadía en Buenos Aires del joven marinero estadounidense Eugene O’Neill, futuro Premio Nobel de Literatura 1936 quien, en la época del primer Centenario y mucho antes de convertirse en uno de los padres del drama realista, frecuentaba piringundines y cines clandestinos de La Boca y Barracas.
El otro dato real es que la primera película pornográfica del cine mudo en blanco y negro se rodó, no se sabe por quién, en las costas de Quilmes o de Rosario, entre 1907 y 1912. Es un corto de casi 5 minutos, titulado El sartorio o El satario, por mala transcripción de El sátiro, donde un grupo de ninfas son perseguidas por un fauno. El autor de Elsa tiro (he aquí el chiste) une en la obra estas dos puntas, invocando los misteriosos nudos de la creación.
El enlace es “la Renguita”, una trabajadora sexual de la que O’Neill se enamora, actriz en la cinta que dirige e inspiración de su primera obra. El personaje O’Neill (interpretado por Luciano Cáceres, también el director) dice que en Buenos Aires no sólo nació como hombre sino como poeta. En un sistema de referencias que atraviesa toda la obra, otro intertexto es Anna Christie, la obra de O’Neill estrenada en 1921 y cuya versión cinematográfica protagonizó Greta Garbo: reencuentro padre e hija después de mucho tiempo; bajos fondos, marineros y prostitutas; el apellido de la protagonista y Christensen, por los navieros con que el norteamericano llegó a Buenos Aires; el año 1910 para la acción de la pieza.
Estas aclaraciones vienen al caso para explicar la puesta, porque en el escenario del Regio -donde en 2011, el dúo Demaría-Cáceres había presentado El cordero de ojos azules- lo que se ve es mucho más fragmentado y, podría decirse, lleva su tiempo “entrarle” al espectáculo. A medida que algunos enigmas se van revelando, las piezas se arman, casi como en los melodramas donde al final siempre acaecen coincidencias y sorpresas. Melodramas que, por otra parte, O’Neill rechazaba porque su padre irlandés era un popular actor del género.
La escenografía da lugar a esos velos de misterio en forma de cortinados semitransparentes. La acción sucede de uno y otro lado de estas finas gasas (la única que permanece en el lugar, en un lateral y siempre detrás, es la pianista Gabriela Bernasconi), a modo de un ir y venir entre el presente y el pasado, entre la realidad y la ficción. Esas telas son también pantalla para proyectar imágenes, algunas de archivo como fotografías de mujeres semidesnudas, el corto porno mencionado (que está online) y otras, en tiempo real, filmadas con la cámara y reproducidas para tener otra perspectiva de la misma acción (desdoblamiento que Cáceres había puesto en práctica hace más de 15 años cuando dirigió obras de René Pollesch).
Un O’Neill cerca de los 50 años, con signos de Parkinson, está internado en el hospital, rodeado por su esposa, la actriz Carlotta Monterey (dato real). También por enfermeras, interpretadas por Federica Wankiewicz y Rosina Heldner (ambas bailarinas), y por la actriz y cantante Josefina Scaglione (la excelente Lucy del último Drácula de Cibrián y Mahler). En ese ámbito, Carlotta (personaje a cargo de Alejandra Radano (que actuó en Deshonrada y Happyland, de Demaría) aprovecha la confusión de la anestesia para profundizar en el pasado porteño de su marido y recuperar una supuesta obra perdida de aquella época. Para refrescarle la memoria, contrata a una actriz/enfermera que personifique a la Renguita, la llave de la revelación.
La multiplicidad abigarrada de información es lo que la torna a Elsa tiro algo, por momentos, enrevesada. Visualmente es atractiva, con un precioso vestuario de época y despojada escenografía, aparte del hallazgo de pasar El sátiro, hoy casi naïf pero de potente valor documental. En un elenco de nombres consagrados y técnicamente impecables, sobresale Scaglione por dar con el tono justo en esta historia, al lado de Cáceres, demasiado neutro, y de, al contrario, Radano, demasiado enardecida.
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