Estrenos de teatro. El chico de la habitación azul: Humor y horror en una familia disfuncional
Una obra de Miguel Ángel Diani, cercana al absurdo, al humor negro y al teatro de la crueldad
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Libro: Miguel Ángel Diani. Intérpretes: Amancay Espíndola, Hugo Men y Gabriel Nicola. Escenografía y vestuario: Agustín Justo Yoshimoto. Producción: Paola Gómez. Dirección: Enrique Dacal. Sala: Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Funciones: sábados, a las 17. Duración: 65 minutos.
Siempre es una buena noticia la inagotable variedad de dramaturgias y puestas que ofrece la ciudad de Buenos Aires. Aun en una misma sala, conviven poéticas muy diferentes como, por ejemplo, en la nutrida programación del Teatro del Pueblo. Uno de los últimos estrenos es El chico de la habitación azul, de Miguel Ángel Diani, una de las cinco obras publicadas en el libro Elefantes y otros textos teatrales por el escritor y actual presidente de Argentores, autor que se identifica cercano al absurdo y al grotesco, al humor negro y al teatro de la crueldad: en esta obra hay parentescos lejanos, por lo menos, con Griselda Gambaro y con Tato Pavlovsky.
Un hombre en pijama se sienta a la mesa, picotea algo; al instante, llega su mujer, también con “ropa de cama”; ambos intercambian rutinas de un matrimonio adulto plagado de prejuicios y frases hechas. Pero algo está mal en ese living. Hay objetos desparramados por el piso, una silla de ruedas y la pared del fondo -sucia, rota, con cuadros de la familia desvencijados- está ostensiblemente realizada con una cortina de tela. Detrás de ella, está el cuarto del “nene”, el único hijo de esta pareja: tiene unos 40 años, usa pantalones cortos, tiradores y padece algún tipo de retraso madurativo.
No son pocas las risas que brotan en la platea ante el caso del grandulón que vive con los padres, sobreprotegido por mamá y criticado por papá, “bueno para nada”, que no estudia ni trabaja. Cuando la madre entre en el cuarto del hijo y le traiga al padre (y a los espectadores) la noticia de lo que vio, lo siniestro ya no solo será indicios sino que comenzará a desplegarse. Sin embargo, la tensión entre el humor y el terror comienza a aflojarse porque ya no resultará sencillo sonreír, ni siquiera de manera nerviosa, a medida que reconstruimos las partes de esta historia.
Aquello que se insinuaba como un otro intolerable se licua en pos de la explicación: lo que era imaginado o supuesto, pasa a ser aclarado, repuesto con datos y coincidencias algo forzadas (por ejemplo, la libretita con nombres de víctimas): no se trata de spoilear pero en la Argentina, se sabe, el horror tiene nombre y está implícito, grabado a fuego y lágrimas en nuestro imaginario sin necesidad de transitar lugares comunes.
Dirigidos por Enrique Dacal, tres buenas y muy distintas actuaciones: Hugo Men como el padre carnicero y ex torturador, en un registro más costumbrista; Gabriel Nicola como el hijo víctima-victimario, muy corrido, con un gran virtuosismo expresivo; y la madre interpretada por la destacada Amancay Espíndola, que corporiza la clave dual más interesante de esta obra, la del amor en un paisaje pavoroso. Algo extemporánea resulta la elección de la canción del final (el hit de Donald “Tiritando”, de 1969), cantada por los protagonistas de cara al público.
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