La actriz que protagonizó a la mejor Eva Perón en el cine vuelve al escenario para ponerse en la piel de un ama de casa en la obra Mujeres en el baño; y a la hora de recordar su relación con un exgobernador de San Luis dice que no tiene talento para la política
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Puro presente, la alegría. Escurridiza, azarosa, liviana, un bien escaso que huye del rigor y se abraza a las flores nacidas en el desierto. Alegría es lo que siente Esther Goris mientras ensaya y espera el estreno de Mujeres en baño, la obra de Mariela Asensio que vuelve después de quince años, con otras palabras y otro elenco integrado por Iride Mockert, Laura Conforte, Maida Andrenacci, Laura Cymer y la gran Esther.
“Me costó volver a actuar. A veces, tenemos la fantasía de que se puede dejar y volver cuando una quiera, pero no fue fácil. Ahora me siento como regresada a la vida, volví a la vida con esta obra. Hice mucho esfuerzo para estar bien, soy muy gauchita, pero ahora me doy cuenta que tan bien no estaba y estoy aflojando. Ya sé que suena a lugar común pero te juro que es así, el teatro me devolvió la alegría. Me cambió la vida de un modo contundente”, dice la actriz que estará otra vez frente al público hoy, en el Picadero. Hace dos años –desde su trabajo en Sex, viví tu experiencia, durante parte de 2019 y hasta que se pudo en 2020– que no actúa porque no se sumó a la propuesta de José María Muscari por streaming.
“Estuve muy temerosa. La pandemia me entristeció pero no del todo por esa fuerza que hice para que no me ganara. Parecido a lo que hacemos los actores para alcanzar el ánimo de un personaje, algo así hice durante el encierro: busqué lecturas con humor, vi muchas comedias, historias románticas, para quedar con una linda sensación”, dice sobre un tiempo detenido en el que vio una y otra vez Cuando Harry conoció a Sally y Alguien tiene que ceder.
De espectadora a protagonista, el puente lo tendió Paola Luttini, la inquieta y talentosa productora y artista, siempre muy cercana a las creaciones de Asensio y de Muscari. A cargo de la coordinación de Sex, donde se conocieron, la propuso para esta versión fresca de aquella bomba del off que explotó en 2007 cuando Asensio, la autora y directora, abrió la puerta del lugar más íntimo y confesional de la casa, un hallazgo que años después, atravesada la revolución de jóvenes que ubicó al feminismo en la agenda política, debía repensarse. En este nuevo encuadre, Esther interpreta a una ama de casa, un papel que pocas veces le había tocado pero jamás desde una perspectiva irónica y humorística, una cara de la moneda para la que a la intérprete de Eva Perón en el cine (1996), de Coco Chanel en el teatro (2001), de Diana Liberman, en la tira La leona (2016), no suelen llamarla. Esta posibilidad la divierte y la provoca porque, además, se trata de un show performático, con música original de Mauro García Barbe y coreografías de Tini Santamaría.
“Veremos cómo me sale. Me encanta hacerlo pero no sé qué dirá el público cuando me vea. El elenco es increíble, de un talento poco frecuente, artistas con las que nunca había trabajado. Al verlas, pensé: ‘caramba, tantos años viviendo de esta profesión y tan incompletita que yo era’, o que soy”, dice, comparándose con sus cuatro compañeras. Las cinco componen a mujeres muy distintas, de diferentes generaciones, que comparten desde esa diversidad una experiencia, el modo en que se sienten atrapada por el sistema patriarcal y, a veces, hasta por ellas mismas: “Me llevó a reflexionar mucho porque yo, que escribí e interpreté a muchas mujeres de antorcha en mano, no me autodenominaba feminista”.
–¿No te considerabas feminista?
–No era una cuestión en la que pensara demasiado. Había leído El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, pero no me proclamaba feminista ni tampoco lo negaba, era algo que tenía muy atrás. Hay libros y canciones que leíamos y escuchábamos, al menos yo, que hoy serían inadmisibles –por ejemplo, Prisionero del sexo, de Norman Mailer, o Mujeres de Atenas, de Chico Buarque– pero en aquel momento nos gustaban, veíamos el lado poético. Hay que entenderlo en su contexto histórico, claro.
–¿Hoy participás más activamente?
–No soy militante pero me gustaría participar más, creo que el feminismo es la discusión más interesante que está pasando en el mundo. Todavía falta mucho, hay más historias de varones que de mujeres en las ficciones pero vamos hacia eso. De lo que estoy segura es que a medida que las mujeres ocupen más espacios en la producción y dirección, habrá más protagónicos para mujeres, algo que se está dando en la Argentina y el mundo.
–Hablabas de riesgos y en Sex te desnudabas. ¿Cómo te llevás con tu cuerpo?
–Es verdad, fue otra experiencia que no había imaginado, recibía al público, hacía humor, un desnudo. Con mi cuerpo me llevo según la ocasión. “Me descalcé de todas partes” en varios clásicos, en Salomé, de Oscar Wilde, bailé desnuda la danza de los siete velos, en Bodas de sangre, dirigida por Alejandra Boero; en la película Ángel, la diva y yo (Pablo Nisenson, 2000), hice el desnudo más gratuito de la historia del cine. Digo gratuito porque actores y actrices suelen decir exactamente lo contrario cuando se desnudan.
–Hace poco murió José Pablo Feinmann, autor del guion de Eva Perón (Juan Carlos Desanzo, 1993). ¿Metiste sugerencias, cambios en el libro, hay cosas tuyas?
–No. Con ese guion actuaba cualquiera. Las palabras elegidas eran las justas, cuando hay un buen guion, nunca hay problemas. Lo que más me gustó es que no era la visión de un hada rubia sino todo lo contrario, una mujer con contradicciones, bien enérgica y hasta por momentos, autoritaria.
–Recibiste las mejores críticas por ese papel y ganaste premios. ¿Pero hubo rechazos de algún sector?
–Recibí muchas cartas hermosas pero sí, recuerdo en una reunión un señor de apellido Pereyra Iraola que ni me saludaba, ni quería cruzar palabra conmigo y no sabía cómo explicarle que yo no le había expropiado ninguna tierra, fue muy gracioso.
–¿A qué mujer de la actualidad te gustaría protagonizar? ¿A Cristina Kirchner?
–Me lo propusieron antes de la pandemia, no una película sobre ella sino unas escenas. No lo hice, es muy difícil encontrar el límite entre la imitación y cómo encarnar al personaje. No hay distancia todavía.
–¿Soñabas con llevar a Agata Galiffi, la flor de la mafia, tu novela (Sudamericana, 1999) basada en un personaje histórico, al cine?
–Nunca pensé en protagonizarla porque el momento que más me interesó fueron los primeros años, cuando era muy jovencita. Pero el proyecto era un guion que como no pudo ser transformé en novela, algo que nunca más pienso hacer no por Agata, claro, sino por la tarea de escribir una novela, la pasé bastante mal. Qué grado de dificultad.
El recuerdo de ese padecimiento de papel en blanco está asociado, también, a una anécdota con Feinmann. El escritor le había ofrecido responder a dudas o ansiedades durante el proceso. Por ejemplo, nunca alejarse mucho de la computadora y escribir todos los días aunque sea un párrafo. “Pero una tarde especialmente crítica fui a su encuentro, a su casa. Lo encontré escribiendo distintos libros a la vez, que competían entre sí para terminarse. ‘Es que con tu talento escribe cualquiera’, le dije. ‘Es cierto’, respondió”, cuenta risueña. “Y entonces, ¿yo qué hago desde mi modestia? Igual, no está mal el libro (le fue muy bien en ventas) pero no se compara con otros, no. Escribí muchas veces pero una novela es otra cosa”, dice la autora de una obra de teatro (El otro sacrificio, 1992) y, junto con Graciela Maglie, el guión de la película Ni dios, ni patrón, ni marido (Laura Mañá, 2010).
No históricos sino de ficción, hay tres personajes femeninos que Esther guarda a la espera de la ocasión. Con alivio, dice que no lo escribió ella. No quiere revelar sus nombres: “Uno de esos libros me llegó hace muchos años pero en ese momento estaba escribiendo una tira, Cartas de amor en casete, un título horrible que puso el gerente del canal”.
Cartas de amor en casete no parece un título tan horrible pero si imposible de olvidar. Media hora a la medianoche, por ATC en 1993, con Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, la tira de culto donde se conocieron y empezaron una relación que duraría muchos años. Para la época, fue un producto atípico. “No era mi intención ser innovadora –dice Goris–, era el mundo que me rodeaba pero así resultó. Tocó temas como la homosexualidad masculina y femenina, esta última por sugerencia de Solá que me dijo que si iba a meterme con el sufrimiento de un homosexual por no ser correspondido por un hetero, también tenía que abordar la sexualidad femenina.”
Con Solá se reencontró más de veinte años después en La leona pero ambos como intérpretes: eran el matrimonio Liberman y Esther componía a Diana, otro de sus recordados personajes: “Nunca había actuado con él. Fue un placer, nos llevábamos muy bien y uno se sostenía en la mirada del otro. Miguel es un actor que trabaja con lo que el otro le entrega, no por una visión preconcebida. Sin duda, fue uno de los personajes que más me gustó hacer, la amaba. Siempre debemos apiadarnos de los personajes pero no tuve que imponerme eso porque me pareció una criatura entrañable en su locura y en ese amor extremo que sentía por su esposo, el personaje de Solá”.
La televisión estuvo presente desde el inicio de su carrera, combinada con el teatro: en 1987, mientras hacía La cuñada, de Alberto Migré, era parte de Tango varsoviano, de Alberto Félix Alberto.
–Con Migré hiciste tres tiras, La cuñada, Sin marido y Esos que dicen amarse. ¿Cómo recordás aquellos trabajos?
–Me gustó trabajar con Migré. Era muy cuidadoso de su guion, estaba atento a todo. Una vez agregué un “¿sí?” al final de la frase, “¿vamos al cine, sí?” y al otro día, me dijo: “vamos a incorporarlo ese ‘sí’”. Es decir: esta pasa pero ni se te ocurra meter otra cosa.
–¿Te gusta innovar o poner cosas tuyas?
–Yo lo llamo cadenas liberadoras. Una vez que tenés internalizado el personaje, que sabés de qué va, hay un lugar donde podés intervenir, me parece a mí.
–Al mirar para atrás, ¿te parece que tu papel como Eva, realmente consagratorio, te dejó la vara muy alta y difícil de mantener o superar?
–No. Hice otros personajes de peso y dificultad, como Coco Chanel, como Diana Liberman. Lo que pasa es que la película sigue vigente, se la pasa con regularidad y además, es un mito. Jamás me hubiera animado a pedirlo, tuve la suerte, no sé si merecida, pero lo disfruto igual.
–¿Cómo describirías tus años en San Luis, cuando estuviste en pareja con el gobernador Alberto Rodríguez Saá?
–Como años en los que fui muy feliz y también en los que conviví con el mundo del poder al que no estaba habituada. Eso no es sencillo para nadie, no solo para mí. No soy una persona con talento para la política. Pero, sí, fueron años muy felices, lo fui... muy muy feliz.
PARA AGENDAR
Mujeres en el baño, de Mariela Asensio. Viernes y sábados, a las 22. En teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857). $ 1800.
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