Cómo enfrenta el éxito el último galán de la televisión
La primera vez que lo siguió una guardia periodística, Esteban Lamothe entró en pánico. Era septiembre de 2016, durante la semana en la que Griselda Siciliani, su coprotagonista en el hit Educando a Nina , había anunciado su separación de Adrián Suar. En esos días, el elenco de la tira tenía que viajar a Bariloche a grabar. Cuando Lamothe llegó al aeroparque Jorge Newbery acompañado de su amigo Sebastián, una cámara de Intrusos los interceptó. “Yo venía sin dormir, estábamos cagándonos de risa, batateando, fumados a un level... en cualquiera los dos. De repente, pumba, luz en la cara: ‘¿Es verdad que vos estás con Griselda?’. Me puse verde. Mi amigo me vio la cara y me quiso salvar. Les dijo: ‘No, gracias’, me agarró y me quiso llevar a una remisería. ¡Era un mostrador! Estaba ahí a dos metros y no tenía salida para ningún lado. Lo miro como diciendo ‘boludo’... me doy vuelta y ahí tuve que hacer la nota.”
Esteban se acuerda de la escena y se ríe, casi con cariño. “Después fijate, está en YouTube. Nadie se percata de la cara de mi amigo, pero es mortal”, dice. El video está editado en dos minutos y no muestra el detalle de la secuencia, pero se ve que cada vez que Esteban ingenuamente pretende cortar la nota con un ‘listo, gracias’, el cronista Pablo Layus sigue preguntando y consiguiendo respuestas. Después de hacer el check in, entendió por las malas que él no puede decidir tan amablemente cuándo termina un móvil. “Miro y estaban en la escalera por la que yo tenía que subir. Pensé ‘uh, no voy a poder embarcar’. Me dio como un ataque de pánico. Así que agarré, tuc, me tomé una gota de Rivotril que tenía, y fui y hablé. Obvio, el Rivotril me pegó recién en el avión. Y era un vuelo de una hora y media. Llegué y tuve que trabajar todo flojito”, dice y se sigue riendo. “Hice todo mal, me puse nervioso.”
Parte del último año de Lamothe se trató de aprender a manejarse en todas las situaciones que sólo le pasan a alguien verdaderamente famoso, alguien que ocupa el lugar del principal galán de la televisión. Y también fue rearmar su vida después del fin de su relación de una década con la actriz Julieta Zylberberg, madre de su hijo Luis Ernesto, de 5 años.
Todo esto le llega después de más de quince años de un muy gradual ascenso en teatro, cine y TV. Ahora viene de protagonizar las series nacionales más vistas de los últimos dos años: Educando a Nina , de Underground, en Telefe, y Las Estrellas , de Pol-ka, en El Trece, que le dieron un nuevo estatus de popularidad. De modo que, si está padeciendo la crisis de los 40, difícilmente sea distinguible de todo el caos que le toca vivir.
Lamothe se convirtió en el sujeto más agradable del espectáculo argentino por lo que se ve y se percibe de él: que es accesible, que no se pasa de canchero, que no se toma demasiado en serio, que trae un elemento propio de honestidad y simpleza a sus personajes, y que, claro, está bueno. Pero no a un nivel inalcanzable. Te guste o no como actor o sex symbol, lo más probable es que te caiga por lo menos bastante bien. Es alguien que tranquilamente podría ser tu amigo.
Nos encontramos por primera vez un viernes de septiembre al mediodía en el barrio de Chacarita, a la salida de una de las locaciones donde se graba Las Estrellas . En el camino a Colegiales, donde vamos a almorzar mientras dure su break, hacemos una parada breve en Avenida Lacroze para que Esteban saque plata de un cajero. En esa caminata de 30 metros y menos de un minuto del auto al banco, dos mujeres lo paran para saludarlo y pedirle una selfie. De vuelta en viaje, me cuenta que vamos al Club Centro Montañés, que es un refugio ideal por su buena comida y ambiente tranquilo. “Acá vine una vuelta con los de El Mató”, dice mientras entramos. El Montañés, donde se rodaron escenas de El hijo de la novia , Un año sin amor y Rosas rojas... rojas , anticipa el menú ibérico en sus paredes con fotos y mapas de Cantabria. Es luminoso, tiene techos altos, mucha madera, mesas grandes con buen espacio entre sí y manteles a cuadros, y las teles sintonizadas en un canal deportivo a un volumen bien bajo.
“Mirá, está Kicillof”, me dice Esteban rápido y en voz baja, y señala al diputado y ex ministro de Economía que está sentado solo con su laptop.
En el almuerzo me cuenta que el fin de semana se mudó al departamento que una amiga que se fue de viaje le dejó por siete meses. Había pasado los tres meses anteriores en un Airbnb, después de mudarse de la casa que había comprado con Zylberberg. Dice que es, a nivel personal, su peor año, pero en el medio de la experiencia movilizante de partir de la casa de familia que había armado, tuvo una pequeña victoria: cagó a los paparazzis.
“No sé cómo, pero de alguna forma todo se filtra, y ellos sabían que ese sábado me iba de mi casa”, dice. “Pero claro, habrán pensado que, si me iba un sábado, me iba a ir a la mañana o durante el día.” Esteban juntó sus cosas en la madrugada y a las 6:30 de la mañana marchó con sus bultos. Los periodistas no empezaron la guardia hasta una hora después. “Cuando salió Julieta después a pasear al perro, había como 18 fotógrafos. Y esa foto de mierda conmigo todo triste, cargando las bolsas de consorcio, no la tuvieron. Los re cagué.”
Lamothe no es fóbico al cariño de la gente ni a la atención de los medios, sólo está tratando de que no lo sobrepasen. Esta semana en particular, le armaron un duelo mediático con Sebastián Estevanez. Había dicho en una entrevista radial que la comparación con el galán de Golpe al corazón , la nueva serie que salía a competirle a Las Estrellas desde Telefe, era uno de los bardeos frecuentes que le tiran en Twitter (“por feo y mal actor”). “No fue con mala intención. Quería decir que él sufre lo mismo que yo. Pero no lo tendría que haber dicho”, dice. Las cosas escalaron cuando Estevanez respondió en Twitter: “Gracias por la prensa gratis. La semana que viene vemos quién gana. Lamothe es mi nuevo jefe de prensa”. Y ahora, Esteban no sabe si tiene un enemigo. “Si tiene voluntad de entenderlo, sabe que me pasa lo mismo que a él. Twitter es tremendo.”
***
Lamothe no tiene problemas con que los trolls le digan que no es lindo o buen actor, porque es algo que él ya dijo de sí mismo muchas veces y antes que cualquiera. Como si se sintiera cómodo pensándose promedio (lo cual no es) y de esa certeza extrajera el aplomo con el que se planta en escena. Se define como un galán “no típicamente lindo”, ahora que ocupa ese rol. En el papel de Javo, el chef sexy del hotel donde transcurre Las Estrellas , suele estar en los loops argumentales típicos del género. Pasó meses, capítulo tras capítulo, robándole besos furtivos a Celeste Cid, un tire y afloje musicalizado con la balada de Axel “Aire”. Sin embargo, se maneja para infundirles cierta bajada a tierra a las más solemnes declaraciones de amor. Y las pinceladas de humor y ternura del personaje son claramente suyas. “Me planteé no tenerle miedo a la telenovela. Si hay que hacer una escena de amor, con una pausa dramática y que en papel suena todo re falso, porque la vida no es así, la hago lo mejor que puedo. Creo en la búsqueda dentro de ese género. Después, si resulta cool es algo que te sale naturalmente.”
Dice que está feliz en el trabajo y contento con sus compañeros, de los que siempre parece tener algo bueno para decir, con un afecto que se siente genuino. ¿Celeste? “Es re divina.”.¿Luciano Castro? “Un tipazo, lo quiero mucho.” ¿Rafael Ferro? “Es mi amigo, compartimos camarín.” ¿Pedro Alfonso? “Es un amor.” Y así. La buena química del grupo de trabajo probablemente sea uno de los factores del éxito de la tira. Y viendo las interacciones en pantalla, quizás uno pueda tener una idea de la personalidad de Lamothe fuera de cámara.
"Para mí ser actor es ser yo mismo, más yo mismo de lo que me atrevería en la vida real."
Su amiga Dolores Fonzi, que trabajó con él en La patota , la remake de 2015 del clásico de Daniel Tinayre, piensa que Esteban “tiene facilidad para hacerse amigos porque es muy campechano y le gusta joder con los compañeros. Disfruta mucho de lo que se hace mientras se espera entre escena y escena: armar camaradería y pasar el rato en el motorhome”. También deja claro que nada de esto va en detrimento de su profesionalismo en el set: “Es muy estudioso y le gusta teorizar mucho sobre cada escena, contextualizarla, pensarla, armarla. Es muy bueno ensayando, lo da todo. Por lo menos haciendo cine es así”.
Esteban dice que siempre se sirve de sí mismo en la composición de un personaje. “Parto de lo que tengo, de lo que soy. Lo pienso de adentro para afuera. No está dividida, para mí, la vida de la actuación. Trato de ser tan verdadero como en la vida. Para mí, ser actor es ser yo mismo, más yo mismo de lo que me atrevería a ser en la vida real, a veces. Es una cosa que no está pensada. Tiene que ver con la forma en que aprendí a actuar.”
Antes de que se le ocurriera ser actor, en sus primeros años recién llegado de Ameghino, su pueblo natal ubicado a más de 400 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, tuvo tres años de intentos fallidos de empezar la carrera de Nutrición en la UBA y la Universidad del Salvador. “Soy muy burro. Es como que hay ciertos conceptos que no me entran. Hoy me sigue pasando con cosas como el homebanking”, dice. Dejó de intentar a finales de los 90, mientras trabajaba como mozo en el restaurante La Caballeriza, en Puerto Madero. Sin carrera, y gracias a sus amigos del trabajo, empezó a conocer libros y películas, y a frecuentar el teatro off. En una de estas expediciones, tuvo una epifanía con la multipremiada El pecado que no se puede nombrar , de Ricardo Bartís. “Quedé flasheado con Luis Machín, con Alejandro Catalán. Con todos los actores. Fui a verla como once veces. Quería actuar así, como esos tipos.”
Así fue que en 2000, a los 23 años, se inscribió en un curso de iniciación teatral con Cristian Drut en el Centro Cultural Rojas y después pasó a tomar clases con Catalán. “Ellos me dijeron que yo lo hacía bien y yo no sé si me lo creía, pero a mí me gustaba hacerlo.” A los seis meses Catalán lo convocó y Esteban actuó en su primera obra, Foz . “Yo a Catalán lo admiraba mucho”, dice Lamothe. “Fue el papel que más festejé. Lloré de la alegría. Eso me posicionó dentro del teatro independiente.” En el taller de Catalán empezó a trabajar con Romina Paula, Esteban Bigliardi y Pilar Gamboa –con quienes finalmente haría Algo de ruido hace y El tiempo todo entero – y más tarde en obras de Lola Arias y Federico León. Giró por Europa con algunas y eso lo llevó a obtener varios papeles de diferente calibre en cine: La vida por Perón , Castro , Todos mienten e Historias extraordinarias , entre otras películas.
En el medio de todo eso conoció a Julieta Zylberberg, la futura madre de su hijo. Fue en 2006, haciendo una obra semimontada de teatro leído en el Instituto Goethe. En ese momento los dos estaban en pareja, pero al año siguiente se reencontraron en el cumpleaños de ella y empezaron a salir. “No tenía un mango en esa época”, dice Lamothe. “De toque, me fui a vivir con Juli a la casa de su mamá. Y después terminamos yéndonos a vivir juntos. Fue muy fuerte. Y fue re lindo, es como que íbamos creciendo juntos.”
Un año después de que Zylberberg fuera premiada por su performance en La mirada invisible , de Diego Lerman, en 2010, a Lamothe le llegó su quiebre con El estudiante , de Santiago Mitre. Sin subsidio del INCAA y con un guión ambicioso, el film contaba la historia de Roque Espinosa, un pibe del interior que después de arrancar por tercera vez sus estudios en la Facultad de Ciencias Sociales, conoce a una compañera que lo inicia en la militancia política universitaria. Fue un clásico instantáneo del cine argentino y le dio a Lamothe premios a Mejor Actor en el festival de Cartagena, la muestra de Cine Latinoamericano de Cataluña, el Cóndor de Plata y el Premio Sur a Mejor Actor Nuevo. “El personaje me quedó muy cómodo. Y yo no hice ningún esfuerzo para actuar. Ese guión era tan bueno que, a pesar de que esté todo hecho casi sin recursos, resistió todo. No sé si voy a volver a hacer una película tan importante como ésa. Ojalá. Y si no, no importa, porque estuve en ésa. La verdad es que fue un milagro.”
“El papel lo escribí pensando en él”, dice Mitre, que venía siguiendo a Lamothe en las obras de Romina Paula y Federico León. “Veía mucha potencia en lo que hacía. Y también me gustaba mucho cómo miraba, que es algo fundamental.” El rodaje tuvo sus demoras y complicaciones, y por la película pasaron muchos equipos de trabajo, pero Mitre y Lamothe se mantuvieron codo a codo. “Ahí nos fuimos haciendo amigos. Es un gran tipo, sabía que iba a querer volver a trabajar con él”, dice el director de La cordillera . “No me imaginaba para nada lo que iba a pasar con él después en la televisión.”
En 2012, Lamothe afrontaba dos grandes cambios: estaba a punto de convertirse en papá de Luis Ernesto y, audición con Adrián Suar mediante, dejaba el teatro por Sos mi hombre , la tira protagonizada por Luciano Castro y Celeste Cid en la que le tocó hacer del boxeador Jorge Carrizo, un papel que terminó siendo más grande de lo que estaba previsto. Siguió en Pol-ka con Farsantes , como antagonista de Facundo Arana, y en Guapas , como un conductor de noticiero pareja del personaje de Isabel Macedo. A esta altura, era oficialmente conocido, pero todavía la clase de conocido del que no todo el mundo sabe el nombre.
En paralelo al ascenso televisivo, sus papeles en cine estuvieron vinculados a passion projects como Villegas , con su amigo Esteban Bigliardi, y El cerrajero , junto a Erica Rivas. El más cercano al corazón de Esteban fue El 5 de Talleres , de Adrián Biniez. La película, estrenada en 2015, cuenta la historia de un jugador de la primera C que a los 35 años se retira sin pena ni gloria y tiene que ver qué hace con su vida. Zylberberg interpreta a su esposa en el film y ambos consiguieron excelentes críticas por su química. “Fue un flash. La hicimos con el bebé de ocho meses en el rodaje, viajando por todos lados. Todo el caos y el cansancio... y la felicidad también. Es la película que más quiero”, dice Lamothe.
Ese mismo año se estrenó Abzurdah , su primer éxito mainstream de taquilla, basado en el best seller teen de Cielo Latini, interpretada en el film por Eugenia Suárez. “Fue lo que me terminó de posicionar como galán: una peli comercial, para el mismo público que Crepúsculo , con una historia enroscada y medio creepy”, describe.
Con su primer papel principal de tele en Educando a Nina , en 2016 llegó una de los cambios más palpables en su vida: el abrazo de oso del televidente. “Con Nina entendí la masividad: ir al Delta o a una villa y que todos te conozcan, te toquen sin preguntar y quieran una foto con vos.” A diferencia de la mayoría de las personas con las que está compartiendo cartel, Esteban tiene relativamente poca experiencia en el ojo público. Aun así entiende como parte justa de su fama el complacer a uno o varios pedidos de selfie, saludos en video para tías o grupos de WhatsApp y esa clase de cosas. Algunas situaciones, sin embargo, se salen de control, como lo que le pasó cuando fue a ver a J Balvin en el Luna Park: tan pronto como entró y fue hacia su butaca, el estadio entero gritó y una avalancha de chicas se le vino encima. Seguridad tuvo que ubicar a las fans y reubicarlo a él. “Se ve que es el mismo público que Las Estrellas ”, dice Lamothe, aventurando una explicación al desborde.
En todo este tironeo con la gente, algunas veces tuvo que negarse al contacto. “Yo sé que mi hijo odia todo eso, así que cuando estoy con él, les pido disculpas y les digo que no”, dice. “La mitad de las veces la gente te entiende y es súper respetuosa, y la otra mitad no. Te manda a la mierda, te dice que te la creíste. Y después está todo lo que te pasa a vos: estás triste, estás contento, tenés ganas de cagar y estás llegando a tu casa con un sorete saliendo del culo y te agarra un chabón en la puerta. Es todo un tema.”
Todavía está trabajando en quitarse el “estrés inmundo” que le genera preocuparse por lo que vayan a pensar de él si dice que no a algo. “Es que no podés estar disponible todo el tiempo, tenés que preservarte.” La otra variante incómoda de esta clase de desencuentros aparece cuando no reconoce a alguien de su pasado. “Yo tengo 40 años. Trabajé diez años en el restaurante, donde rotaban 70 personas todo el tiempo. De ahí sólo debo conocer como a 800 personas con las que tuve intimidad. A eso sumale todas las películas, que son siempre seis semanas de trabajo con un montón de gente, súper intensas. Y por ahí me cruzo con alguien mucho tiempo después y no me acuerdo quién es. Y no es de creído porque trabajo en Pol-ka. Ninguna persona se acordaría de tanto.” Hace una pausa. “No me gusta la idea del aislamiento del famoso, pero a veces lo mejor es encerrarte en tus amigos.”
***
Desde finales de 2015, Lamothe organiza el Ruchofest, un festival de bandas indie que creó con su hermano Manolo y que lleva su apodo de toda la vida (“Rucho” viene de Raúl, el primer nombre de Lamothe). En la última edición, en octubre pasado en el Konex, volvió a colgarse el bajo por primera vez en varios años. Mientras toca, vestido con un jean, una remera de Beastie Boys y una gorrita con una mano de Mickey haciendo fuck you, evoca una imagen que podría ser de un personaje o de una vida paralela, la que hubiera tenido quizás si la actuación no lo hubiera llevado a dejar Cabeza Flotante, la banda en la que están sus tres hermanos y de la que dirigió varios videoclips.
El line up del Ruchofest siempre se completa con bandas que le gustan mucho a él o de las que directamente es fan amigo. En esta edición también están Bestia Bebé, Francisca y los Exploradores y el trapero Malajunta (“mi sueño es mezclar las escenas del indie rock y el indie pop con la del hip hop”). Cuando termina su participación en los temas para los que estaba invitado, Esteban baja del escenario y sigue viendo el show como cualquier otro espectador. No hay histeria, pedido de selfies ni nada de lo que vive por fuera. Ahí es lo más parecido a alguien del montón que puede ser hoy en un evento público. El festival no le genera ingresos, pero se volvió un espacio de encuentro familiar, y uno que continúa su interés de toda la vida por la música.
Esteban, o Rucho, se crio con sus hermanos Nacho, el mayor –que también es hijo de Raúl Sánchez–, y con los que le siguieron a él, Manolo y Antonio, hijos de una relación posterior de su mamá, Olga Lamothe, cocinera y pintora hiperrealista. El frente de su casa estaba ocupado por Lo de Olga, un restaurante para 40 cubiertos que atendía ella, y en las tres habitaciones del fondo se repartía la familia. De adolescente, Esteban trabajó atendiendo mesas en el local y también en la ferretería de su papá, mientras se conectaba con toda la musica del pueblo. Para tener 5.000 habitantes en ese momento, Ameghino era inusualmente prolífico. “Había como una explosión musical. Teníamos una banda de thrash, otra de indie rock, otra de hip hop.” En el 92, cuando tenía 15 años, Esteban pudo crear su primer festival. Presentó su carpeta con su proyecto en la Secretaría de Acción Social del pueblo y consiguió un presupuesto para hacer el Ameghino Rock Festival. “Iba todo el mundo, ¡hasta los gauchos!”, dice Lamothe. “Hubo shows de Peligrosos Gorriones, Martes Menta, Demonios de Tasmania, Los Brujos, Los Visitantes, Los Piojos... fue increíble.”
"Sabía que era un cararrota encantador, pero no creí que terminaría en el prime time", dice su hermano.
A varias de esas bandas Olga les cocinó y todos los Lamothe daban una mano para atender a las visitas. El festival se hizo los dos años siguientes, y en 1995, por cuestiones laborales, la familia se mudó a Buenos Aires. Esteban, que inicialmente no se adaptó y volvió al pueblo a terminar la secundaria mientras vivía con su abuela, pensó que su camino en Buenos Aires iba por la carrera de Nutrición y por la música. Con sus tres hermanos hombres (su hermana Juana todavía era una niña) se juntaron en una banda que se llamaba Los Chivos, que tuvo shows en el Salón Pueyrredón a finales de los 90. “No sé qué tan lejos hubiera llegado, soy un bajista bastante mediocre”, dice. “Lo hacía más por las ganas de estar con ellos tocando.”
Con los años Esteban se fue alejando de hacer música, pero no de sus hermanos ni de sus proyectos musicales, y ellos siguieron de cerca los suyos como actor. “La gente que lo bardea ahora por la tele no vio todas las obras de teatro que hizo, todas las películas, Esteban es una bestia”, dice Manolo, orgulloso. “Sabía que era un cararrota encantador. Me imaginé que algo podía pasar con él, pero nunca que iba a terminar así, en el prime time.”
Hoy todos estos lados de Esteban y de su historia confluyen en un amplio círculo de personas, de diferentes procedencias y escenas; desde el indie musical, la literatura, el teatro off hasta el mainstream de la tele y las estrellas de cine. “Cosas que me ponen contento y me hacen sentir orgulloso, juntar a Ricardo Darín y Simón Poxyran”, publicó en Instagram en abril, al compartir una foto de su cumpleaños en la que estaban el actor y el cantante de Perras on the Beach.
¿Por qué todos lo quieren? Le da escozor pensar en la respuesta, pero ahí va: “Afectivamente siempre estoy disponible. Me gusta escuchar. No soy gracioso, pero trato de divertirme. Me gustan los amigos, me gusta la gente. Yo me hago amigos todo el tiempo, es como una compulsión, no lo puedo evitar. Suena a una pelotudez decirlo, pero me parece que soy buena persona, qué sé yo”.
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Otra tarde de septiembre, Lamothe me recibe con mate en la casa temporal a la que se mudó en Colegiales. Es un tres ambientes en un edificio sin amenities. Cálido, nada lujoso, ni de diseño, pero con espacio para el cuarto que le armó a Luis Ernesto para los días que está con él. La mayoría de los muebles y la decoración son de la dueña del departamento. Esteban tiene sus cosas en un depósito.
“Es muy triste separarse, desarmar una familia”, dice. “Ahí no te suena tan ridículo eso de ‘no me separo por mis hijos’. Siempre que escuchaba que alguien decía eso pensaba ‘¿cómo vas a pensar así?’. Pero cuando tenés un hijo y sabés que no vas a poder dormir con él... es muy duro.”
Está haciendo terapia familiar con su ex pareja, para manejar la separación que confirmó en mayo. “Yo la adoro a Julieta, no pasó nada de lo que se dijo. No fue como de esa separaciones en las que te peleás y te mandás a la mierda y no te hablás más.” Cuenta que trató de evitar la tristeza, seguir adelante sin pensar demasiado, pero que no encontró la manera. “Es un proceso muy tormentoso, y hay que pasarlo. Hay que cuidarse mucho y estar bien con uno mismo.”
Todo pasó sin que pudiera poner el freno de mano a la vorágine laboral. Después de doce meses de grabar Nina , arrancó el año yéndose a unas vacaciones en Brasil “que definieron un poco la separación, así que no estuvieron tan buenas”. Grabó en el Sur la película El otro nombre , de Natural Arpajou. Volvió del rodaje un sábado y el lunes arrancó a grabar Las Estrellas . “Era la primera vez que iba a grabar y no sabía cómo era la historia, ni el personaje, apenas me lo habían contado por teléfono”, dice.
Este ritmo de doce horas diarias de trabajo, sumado a todo lo demás, le dieron un par de golpes de salud durante el año: “Anginas tremendas, cosas así, de terminar en la guardia del hospital”.
Abrumado por la falta de tiempo, hizo una cosa que no había hecho antes: una lista de prioridades y de personas. “Mi teléfono lo tiene todo el mundo”, dice. “Lo cambié tres veces este año ya. Atiendo lo que puedo, y lo demás ni contesto.” Levanta el celular de la mesa. “Mirá: un ratito sin mirar y ya tengo 14 mensajes nuevos de diferentes personas. Seis seguro son de números desconocidos, algún estudiante de Tea, una radio de Tapalqué... Una vez lo escuché a Maravilla Martínez decir esto: ‘El 80 por ciento son pedidos de favores’. Y es así. Gente que necesita plata o algo, o que le mande un video. Y está todo bien; en la medida en que sea gente cercana y querida, lo hago con gusto. Lo que pasa es que este año es muy intenso, me están incendiando la cabeza.”
Y trabajar menos no es una opción hoy. “El mundo está hecho así. Es medio un engaño. Si tenés plata, es para que generes gastos. Sostener esa ridiculez de gastos fijos por nada. Tendría que hacer tres series más para pensar en volver a comprarme una casa”, asegura. También rechaza la otra forma de trabajo estricto para un famoso de la tele: las presencias en boliches. “Hice cuatro nada más. Dos fueron en la misma noche: una hora de fotos en un boliche de Jujuy, una hora en la ruta a 180 kilómetros por hora en un auto a otro boliche de Salta, y lo mismo. Después al hotel a las 9 de la mañana a tomar el avión de vuelta para acá. Fue muy loco. Me encontré con uno de Gran Hermano y con un bailarín de Tinelli. Estábamos los tres ojerosos a las 8 de la mañana. Es delirante, es agotador. No es gratis. La gente ya está borracha, y pueden salirte con cualquier cosa. En las cláusulas yo puse: no me saco la remera, no muevo la colita, no canto, no bailo. Porque si no, te agarra el locutor y te mandan al escenario y empieza (cantando): ‘A ver, a ver... ’. Es horrible.”
Dice Esteban que este año no tuvo mucha vida nocturna. “Se me seca el vicio, no llego... El martes empiezo a saborear: qué ganas de tomar algo, qué ganas de ver tal banda. Y el viernes salgo del trabajo y no quiero otra cosa que irme a dormir. Tengo 40 años. Es mucho, culeado.”
Meses después de su separación nota que el acoso mediático aflojó un poco, pero que todavía se siente en la mira. “Cuando me ponga de novio, digo, si me pongo de novio con alguien que no sea del medio, que es lo más probable, no les va a interesar. Si me pusiera de novio con una actriz de la novela, ahí sí. Sube el interés.”
Antes de irme me convida una porción de chocotorta. Está riquísima. ¿Quién la hizo? “Eeeh, Katia... una chica con la que me estoy viendo.”
***
Lamothe es tan atípico para los programas de la tarde que no saben muy bien qué hacer con él. No están acostumbrados, por ejemplo, a que un galán no se tome en serio su masculinidad. Una vez subió un story de Instagram dándose un pico con Andrés Astudillo, peluquero de Pol-ka. Corte a: informe central de Infama con el graph “Lamothe a los besos con otro hombre”. “Lo veía en la tele y me mataba de la risa. Además eran nada, como cinco segundos, así que lo tuvieron en loop de fondo mientras debatían como por 40 minutos”, dice. “Se ve que era un día que no pasaba una mierda. Después me escribía la gente en Twitter: ‘¡Me quiero morir, sos gay! ¡No puede ser!’. De eso me cago de la risa.” Ahora el “romance” con Andy se volvió un gag permanente en sus stories.
Otro día subió un video que registró Violeta Urtizberea en un tiempo muerto en el backstage de la tira, en el que le da un beso en la cola a Rafa Ferro. Intrusos mandó a un cronista a preguntarle si le gustaban los hombres. Cuando les dijo que no, pasaron a las preguntas sobre cómo estaba llevando su separación y entre un par de evasivas les mencionó que escucha música triste para llorar. En un intento más interesante de abordar al personaje, le consultaron por WhatsApp cuáles eran esas canciones que lo hacían llorar y analizaron “el playlist depre de Lamothe” en vivo. ¿Quién hubiera pensado que en Intrusos iban a ponerse a escuchar El Mató y Simón Poxyran?
Les volvió a dar de qué hablar cuando lo siguieron hasta la obra Luis Ernesto llega vivo , basada en textos del escritor Fabián Casas y dirigida por Alejandro Lingenti, dos de sus amigos cercanos. Por más que dio entrevistas en la puerta de la sala El Extranjero para evitar que entraran durante la función, las cámaras insistieron con la misión de conseguir las fotos de Katia Szechtman, la actriz de 28 años con la que se lo empezó a vincular, y entraron en la sala a sacar fotos. “Estaba aterrado porque no quería que esos chabones entorpezcan el día del estreno, y la pongan nerviosa a ella”, dice Lamothe. “Pensé ‘chau, se va a querer matar. Ahora se va a dar cuenta de lo que es salir con un pibe así’. A la vez pensé que no ir también era dejarla a ella sola. Después entraron a filmar el aplauso cuatro cámaras. ¡Es un lugar indie, para 50 personas! Pobre Katia. Se la bancó re bien. Yo no me doy cuenta de lo famoso que soy hasta que pasan esas cosas.” A la semana, con fotos de ellos besándose en la calle, las tapas desde Paparazzi hasta Diario Popular presentaban a “La nueva novia de Lamothe”.
"Es triste desarmar una familia. Ahí no te suena tan ridículo eso de 'no me separo por mis hijos'."
Se lo repite a sí mismo: “Clavé dos tiras seguidas, me la tengo que bancar”. Su plan para el año que viene es bajar el perfil: quería dejar la televisión por completo, pero lo tentaron con El marginal 2 . El 15 de enero comienza a grabar en Caseros esta precuela que explorará la historia de los Borges, la banda de presidiarios que gobierna el pabellón en la primera temporada. Está contento con su papel: un médico que se autoinculpa en un asesinato, y ahora debe sobrevivir en la selva carcelaria. También está contento de grabar escenas con Nicolás Furtado: “Diosito es un personaje increíble. Qué hijo de puta Nico, todas al ángulo. Es una bestia”.
El proyecto anunciado este año de la serie sobre la vida de Tito Lectoure está en stand by, a la espera de inversores. Está más cerca de confirmarse su tercera película con Mitre, Pequeña flor , basada en el libro de Iosi Havilio. Eso lo obligaría a instalarse por algunos meses en Francia, alejado de cualquier centro de conflicto mediático. Y todavía sigue trabajando en el guión de su debut como director (“Soy fan de Clint Eastwood”, dice), con una historia inspirada en películas como Sin lugar para los débiles y Un plan perfecto. Aunque sabe que pueden faltar años para que eso se concrete.
“Tengo mucho que hacer mejor: tengo que volver a entrenar. Tengo que dejar el cigarrillo, porque lo retomé este año. Tengo que descansar”, lista como objetivos para el año que viene. El más importante de éste que termina lo cumplió: reinventó el vínculo con su hijo como padre soltero. “Dentro de todo lo malo, esto es lo que más orgulloso me pone”, dice y sonríe cuando se le viene a la mente un plan: “Tengo ganas de que viajemos los dos a un all inclusive”.
La semana en la que termina esta entrevista, antes de despedirnos, me cuenta que tuvo otro pequeño triunfo en la gala por los 25 años de la revista Caras, en el Madero Walk de Puerto Madero. Dice que llegó justo para la foto, aprovechó para disculparse con Estevanez por el malentendido de hace unos meses y, cuando tenía que salir por la red carpet atestada de micrófonos inquisidores, hizo su jugada: notó que tenía detrás a Benjamín Vicuña, sutilmente fingió que tenía que atarse los cordones, lo dejó pasar primero y, cuando las cámaras se abalanzaron sobre su colega, aprovechó el momento y ejecutó su salida sin tener que dar explicaciones. Suena a que necesitaba ese escape.
El texto fue publicado como Nota de Tapa de la edición de diciembre de Rolling Stone.
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