Ese crimen es mío: François Ozon se divierte y hace pensar con un thriller legal para la era del #MeToo
Con innumerables citas al cine de Henri-Georges Clouzot y Billy Wilder, la película tiene como eje a una actriz acusada del homicidio de un productor de cine célebre por acosar a sus estrellas
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Ese crimen es mío (Mon crime, Francia-Bélgica/2023). Dirección: François Ozon. Guion: François Ozon, Philippe Piazzo, Georges Berr, Louis Verneuil. Fotografía: Manu Dacosse. Edición: Laure Gardette. Elenco: Nadia Tereszkiewicz, Rebecca Marder, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, Édoard Sulpice, Dany Boon, André Dussolier. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 102 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Es habitual que un cineasta tan versátil como François Ozon se permita pendular entre el drama y la comedia. O entre la influencia fassbinderiana y la exquisita reinvención de la comedia francesa acometida por el castigado Henri-Georges Clouzot. Es que luego de Peter von Kant (2022), explícita reescritura del clásico de Rainer W. Fassbinder, Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972), aquella pieza clave en el abordaje del artificio melodramático, Ozon se ha lanzado al cine de su propia patria. Pero no a cualquiera, sino a una forma de la comedia francesa, lindante con la sátira y heredera de la opereta, que afloró en los tiempos de la posguerra cuando los oscuros vientos del realismo clamaban su predominio. El más inesperado cultor fue Clouzot, quien luego se haría famoso con El salario del miedo (1953) y -por supuesto- Las diabólicas (1955). Crimen en París (1947) fue su película más olvidada, tildada de ligera, a menudo incomprendida. Una comedia sobre el sexo y la hipocresía que Ozon ha entendido a la perfección y ha aplicado a estos tiempos post #MeToo.
Así definió a Ese crimen es mío en una reciente entrevista con Variety, para rabieta de algunos críticos de los Estados Unidos. “Mi comedia pos#MeToo” se atrevió a decir, en un claro guiño a los múltiples juegos que propone la película, dialogando entre anacronías y transversalidades. Lo que asomaba en Crimen en París era un whodunit moral: una cantante algo ambiciosa concurría a la morada de un añoso productor con el objetivo de conseguir un buen rol y una suculenta retribución en el music hall. Mientras tanto, su marido celoso se aprestaba para concurrir de incógnito a la cita y sorprender la inminente traición. Una amiga de la actriz también la protegía con el crimen como declaración de amor. ¿Quién era en realidad el asesino de una víctima tan despreciable? Clouzot agitaba las sospechas y los prejuicios de sus espectadores mientras se divertía con las canciones y los contoneos de Suzy Delair, su amante de aquella época.
En Ese crimen es mío, Ozon también imagina a una víctima con rostro de villano. Un decrépito productor es asesinado de un balazo en la cabeza. Lo único que sabemos es que la joven Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz, gran descubrimiento que recuerda el de Ludivine Sagnier en Gotas que caen sobre rocas calientes y el de Paula Beer en Frantz) lo había visitado por un papel estelar y debió huir de sus garras. Un Harvey Weinstein de entreguerras desangrado en su living por la perfidia de sus intenciones. Madeleine será la acusada, convertida en actriz de los estrados para declarar un crimen en defensa propia y en nombre de la virtud. Ozon ya había explorado ese cóctel de mujeres y asesinatos en la explosiva 8 mujeres (2002), cumbre del artificio musical que también reunió a las grandes estrellas del cine francés -Danielle Darrieux, Catherine Deneuve, Fanny Ardant, Emmanuel Béart, y, por supuesto, Isabelle Huppert, quien aquí regresa en un papel a su medida- pero al servicio de un misterio. No hay misterio a revelar en Ese crimen es mío sino una constante exploración de las trampas de la realidad y la verdad de la ficción. Un teatro en el que, como en la Chicago de Bob Fosse, el crimen es la mejor antesala de la fama.
Pese a que las citas se repiten en el recorrido de Ozon -aquí se suman Mauvaise graine (1934), la primera película de Billy Wilder en Francia; el eco de Sarah Bernhardt en la actuación de Huppert, la referencia al parricidio de Violette Nozière que recreara Claude Chabrol en Niña de día, mujer de noche (1978)-, la figura del director maldito formado en la Alemania expresionista persiste. En 1960 -en pleno auge de la nouvelle vague- Clouzot dirigió La verdad, en la que una ascendente Brigitte Bardot era acusada del crimen de su novio y juzgada en un tribunal integrado solo por hombres. Gran parte de las escenas judiciales de Ese crimen es mío se inspiran en aquella lógica espectacular en la que demandante y defensor -interpretados nada más ni nada menos que por Paul Meurisse y Charles Vanel- se sacaban chispas para exhibir sin pudor la intimidad de una mujer. Ozon satiriza aquella lógica perversa, al mismo tiempo que se desmarca de la solemnidad de las narraciones contemporáneas y dispone a Madeleine y a su amiga y abogada, Pauline Mauléon (Rebecca Marder), a desafiar a puro duelo verbal a todos los varones del estrado.
Ozon se divierte, y nos divierte, conjugando la teatralidad de la justicia y los resortes del negocio del espectáculo. Y también se confirma como un gran observador de las tradiciones y transgresiones de su arte, las mismas que revelan lo permeables que son los términos clásico y moderno. Su aguda inyección de sarcasmo para leer los temas más serios nunca arrebata a su película la capacidad de reflexión sobre este mundo en el que el cine forja a sus personajes inocentes y a sus hacedores culpables.
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