Es hijo de un galán de los 80, vivió el verano trágico de la farándula y decidió hacer su propio camino
Román, hijo de Adrián “El Facha” Martel, habló con LA NACION; reveló que lo llamaron para hacer cine pero que dijo que no; instalado en Miami, recordó el femicidio de Alicia Muñiz, su vínculo con “El Negro” Olmedo y las adicciones de su padre
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“Mi viejo siempre me decía que me quería llevar a Disney pero no pudo. Después lo intenté yo con él y tampoco lo logré. Nos quedó esa cuenta pendiente. Mi sueño era traerlo a Estados Unidos, para que paseara, pero no se me dio, empezó a enfermarse, se complicó mucho su salud hasta que murió”, recuerda con profunda tristeza Román Martínez (43), hijo de Adrián “Facha” Martel, quien en los papeles se llamaba Pedro Julio César Martínez. La historia de este hombre es, también, la del hijo de una figura de la farándula argentina, con todo lo que eso implica: paparazis, rumores e historias producto de la fama conforman su abanico de vida, una vida que él torció a su gusto y antojo, lejos de todo eso.
Román explica a LA NACION que se fue a vivir a Miami en 2010 junto a Jennifer, su pareja en ese momento, y su por entonces único hijo, Tomás, que hoy ya tiene 18 años, un poco de casualidad: “Es que fue así. Casi sin proponérmelo empecé a venir a los Estados Unidos a manera de hobby. Luego conocí gente, seguí viajando más seguido, y se dio que mi mujer era ciudadana americana. La había conocido en la Argentina, pero no sabía que tenía la ciudadanía por sus abuelos. Un día ella me reveló que quería venirse a vivir, nos casamos acá en Miami, me hice ciudadano americano, y ahora tengo un hijo argentino y otro estadounidense”.
Cuenta además que todavía le duele no haber logrado que su padre lo acompañara en los Estados Unidos: “Me dio mucha bronca no poderlo traer, todavía me angustia. Pero apenas llegamos acá y por un tiempo largo vivimos en la casa de la abuela de mi esposa; no podía visitarme, todavía no estaba acomodado. Además no tenía visa, había que tramitar todo y él no estaba en condiciones. En 2013, año que muere, fui tres veces seguidas para allá, la última cuando me avisaron que había fallecido. Cuando más o menos me había acomodado, él nos deja en febrero de ese año”, describe conmovido.
Las adicciones, el femicidio de Alicia Muñiz y el verano del horror
“Con la droga me quité años de vida”, dice Román que su padre llegó a confiarle ya en muy mal estado de salud: “Pero la verdad es que nunca lo vi consumir, sí me daba cuenta de sus tics. No le gustaba que le metieran la mano en el bolsillo, se enojaba, me imagino que era porque siempre tenía algo ahí, qué sé yo. Con el tiempo empezaron a cerrarme cosas. Era muy cuidadoso. Cuando crecí hablamos de la cocaína. Me decía que el problema era salir, por eso insistía con que nunca entrara, porque podés parecer muy canchero, pero terminás de manera trágica casi siempre. Repetía que tener la autoestima bien alta es la mejor barrera para la droga”.
El recuerdo de Román lo lleva a sus años preferidos, los de la infancia: “Conmigo fue un excelente padre a pesar de que no estuvo presente viviendo el día a día. Te digo más, a mis viejos nunca los vi juntos, se separaron cuando era muy chico. Yo siempre esperaba los fines de semana para irme a la casa de él cuando tenía 8 ó 9 años. En las temporadas me iba de vacaciones y lo acompañaba”. Sin embargo, corta el relato para hablar de un hecho bisagra para la farándula: el femicidio de Alicia Muñiz. “Cuando Carlos Monzón mató a Alicia Muñiz en Mar del Plata, yo estaba en el cuarto de al lado, porque mi papá los había invitado a la casa. Monzón vivía con nosotros, era un invitado. Él decía que quería reconciliarse, pero todo terminó muy mal. Después se mezcló todo, lo trataban a mi papá de dealer cuando era un consumidor”, rememora.
La pregunta es inevitable: ¿cómo vivió esa noche del femicidio y qué recuerdos le quedaron? “¿Si viví algún trauma esa noche-madrugada? La verdad que no, por suerte no vi el cuerpo de Alicia, sí cosas que me quedaron grabadas cuando bajamos al garaje y miré: había una maceta rota, gran cantidad de vidrios en el piso, mucha policía dentro de la casa. Esa noche no me desperté, no sentí ruidos ni nada. Al día siguiente me levanta mi viejo a las siete de la mañana y me dice que nos teníamos que ir. La casa estaba llena de policías, ya había pasado lo peor”, relata.
Si bien era chico, Román tiene muy presente en su mente a Monzón. “Era medio loco, un día me regaló una cuchilla de marfil que cuando la abrías se hacía gigante. Mi viejo me decía: ‘No le hagas caso a éste que está loco’. Yo lo escuchaba a Monzón que me comentaba: ‘Mirá pibe, si alguna vez te para la policía se lo clavás’. Nunca supe si lo decía en joda o había tomado. Tenía nueve años y mi papá insistía: ‘No hagas nada de lo que te dice Carlos, está chiflado’. A mí nunca me cerró, así que le desconfiaba”.
Claro que ese no fue el único hecho trágico que vivió Román aquel verano de 1988. Al crimen cometido por el boxeador se le sumó otra muerte: el Negro Olmedo había caído desde el piso 12 del Maral 39 en Mar del Plata.
“Para colmo, al poco tiempo de eso, mi papá me da la noticia de que se había muerto el Negro Olmedo, no entendía nada, una desgracia tras otra. Cuando falleció Alberto también estábamos en esa casa. Me recontra acuerdo de él, era un tipo serio en el día a día, tiraba sus bromas pero nada más. A mí me caían bien todos, muy buena gente. Me encantaba estar con ellos. Esperaba ansioso que llegara el verano para verlos. Olmedo era divino, siempre íbamos a comer afuera con él”, subraya con un dejo de nostalgia.
Cuando la temporada de verano llegaba a su fin, padre e hijo regresaban a Buenos Aires: “Yo siempre vivía con mi mamá, pero los fines de semana lo visitaba. Él vivía en Libertador y La Pampa, era muy compinche, salíamos a comprar chocolates. Nunca me dejó de lado por verse con mujeres. Si se encontraba con alguna chica le hacía saber que yo estaba en su casa. Y como siempre tenía una diferente y recién me conocía, me trataba bien, jajaja. Además, todo lo que le pedía me le compraba, en especial cosas de computación. Recuerdo que comíamos con los famosos en Los Años Locos. Una vez me dijo: ‘Lo único que te voy a dejar en la vida como herencia es la entrada a los boliches gratis porque conozco a todos los dueños’”.
La mala época de su padre no tardó en llegar y así la vivió Román, ya en los Estados Unidos, con la familia que formó: “Yo viajaba todos los años para verlo, pero no era lo mismo. El tema de la adicción siempre fue un problema bravo. Él siempre fue muy consciente de que no podía salir. Era muy querido, tenía mucho código, la adicción fue su condena, y la muerte del Negro Olmedo también porque se le cayó abruptamente el tema laboral. Por eso a mí nunca me gustó seguir su carrera”.
Cambio de vida
Como era de esperar, a Román lo invitaron para filmar películas pero se dio cuenta que ese no era su camino. “Pero me parecía un caretaje total. Cuando te hacés público ya nada es igual. Porque si se te cae el laburo de actor y te ven manejando un taxi o un remise te tildan de fracasado. Y nunca más levantás”, apunta. Diferente fue el recorrido de “El Facha”. “Él trabajo en un circo para poder comer, hizo de todo. Hugo Sofovich y Adrián Suar le dieron una mano, no con continuidad, pero de vez en cuando le daban laburo. Pero cuando te hundís laboralmente y encima tenés una adicción, volvés a caer, es inexorable. Guillermo Marín, de El Corralón, lo ayudó mucho, es un tipazo, también Jacobo Winograd, que lo llevo a vivir con él, se portó muy bien. Hay muchos actores que el gremio dejó abandonados, algunos terminan en la Casa del teatro y otros abandonados a su suerte”, retrata.
Mientras cuenta su presente, la historia de su padre va y viene: “En Miami soy realtor, agente inmobiliario. Al que quiere comprar o alquilar le busco propiedades, lo asesoro, lo subo a una red de oferta y demanda. Mi mujer Jennifer se ocupa de los chicos, Benjamín de 6 y Tomás de 18, que el otro día me dijo ‘me parece que quiero ser actor’. Trabajaba en el Four Seasons de mesero, le pagaban una fortuna pero yo quiero que estudie. Él lo conoció a mi viejo, era muy chico, no tiene muchos recuerdos, pero de algún lado sacó el tema de la actuación. Algo tiene de mi papá, su personalidad de cuando estaba bien. Es buena persona como mi viejo, eso es fundamental”, describe.
“¿Sabés? Cuando yo lo necesité, mi viejo siempre salía corriendo”, asegura Román, y agrega:” Si no hubiese consumido lo tendría acá conmigo, es una pena que todavía me duele. Pero así estoy, pensé en el futuro de mis hijos cundo me vine para acá, aunque nunca voy a dejar de ser un inmigrante. Al principio trabajé con la electricidad, después como encargado de edificio, en la construcción, manejé un Uber, hice de todo. Desde los 15 años que laburo, ese es el legado que mi viejo me dejó, el de que siempre hay que remarla, contra viento y marea”.
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