Es hija de una famosa de los 90 y encontró en Brasil un estilo de vida 100% natural: “La gente llega con miedos y dudas”
Eligió el perfil bajo lejos de los flashes y cerca de la vida introspectiva y altruista a través de la meditación, el yoga y el contacto con la naturaleza; la relación con sus hermanos, marcada por el arte
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“Desde chiquita siempre quería transformar la vida de las personas, ayudar al otro, ser solidaria, no discriminar, es lo que mis papás me inculcaron y enseñaron”, detalla María Victoria, la hija menor y mujer de Liz Mazzini y Omar Fassi Lavalle, quien fuera secretario de turismo en el comienzo de la primera presidencia de Carlos Menem. Lejos de la exposición mediática que alguna vez tuvieron sus padres, encontró su camino en Brasil, donde encabeza grupos de yoga, que combina con el surf. Una vuelta total a la naturaleza con el objetivo de desconectar.
Se podría decir que tanto ella como sus hermanos hallaron aquello que más les gustaba en contacto con los demás. “Mi hermano Máximo trabaja como clown, además es trapecista; va a los hospitales a colaborar, a intentar mejorarle la vida a los niños, es payamédico y yo lo acompaño. Mamá siempre nos inspiró eso de estar cerca del que lo necesita para acercarle un alimento y un momento de alegría”, señala y reflexiona con nostalgia: “Fue muy importante para mí haber tenido esa enseñanza en mi propia casa, que me escucharan, que me dejaran hacer, que siempre nos acompañaran con la palabra justa en todo lo que emprendiéramos, desde un deporte hasta un estudio”.
Mery, como la llaman todos cariñosamente, señala que siempre fue la mimada, cuidada y contenida de la familia, y que todo eso potenció su personalidad en lugar de dejarla en situación de comodidad, algo que la llevó hasta la selva brasileña. “Desde chica siempre fui muy deportista, de estar en contacto con la naturaleza, al aire libre todo lo posible, jugando con mis mejores amigos que son mis hermanos, muy lúdica, disfruto el jugar, el cantar. Soy la menor, pero siempre me dieron confianza, seguridad”, se sincera y aporta que otra de sus pasiones es el surf: “Por eso cuando estoy en mares enormes con olas gigantes, siento que me gané el respeto dentro del océano. Tengo alta la autoestima, fuerte, con mucha confianza, y eso es por el lugar que se me dio desde muy chica”.
Respirar y surfear: “El objetivo es sentirse distintos”
María Victoria cuenta que se capacitó, y que desarrolla desde hace años, un emprendimiento en Itamambuca, Brasil, llamado SYM (@surfyogamusic) donde recibe grupos de los más diversos lugares del mundo para realizar todo tipo de experiencias con la gente que concurre. “Tengo una responsabilidad muy importante. La base es el autoconocimiento; entonces la gente viene a superar sus miedos para conocerse mejor. Llegan con muy poca confianza, muchos miedos y dudas. Lo que mejor hago es inspirarlos desde el ejemplo. Les muestro que cada uno puede ser su mejor versión y de esa forma superar temores y desafíos”, explica. ¿Cómo es la experiencia? “Con mi hermano Máximo hacemos yoga, meditación, surf, rondas de mantras, música para la naturaleza y vivencias sensoriales. Porque la gente está muy desconectada de la naturaleza. Necesitamos tiempo para lograr que pausen y salgan del piloto automático con el que llegan para poder conectarse con ellos mismos. El objetivo es disfrutar la vida desde otro lugar, de respirar y sentirse distintos”, apunta.
Para lograr todo esto, María hizo tres capacitaciones de yoga kundalini y lo aplica con música en vivo para potenciar la clase. “Se busca despertar el corazón, el amor. Hace ocho años que con Máximo lo hacemos juntos. Estuvimos en el Lollapalooza en marzo de este año, también en el festival de cultura de San Isidro en Malloys que generó mi tío Marcelo Mazzini frente al río luego de la pandemia para ayudar a la gente. Porque ese momento fue muy duro pero clave: había una cantidad impresionante de personas que querían vibrar alto en busca de energía amorosa, buscando paz, luego de tanto sufrimiento, fue emocionante, el público lloraba pero de alegría, se sintió libre otra vez después de tanto encierro”.
“Siempre quise ayudar a transformar la vida de las personas, me preocupa que el otro esté bien, la cuestión humanitaria para mí es fundamental”, dice y agrega: “Por eso tratamos de enseñarles a comer sano, a lograr la paz en contacto con la naturaleza”.
La historia de su llegada a Brasil se remonta a aquél primer impulso que tuvo de irse a vivir en un centro holístico en Bahía. “A mis padres les partió el corazón pero me apoyaron. Yo soñaba con aprender a mejorar la vida de las personas: Viví tres años ahí, todo era sustentable, con alimentación vegana, sin alcohol, sin drogas. Ahí nació nuestro centro sin quererlo ni saberlo, porque mi hermano Máximo hacía tiempo ya estaba allá. Te puedo asegurar que cuando la gente más conoce la naturaleza, más la preserva. Me levanto temprano todas las mañanas, primero medito y enseguida surfeo con mi tablón de tres metros. Me gusta decir que bailo sobre las olas de acuerdo con la música que el mar va proponiendo. Es una danza y el océano pone el compás. Me conecto con Yemanyá, la diosa del mar. Mamá y mi abuela nos enseñaron esa tradición, hacemos ofrendas. Te juro que vienen de todo el mundo a vivir la experiencia que les brindamos. Llegan con pánico al mar y terminan amándolo y surfeándolo”, rememora sus inicios.
Entre otras actividades que realizó, María Victoria recuerda su pasión por la decoración que desarrollaba y todavía lo sigue haciendo junto a su madre. “Trabajé con ella ocho años. Mi hermano Michel que es pintor, también tiene un ojo increíble para la deco, es muy sensorial. Ambos nos inspiramos con la naturaleza, es nuestra fuente de inspiración, siempre con una sonrisa es todo mucho mejor. Tratamos de contagiar eso, le llamamos ‘saborear la vida’. Ahora estamos trabajando a la par en un bodegón típico de Buenos Aires pero con mucho estilo y magia oriental también, que abrimos en Punta del Este y llamamos El Fondín. La gente dice que se siente como en su casa, se hablan de mesa a mesa, todo muy pintoresco”.
Hace un alto en el relato, se pone a hacer cuentas y lanza a manera de confesión. “Los números me dan que me la pasé más en el mar que en tierra, navegando, surfeando, nadando, buceando”, bromea y no tanto. Hago acciones para limpiar el océano, retiramos el plástico y lo llevamos a una cooperativa para que ellos lo reciclen. Hacemos una tarea de sustentabilidad y autoconocimiento. La naturaleza para mis hermanos y para mí es todo, siempre le digo a la gente que se conecte con ella y va a sentir calma y paz”.
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