Ernesto Schoo es el director del San Martín
Confirmación: el prestigioso escritor y crítico asumirá sus funciones la semana próxima al frente del complejo teatral de la avenida Corrientes.
El escritor y periodista Ernesto Schoo fue designado director general del Teatro San Martín por las nuevas autoridades municipales que asumieron ayer.
Desde hace unos días se venían desarrollando reuniones en las que participaron María Sáenz Quesada y Darío Lopérfido (secretaria y subsecretario, respectivamente, del área cultural) y dirigentes del Movimiento de Ayuda al Teatro (MATE).
Entre los nombres propuestos, uno de los que más consenso ganó fue el de Schoo, finalmente convocado por los funcionarios a una entrevista que tuvo lugar el viernes último. "Pedí el fin de semana para pensar el ofrecimiento y ayer dije que sí", confirmó en diálogo con La Nación.
El flamante director, que asumirá sus funciones la semana próxima, dijo que aún no puede adelantar detalles de la programación del año próximo, aunque subrayó que el espíritu general de su gestión será aunar la puesta de grandes textos con la apertura hacia nuevas propuestas estéticas. También expresó que se respetarán los compromisos firmados para la temporada en curso.
"A esta altura de mi vida el ofrecimiento me tomó por sorpresa, pero creo que se pueden hacer muchas cosas si uno tiene vocación de servicio y... plata, que parece que hay", enfatizó.
Schoo se dedicará, sobre todo, a trazar los grandes lineamientos generales del complejo escénico de la avenida Corrientes, y aún queda por definir quiénes serán sus colaboradores más cercanos.
Es la segunda vez que el San Martín tendrá un director surgido del mundo de la crítica, tal como fue el caso de Kive Staif.
La importancia de llamarse Ernesto
Trayectoria: en el largo camino que desemboca en la dirección del Teatro San Martín, Ernesto Schoo mostró de distintos modos su pasión irreductible por todo lo que esté ligado con el mundo del arte.
Ernesto Schoo nunca fue funcionario público, si se excluye de su impresionante currículum un trabajo iniciático -heredado de su padre- en la sección franquicias de la Aduana.
Por suerte, no fue para siempre, porque de entrada pesaron más las otras herencias de una familia cuyo apellido original era Shaw y cuya historia roza la mitología de los orígenes nacionales: con los antepasados españoles ("el 95 por ciento de mi sangre") se mezcló su tatarabuelo británico, uno de los invasores de 1806.
Con el suceder de las generaciones aparecería finalmente la grafía Schóó, "una herencia que ya quedó abolida porque, después de todo, es medio ridículo tener un acento en cada o", dijo alguna vez con ese humor zumbón que lo caracteriza.
De padres amantes del teatro y de la amplia biblioteca de la casa familiar en los campos de Pergamino no podía surgir otra cosa que una genética orientada a lo artístico.
"Soy un actor frustrado, pero no un actor fracasado", se rió más de una vez recordando sus travesuras escénicas de años juveniles, en las que llegó a integrar el elenco de una pieza de Ugo Betti ("hacía de viejito con la misma barba que tengo ahora").
El paso por el escenario fue fugaz por motivos prácticos: era más fácil ganarse la vida con el periodismo que con el teatro. En la órbita del lenguaje fue encontrando -en un trámite de vida que tuvo sus idas y vueltas- un buen modo de desplegar su vocación.
Luego de algunas colaboraciones en La Gaceta de Tucumán, Vea y Lea y Sur, así como de un premio de la SADE por su relato "En la isla", la carrera en medios gráficos cobró impulso en La Nación y continuó en Panorama, La Opinión, Convicción, Tiempo Argentino, La Razón, El Cronista Comercial y -actualmente- como crítico teatral de la revista Noticias y como colaborador de este diario.
Un punto de inflexión de su trayectoria fue su paso por Primera Plana, una revista que marcó época y tendencia. En ella, Schoo terminó de abrir el abanico de sus intereses estéticos. Así, se asomó a todas las disciplinas artísticas, apoyándose en una erudición renacentista y en un estilo de escritura muy elaborado cuyo efecto es -paradójicamente- una envidiable sencillez de lectura. Alguien dijo que todo eso creció nutrido por su formidable biblioteca, uno de los rincones más bellos de Buenos Aires, según ese mismo visitante ocasional de su casa de la calle Beruti.
Un maestro
Además de crítico, agudo cronista de costumbres y escriba múltiple, Ernesto fue muchas veces jefe de secciones de artes y espectáculos. En tales funciones formó a varias generaciones de periodistas, en los que dejó marcas indelebles, especialmente una: transmitir la noticia con rigor de verdad, pero contada como si se tratara de un pequeño cuento.
Sólo cuando se asumió como hombre de letras pudo finalmente definirse a sí mismo como "un escritor que hace periodismo".
El resultado fue que, de a poco, se alejó de la estresante vida cotidiana de las redacciones para concentrarse en su casa, labrando tanto colaboraciones especiales cuanto una atendible producción literaria: las novelas "Función de gala" (1976), "El baile de los guerreros" (1979), "El placer desbocado" (1988), "Ciudad sin noche" (1991), la recopilación de cuentos "Coche negro, caballos blancos" (1989) y la aún inédita "El tango paraíso", que en 1994 fue finalista del premio de la editorial Planeta. También realizó la traducción (del francés) de "El paso tan lento del amor", del escritor argentino Héctor Bianciotti.
Con todo, y aun en sus tiempos de mayor actividad periodística, nunca había abandonado del todo sus ganas de participar en el mundo del teatro, ya no desde su lugar de espectador privilegiado. Con el mismo espíritu de aventura que alguna vez lo impulsó a subirse a un escenario, en los años setenta escribió el divertimento "Acerca de Chevallier", que interpretaron Ana María Picchio y Angel Pavlosvky, así como algunas divertidísimas canciones para Nacha Guevara ("El colmillo", "Inocencia", "La doble cero") y Cipe Lincovsky. También hizo el guión de la película "De la misteriosa Buenos Aires", inspirada en textos de su admiradísimo Manuel Mujica Lainez.
En los últimos tiempos asumió con buen humor -y cierta resignación- su merecido papel de patriarca en el ámbito de la cultura. Los teatristas jóvenes, que a veces le temen a la lengua filosa de ErnestoSchoo, seguro que también estarán contentos por su designación al frente del San Martín. Ellos saben que, a punto de cumplir 71 años, sigue manteniendo el espíritu tan abierto como aquella primera vez en que sus padres lo llevaron al teatro.