A los 83 años, el decano del periodismo deportivo recorre su carrera, traza un panorama pesimista sobre el futuro del oficio y revela que escribe una biografía de Grondona; “El hambre y la necesidad son un impulsor enorme”
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“Hablo mucho porque esta puede ser mi última nota”, dice el hombre que bebe café mientras quizás imagine que regala un buen título. Esta nota es larga pero podría extenderse muchísimo más. Podría, como un pulpo, abrazar todo a su paso, multiplicarse en recuadros, levantarse en columnas, ablandarse en aguafuertes y hasta alargarnos la vida en un cuento interminable de historias mientras el fuego no deje de arder.
Charlar con Ernesto Cherquis Bialo, bibliografía oral y escrita del periodismo deportivo desde los años 60, requiere edición y no porque se explique confusamente. Al contrario, es pródigo en aclaraciones, ejemplos y definiciones magistrales mientras conduce el viaje a otro tiempo del periodismo, casi irreal para los centennials, pero lejos del baúl de los anticuarios, sin nunca perder de vista lo que viene. A horcajadas de los dos siglos, el periplo del cronista: del reino del papel a las promesas del streaming, con la épica de las cumbres a las profundidades y toda la diversión de vivir cada minuto en estado de deadline. No le gusta que lo llamen “leyenda” pero alzó con orgullo la distinción de personalidad destacada en el deporte que le entregó el miércoles 3 la Legislatura porteña, iniciativa del diputado Alejandro Grillo.
“Adviértase mi ancianidad -dice, porque puede-. Fui parte de proyectos experimentales de todo lo que ahora funciona.” Código de anfitrión, recibe con una sonrisa, de pie ante la puerta con la mano extendida -pero acepta el beso- y la inconfundible voz de orador, en el departamento donde vive solo, rodeado de aparatos de radio en cada rincón, sus cuatro Martín Fierro en los estantes con libros y fotos, la computadora, una bicicleta fija y algunos bastones. En 2021, fue operado de columna y continúa la perseverante recuperación con natación, kinesiología y pedaleo matutino. “Argentino nacido en Montevideo”, a los 83 años, Cherquis Bialo recuerda con fruición haber sido parte de la primera camada de egresados de la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos a principios de los 60. Antes, había probado un primer experimento de formación, la Universidad de Periodismo, iniciativa de un grupo de docentes e intelectuales de izquierda que no prosperó en los ministerios.
Becado al terminar los estudios, consigue una pasantía primero en Clarín y después, en 1963, en la que sería su casa, El Gráfico, antológica revista de deportes de editorial Atlántida, que dejó de salir en 2018 y llegó a vender para el Mundial 1986, casi 800.000 ejemplares. Al ingresar, los novatos debían pasar por “experiencias evaluatorias”: “Las redacciones eran escuelas de periodismo. Tenían algo glorioso, extraordinario, que añoro muchísimo: el mérito del pasante, sin que nadie supiera quién era o de dónde venía. Yo era nieto de refugiados de guerra, judío en una casa ultracatólica, con una formación experimental en el Círculo de Periodistas Deportivos y puesto en evaluación durante 30 días y más hasta que los jefes decidían si te ibas o te quedabas. Todos los pasantes del Círculo quedamos en la redacción y dos llegamos a director de la revista muchos años después: uno fue Héctor Vega Onesime y el otro fui yo”, dice sobre el cargo que ocupó desde 1982 a 1990, año en que empezó a trabajar en Telefe y, en 1994, en Rivadavia.
–¿De entrada te mandaban a cubrir partidos del ascenso?
–Nooo, la escuelita empezaba en casa, en la redacción: primero tenías que clasificar fotos, ponerlas en sobres en los archivos, aprender a leer textos, quedarse de guardia, acompañar al profesional para ver cómo trabajaba. Los actores te recibían en su casa con las mejores pilchas, la casa impecable, te presentaban a la familia y el fotógrafo podía ir al lugar más recóndito. Era para El Gráfico. No había intermediarios ni agentes de prensa ni influencers, se arreglaba directamente en el vestuario el domingo para ir el lunes o el martes. Después te llegaría cubrir algo según tu especialidad, al deporte que eras más proclive. Pero tenías que tener cultura deportiva. Si te pedían el sobre de Roberto De Vicenzo y vos no sabías quién era, eras cochería.
–¿Cuándo pasaste el nivel pasante?
–Lo mío fue atípico. Como Piri García, que cubría básquet y boxeo, se iba a los Juegos Panamericanos de San Pablo, el director de la revista, Carlos Fontanarrosa -un genio, un adelantado, mente abierta a las diferentes opiniones y posturas, creador también de la revista Gente- me dio una oportunidad. Preguntó quién podía cubrir boxeo por ese tiempo y yo levanté la mano. Practicaba boxeo, mi papá había sido boxeador. Y me mandaron el sábado a cubrir en el Luna Park la pelea entre Ignacio Basilio Magallanes y Héctor Mora por el título argentino de peso mediano. Tenías que ver la pelea, hacer vestuario -¡entrábamos al vestuario para estar con los actores!-, a comer algo con (Tito) Lectoure, algún manager y hasta el boxeador para después ir a la redacción a escribir en la Olivetti porque había que dejarlo hecho, con dos o tres sugerencias de título, para el domingo, cuando tenías fútbol, rugby y más.
–¿Fue tu primera firma?
–No. No me acuerdo bien. Pero no se firmaba como ahora. Solo los grandes.
–¿En el boxeo encontraste mayor afinidad para la narrativa?
–El juego más bello del mundo es el fútbol, pero nunca me interesó para comentarlo ni interpretarlo, sí para verlo y disfrutarlo. Cuando tuve que elegir sobre qué escribir, cuando me lo permitieron, dije que lo que más me importaba eran las historias, más que los hechos que están a la vista de todos. Las historias hay que descubrirlas y rescatarlas. “Soy un escritor de historias o intentaré serlo”, le dije a Fontanarrosa, que quedó muy impresionado de que me interesara eso más que lo técnico.
–Y te hiciste un festín de personajes. O de “actores” como los llamás.
–Jugadores, boxeadores, ajedrecistas, tenistas… son actores de mi prosa. Yo escribo historias. Y en esas historias, el deportista es circunstancialmente cultor de algo, cualquier disciplina: para mí son actores de la historia. La pelea es una excusa para encontrar actores, protagonistas, personajes, fue la regla que articuló esos años. Calculo haber cubierto unos 300 campeonatos del mundo: Muhammad Alí en Zaire (República Democrática del Congo), en los Estados Unidos, en Buenos Aires, siempre me abrió las puertas, tenía acceso directo, estaba en la lista de los pocos periodistas que podían entrevistarlo. También lo pude hacer con “Mano de Piedra” Durán y con Sugar Ray Leonard.
–¿Por qué firmaste en una época como “Robinson”?
–Esa fue una ocurrencia de Vega Onesime para mi segunda etapa en El Gráfico. En 1968, me fui para trabajar en la radio y volví en 1971. La doctrina de la casa no permitía que volvieran los que se habían ido. Como una excepción, me lo permitieron pero sin firmar con mi nombre. Constancio C. Vigil, a quien rememoro con gratitud, me lo permitió. Y Vega agregó el seudónimo Robinson (por mi admiración a Sugar Ray Robinson) y así quedó hasta que asumí como director en 1982, cuando volví a usar mi nombre.
–¿Cómo conseguías, en aquel momento, que semejantes figuras te dieran entrevistas?
–El Gráfico era muy conocido internacionalmente y, en especial, muy influyente en América Latina, hasta para los lectores hispanohablantes de los Estados Unidos. El promotor de Alí era Bob Arum, que todavía vive, y sabía de la convocatoria de la revista. Lo conocí a través de Lectoure, el dueño del Luna Park, y así llegué a Alí. En ese momento era más importante el medio que el periodista, no como ahora que hay periodistas que son su propia marca.
Combate en la Guerra Fría
Dejemos los guantes un poco de lado para jugar otra épica, la del ajedrez, y un combate de guerra, histórico, entre dos genios en plena Guerra Fría: el estadounidense Bobby Fischer vs. el soviético Boris Spassky por el Campeonato del Mundo en Reikiavik, Islandia, en 1972. Y Cherquis, que venía de cubrir una pelea en la zona nórdica, cruzó hasta la helada isla aunque esta vez no tenía ni idea cómo se movían los alfiles ni los caballos.
“No juego ajedrez y lo lamento. No había tiempo. Trabajar y estudiar desde muy joven. Y más de un trabajo porque además de El Gráfico, hacía radio cubriendo vestuarios y escribí en la sección Policiales del diario Crónica, donde conocí a Héctor Ricardo García, un maestro extraordinario. Mientras no firmaras en Deportes, El Gráfico te permitía trabajar en otros medios escritos. El hambre y la necesidad son un impulsor enorme”, dice.
–Pero volvamos a Islandia. ¿Cómo llegaba a tiempo el material desde el exterior a Buenos Aires?
–Mi primera experiencia fue en 1965, desde Roma. Se mandaba por night letter, un telegrama nocturno que permitía muchas más palabras que un telegrama convencional. Mandaba ese texto a la redacción que lo fritaba con los cables de agencia. Si surgía algo de último momento, se llamaba por teléfono con una demora de media hora porque había que pedirla con anterioridad. Maravilloso.
–¡Qué nervios!
–Y después estaba el télex, completado con “el pasajero”. ¿Sabés qué era? Va para cualquier caso, Monzón, Bonavena, Locche, la selección de fútbol… Se hacían las fotos de todo y se escribía la previa a máquina en el hotel. Siempre había un subtítulo para contar cómo se había llegado a ese momento y que servía para cualquier resultado posterior. Eso se hacía antes y lo mandábamos con “el pasajero”. Todo ese material, en un sobre membretado. Íbamos al aeropuerto, buscábamos los vuelos a Ezeiza y pasajeros argentinos. Siempre había uno que era lector de El Gráfico y con gusto aceptaba llevar ese sobre y entregarlo a otro, el de una agencia de mensajería, que esperaba en Ezeiza.
–Ay, qué estresazo. ¿Y la pelea, el partido?
–El acontecimiento, ese texto iba por télex. Tenías que ir al Correo, años así hasta que llegó el fax a mediados de los 80 o cerca de los 90. Los chicos hoy creen que todo empezó con la conectividad. Como dice Ortega y Gasset, ¿qué es la vida? Azar, determinación y destino. Y el azar tiene que jugar a favor del periodista. Imaginate para que llegara lo de Bobby Fischer desde Reikiavik.
–¿Qué pasó?
–Yo era muy amigo de un argentino que era jefe de cargas en el aeropuerto John F. Kennedy, en Nueva York. Fue él quien me ayudó a que “el sobre” llegara. Tenía que ir desde Islandia a Honolulú a cubrir una pelea, con escala en Nueva York. Tenía la foto con Fischer, ¿cómo hacía? Nos cruzamos en el aeropuerto. Este tipo por la pista del Kennedy -algo inimaginable hoy- arriba de esos autitos de los aeropuertos, fue hasta mi avión, le di el sobre, y de ahí corrió hasta el avión de Aerolíneas que demoró diez minutos para esperar esto ¿Es hermoso o no? La nota estaba consumada recién cuando llamabas por teléfono y te decían “¡Llegó!”.
–Un mundo de aventuras hasta que llegabas a la redacción...
–La redacción: era un hogar entrañable bajo el imperio del humo del faso, el café frío y espantoso, el ruido de las máquinas de escribir, los ceniceros desprolijos, la ropa colgada en cualquier lado, pero el intercambio verbal de la consulta, el título, el adverbio adecuado, el compañero que te leía…
–Y sin mujeres...
–Pocas. Soy un precursor. En El Gráfico incorporé mujeres, siempre les di chances porque me interesaba su visión. Renée Sallas y Cristina Castello, que trabajaban en Gente, hicieron entrevistas para El Gráfico. Y Eglis Giovanelli hacía vestuarios. Era muy difícil, porque la ninguneaban los actores, la subestimaban.
–Los colegas también.
–Sí, se reían.
–¿Quiénes entre ellas te gustan cómo trabajan?
–Ángela Lerena, Morena Beltrán, Bárbara Fritzler, hay más… aportan coherencia dentro de la ordinariez general. Pero me parece discriminatorio tener que hablar de las mujeres en especial, tendríamos que estar todos por igual, viene de lejos la lucha.
–Pero nadie abandona la silla amablemente.
–No. Pero yo siempre les di lugar.
–¿Hay que venir de la gráfica para hacer radio o televisión?
–Hay una generación que no lo ha hecho. Y se nota en el manejo del lenguaje, la terminología, la ponderación de los hechos, hay una falta de criterio periodístico, en general, en los medios audiovisuales. Hay criterios de producción pero que van detrás del rating, no de un sumario. El periodismo papel ha muerto y por lo tanto el periodismo ha muerto y ha nacido la comunicación, que después estipularemos de qué se trata, estamos cruzando esa frontera, del periodismo a la comunicación. Cuando mueran los últimos que venimos de las redacciones papel, del periodismo escrito, cuando ya no quedemos más, se iniciará otra manera de comunicar que ya está y compite con la vieja escuela: comunicación rápida, fugaz, urgente y plañidera. La inteligencia artificial reemplazará a las historias pero la emoción siempre será ponderada. Cuando se pegue la vuelta en la búsqueda de las fórmulas se volverá a apelar a la emoción, porque el lector elige la emoción. Quien sea capaz de llegar al corazón escribirá la mejor nota y no solo el que tenga más información.
–¿Qué será del periodismo deportivo?
–Murió. Tal como lo conocíamos, murió.
–Fuiste parte del programa Tribuna caliente, que adelantó ese griterío televisivo de opiniones.
–Sí, pero ¿con qué idioma? El fútbol es debate pero hacíamos debate entre periodistas, no entre hinchas. Hoy los productores buscan hinchas de River y de Boca para garantizar el golpe de impacto, eso es lo que se busca para alimentar el vivo. Eso pasa porque no hay un periodista jefe.
–¿Cuál es la mejor dupla de relator y comentarista en TV?
–Mariano Closs hace mejor los partidos. Y Diego Latorre, Juan Pablo Varsky, Marcelo Espina, son comentaristas extraordinarios. Tenemos grandes relatores y comentaristas, pero debatientes ordinarios. En radio, Víctor Hugo (Morales) es el número uno, olvidate. Y da una ventaja bárbara: en el remise pregunta adónde van y quiénes juegan. Es un prodigio. Pero los de tele actuales son muy buenos, mejores que los antecesores, pero todos son hijos de Marcelo Araujo. El periodismo deportivo de TV le debe a Marcelo Araujo el reconocimiento salarial, porque rompió con todos los moldes.
“La Argentina es un país gerontofóbico”
Padre de tres hijos, de dos “administraciones” distintas, abuelo de dos nietos que viven en los Estados Unidos y, desde hace quince años, en pareja cama afuera. Cherquis Bialo no tiene gatos ni perros porque no quiere problemas si tiene que viajar. Define a su rutina como “muy dinámica”: dedica mucho tiempo a su recuperación física, trabaja los viernes en Radio 10 en Mañana Sylvestre y muy de vez en cuando, escribe algo para Infobae, medio al que se siente muy agradecido porque, dice, “Me rescató hace unos años”: “Daniel Hadad me devolvió la vida después que me echaran de la AFA en 2016, intervenida durante el gobierno de Mauricio Macri con quien me separaban muchas diferencias desde que fue presidente de Boca”.
–Aclaremos que fuiste desde 2008 hasta 2016 director de Medios y Comunicación de la AFA y vocero del entonces presidente de la AFA Julio Grondona. ¿Qué te llevó a cruzar al otro lado del mostrador?
–Lo pensé mucho y me decidí con la convicción de que ya no volvería más al circuito periodístico. Es una decisión que tenía que ver con mi edad y con la gerontofobia. La Argentina es un país gerontofóbico, no tenía futuro y tenía que tomar una decisión y fue la correcta. Fui a ofrecer mi arte a una institución que modernicé, conocí a mucha gente y lamenté no haber tratado antes a Grondona porque aprendí mucho de la vida. Pero Macri me echó, choqué contra la pared, no me indemnizaron y tuve que ir a un largo juicio laboral. Ahí apareció Hadad con su propuesta y me salvó la vida.
–¿Por qué te abrió esa puerta?
–Fue mi mejor alumno de periodismo en la Universidad Católica, fue becado para la Universidad de Navarra a quien recomendé porque era el mejor. No lo vi más pero seguí su carrera. Y tuvo ese gesto conmigo tanto tiempo después. Me devolvió la vida, la profesión y la esperanza. Me insertó en la redacción de Infobae junto a jóvenes periodistas para coachearlos y escribir historias sobre mis experiencias profesionales.
-Sos autor de los libros Yo soy el Diego de la gente; Carlos Monzón, mi verdadera vida, con Daniel Arcucci; y 100 años de boxeo argentino en 12 combates legendarios, con Carlos Irusta y Diego Morilla. ¿Fuiste consultado para las series sobre Maradona, Bonavena, Monzón?
-No, nadie me llamó. Pero tengo proyectos. Ahora estoy escribiendo un libro sobre Julio Grondona para ser rápidamente guionado. Eso lo decidirá la familia. En vida, los últimos dos años antes de que él muriera empezamos, porque hasta ese momento se resistía. Y es lo que he retomado porque su historia volverá a tomar fuerza cuando la vida pegue el círculo de su parábola. Mi otro proyecto es el streaming, si alguien se interesa por mis columnas de opinión e interpretación. Salga o no, lo más atractivo es el proceso creativo, más que el resultado. Como con la mina, es más bella e inteligente, más necesaria en el período de seducción que en la convivencia.
–Has acompañado muy de cerca a muchos actores del deporte. Pero no te metías con su vida privada. Por ejemplo, caso Carlos Monzón.
–Es verdad. Con Alfredo Serra, de Gente, estuvimos junto a Monzón y Susana Giménez en Montecarlo. Y planteo esto como un gran estigma de mi vida profesional. Fui testigo de muchas actitudes agresivas de Monzón. Pensaba en el lector de El Gráfico, en lo que quería. ¿Le importaba leer esas cuestiones? No sé por qué me contesté que no, que solo le importaba lo deportivo. Al lector de Gente, que era de la misma editorial Atlántida, sí le importaban cuestiones íntimas. Los dos cumplimos con nuestra obligación pero hoy pienso que tal vez me equivoqué. Tanto Serra como yo la vimos a Susana salir corriendo por el pasillo del hotel pidiendo ayuda. Serra le abrió la puerta y la cerró. Yo estaba ahí, escuché lo mismo. Él hizo una crónica con eso y yo no dije una palabra. Hoy lo contaría sin dudarlo. En aquel momento, no lo hice y me lo pregunto… Yo no hubiera publicado la tapa de El Gráfico en 1991 con Maradona, en Caballito, involucrado en drogas, porque no traicionaba la verdad periodística sino la credibilidad de la feligresía maradoniana.
-Muy discutible.
-Claro, hoy es diferente, hoy no sé lo que le diría a un alumno si me lo pregunta. Yo también me lo pregunto.
-Trabajaste con Marcelo Tinelli en Telefe. ¿Cómo fue la experiencia?
-A fines de febrero de 1990, recomendé -y luego me ocupé personalmente- de contratar a Tinelli tras la deserción de Gustavo Lutteral para un programa nocturno. Además de dirigir El Gráfico, yo era gerente de Deportes de Telefe. Aceptó la oferta: 1500 pesos por mes; El Trece le pagaba 1200, siempre y cuando sostuviera su condición de relator de fútbol. Por eso hicimos juntos algunos partidos de la Copa Libertadores de ese año para Telefe. Como relator era impecable. Como conductor del programa de medianoche [Videomatch, él no lo menciona], fue de menos a más. Al principio, lo quisieron echar por falta de rating pero lo sostuve. El pobre competía con programas sobre el Mundial 90 sin una mínima imagen. Imposible. Pero al final del Mundial, Gustavo Yankelevich, director artístico del canal, se metió, le dio más herramientas de producción, comenzó a crecer y terminó haciendo un gran éxito, Ritmo de la noche, y sin relatar fútbol, que era lo único que le gustaba y quería hacer. Después vino un Tinelli empresario, dirigente, influencer y celebérrimo, que mató al primero y destruyó todo lo construido. Los años recientes fueron devastadores, pues nunca descubrió cuál era el límite de la codicia.
–¿Quiénes son tus amigos en el medio?
–Julio Ricardo, Julio Lagos, Marcelo Araujo, Víctor Hugo, Ezequiel Fernández Moores, Alejandro Wall, Andrés Burgo, me voy a olvidar de alguno y se va a enojar…, los más jóvenes me dan vida. No hay tratamiento más eficaz que revitalizarse con jóvenes, comerte un asado con ellos, escucharlos, debatir, compartir, es lo mejor que te puede pasar.
–¿Nunca quisiste convertirte en periodista político como tantos de tus colegas?
–No tengo condiciones. Creo que lo hacen porque se ha perdido la influencia de periodistas deportivos en el medio.
–Cherquis, la última, un clásico del periodismo deportivo: ¿podés definir a Maradona y Messi?
–Maradona siempre tuvo un comportamiento humano, personal. Siempre fue él, y se reconoció con defectos y virtudes, reconoció sus errores y dijo que la pelota no se mancha, fue un hombre. Messi tiene un comportamiento institucional, es una empresa. Las empresas no se emocionan, no se involucran, no se comprometen. Y los dos ofrecen en el top de la élite, el mejor producto posible: la magia. Dos mágicos: uno, humanístico y el otro, institucional.
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