Erik Satie en su aniversario
Erik Satie (1866-1925), hijo de padre francés y madre londinense de origen escocés, planteó la divisa de una música francamente francesa, "de ser posible sin chucrut". Esto significaba que debía estar tan alejada de Beethoven como de Wagner, y con una búsqueda de sencillez, de sabor cotidiano, que influyó fuertemente sobre el futuro neoclasicismo. He aquí una de las posibles demostraciones del espíritu creador de Erik Satie, de quien se celebran en este 2016 los 150 años de su nacimiento.
Aunque había estudiado en el Conservatorio de París y luego en la Schola Cantorum, Satie no llegó nunca a ser un músico con solidez de oficio, lo cual puede haber resultado ventajoso para su concepción de un arte alejado de todo preciosismo, refinamiento y búsqueda de trascendencia.
Su actuación como pianista en un famoso cabaret de Montmartre, El Gato Negro, lo familiarizó con el encanto del music-hall, cuyo estilo tendría mucho influjo sobre los creadores de la inmediata primera posguerra.
La doctrina estética de Satie nos habla de un espíritu nuevo en la música, que de alguna manera quedará forjado por él mismo. Una música sin afectaciones, alejada de un estilo grandioso, con sencillez emocional y una firmeza de expresión despojada de lo no esencial, hasta quedar "en los huesos".
Lo más difundido hoy de su creación son algunas de sus piezas tempranas para piano, como las Gymnopédies (1887) y las Gnossiennes (1890), que contienen danzas inspiradas por la robusta contextura de la producción popular.
Estas últimas fueron compuestas entre 1889 y 1891. Se advierten aquí sus famosas anotaciones enigmáticas, escritas en francés en lugar del habitual italiano. Por ejemplo trés luisant (muy brillante), du bout de la pensée, postulez vous-même, ouvrez la tête, etcétera, sin duda dando libertad al intérprete para que ponga sus propias sugerencias en cada interpretación. A la vez el ritmo juega un papel especial pues elimina las barras de compás, mientras una figura sincopada asegura la unidad del acompañamiento.
En lo que hace al contenido expresivo de estas composiciones, refleja un recrudecimiento de misticismo en el compositor, resultado de un encuentro con el gran maestro de la orden de los Rosa Cruces, de la cual fue maestro de capilla.
Autor de obras para el teatro, religiosas, orquestales, pero sobre todo para piano, Francis Poulenc ha comprendido muy bien su personalidad de músico al asegurar que ha sido un "músico guía", cuya importancia no tiene ninguna relación con la entidad de su producción. Ninguno mejor que él, y en el momento justo, dijo lo que no se debía hacer, dejando a todos la libertad de elegir lo que sí debían hacer.
El próximo miércoles, a partir de las 20, y con el título de "El bello excéntrico", el Teatro Colón le dedicará un homenaje. Un merecido homenaje.
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