Era una absoluta desconocida, una noche le sacaron una foto y el número uno de la TV no la dejó escapar: “Los hombres no me quieren porque soy horrible”
Hizo de todo: trabajó en una inmobiliaria, en un bazar, limpió vidrieras... hasta que el destino le trajo la fama; Gerardo Sofovich se obsesionó y la sumó a su programa más exitoso; la historia, entre recuerdos y fotos nunca vistas, de una de las leyendas de la pantalla (chica y grande)
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Amaba el ballet, pero pese a que Adriana Brodsky estudió dos años en la Escuela Nacional de Danzas para llegar a ser bailarina del Teatro Colón, no pudo seguir adelante para poder cumplir ese ansiado sueño. No porque le faltara dedicación o fuera una mala alumna. La situación económica en su casa no era la mejor. Llegó un momento en que no tuvo ni para pagar el boleto de colectivo para ir a la academia y se vio obligada a salir a trabajar sin poder terminar siquiera la escuela secundaria.
Empezó a los 14 años en un bazar de San Telmo cercano a su casa limpiando la vidriera. Mientras tanto, Lila, su madre, que se había separado de su papá cuando ella tenía tan solo dos años, era secretaria en una inmobiliaria. A su padre recién lo conoció cuando tenía 12 años. Vivía en un departamento en Chile y Chacabuco. Lo vio un par de veces más en su vida, hasta que murió cuando ella tenía diecisiete años.
Después fue “che piba”, como ella lo califica graciosamente, haciendo de cadeta en una agencia de turismo donde salía a hacer trámites por la calle, llevaba cheques a los bancos, realizaba depósitos para cubrir cuentas y servía café. Todo para “ganarse el mango”. Con su amado hermano Javier la luchaban juntos para salir adelante. De adolescente también trabajó de promotora repartiendo folletos durante doce horas.
Una noche, una foto y la fama que le cambió la vida
A fines de los años 70 ocurrió algo impensado porque su objetivo nunca fue ser famosa sino bailar, porque le encantaba hacerlo. Y mientras lo hacía en una disco junto a una amiga, un calificado reportero gráfico que hacía producciones para la agencia de publicidad de Juanita Bullrich la descubrió, le propuso ser modelo, la retrató y al poco tiempo comenzó con sus primeras campañas. Fue un shock. Incluso, empezó a viajar a Brasil para hacer comerciales. A así llegaron a su vida nada menos que los de Johnson & Johnson y Fiat.
No paró más. Se metió de lleno en el mundo de las promociones. Trabajó durante años de lunes a lunes en temporadas, desfiles, comerciales y presencias. Hizo de todo con responsabilidad agradeciendo que la llamaran recordando siempre aquellas épocas donde nada le sobraba. En 1982, fue electa segunda princesa en el certamen Perla Siete Días. Le entregó la corona a la ganadora, Paula Simpson, acompañada por la primera princesa, Giselle Kovalchuk.
Y siguió sumando propuestas y marcas que la convocaban como Hitachi, Seven Up, Mantecol... Esta última se convirtió en clave para su vida porque Gerardo Sofovich la descubrió allí y cuando la vio por primera vez se lo dijo bien claro: “¿Vos sos la de la propaganda, no? Estás contratada, ¡empezás ya!”.
Si no le tienen fe...
Había llegado a él de pura casualidad. Como quería que la eligieran como extra para hacer algún bolo, un día llevó un book de fotos a una productora y lo dejó olvidado. Tuvo la suerte de que lo encontrara Carlos Bianchi, representante de actores, quien le acercó las fotos a Gerardo Sofovich y lo dejó sorprendido. A las dos semanas, Adriana era parte del programa que en 1982 hacía más de 60 puntos de rating, La peluquería de Don Mateo, con Rolo Puente, Santiago Bal, Jorge Porcel, María Rosa Fugazot, Noemí Alan, Amalia “Yuyito” González...
El sketch del Manosanta -que hacía con Alberto Olmedo, Javier Portales y Beatriz Salomón- también marcó su vida. “Maestro, los hombres no me miran porque soy horrible”, fue el latiguillo que quedó para siempre en el recuerdo. “Fue realmente hermoso trabajar allí con Javier Portales, otro número uno y la Turca Salomón, una gran compañera y amiga, a quien quise mucho”, se emociona. “Para mí trabajar con El Negro era como ir a una fiesta. Fue uno de los mejores compañeros que tuve, no era un jefe. Calabró era otro genio, excelente persona más allá del trabajo; Gerardo fue mi padre artístico, me hizo entrar por la puerta grande”, se cuenta y agrega: “No quiero olvidarme de tantos grandes como José Marrone, Mario Sapag, Tato Bores, Santiago Bal, Martín Bossi... tuve mucha suerte”.
El amor llegó cuando se enamoró de Juan Bautista “Tata” Yofre, por entonces primero secretario de Inteligencia del Estado entre 1989-1990 y luego embajador durante el gobierno de Carlos Menem, a quien hoy sigue recordando como el hombre de su vida. Juntos tuvieron a Javier, con quien abrió Fontana Bar en Núñez, y a Agustina, experta en diseño gráfico. “Mis amados hijos son todo, son la familia que desde chiquita, en medio de una infancia, soñé con tener y lo logré”, dice, cada vez que se le pregunta.
Adriana Brodsky, una vida en fotos
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