El actor, famoso por sus trabajos en la televisión, continuó su carrera de los últimos años haciendo teatro de texto, pero con su protagónico en Come from away encontró un nuevo amor: el musical
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“Mi primer espectáculo profesional fue en 1972, en el teatro Liceo y fue Túpac Amaru, con Federico Luppi y Thelma Biral. Pero a los cinco años me subí por primera vez a un escenario en el colegio para hacer de payaso. A los once estaba en el colegio La Salle y quería ser cura; a los doce, cuando terminé el primario, di los exámenes en la Escuela Naval Militar porque quería ser oficial de marina y entré pero a último momento decidí que seguía haciendo el bachillerato; y a los quince, me di cuenta que en realidad lo que me gustaba era ser actor porque lo que quería era disfrazarme de payaso, de cura, de milico o de lo que fuera y ser actor me permitía ser todo eso”, eso dice Edgardo Moreira que, a los 70 años, de manera inesperada encontró en el teatro musical el papel de su vida luego de más de 50 años de carrera actoral en Come from away, en el Maipo.
Pasó por la televisión en programas tan populares como Tengo calle, Rebelde y solitario, Las comedias de Darío Vittori, Valeria, Ricos y famosos, Montaña rusa, Valientes, Campeones, Farsantes, Guapas, Dulce amor, Amas de casa desesperadas, entre tantos otros papeles que se vuelven incontables. Por supuesto, otra lista tan extensa se puede realizar con sus participaciones teatrales que comenzaron allá por los años 70 con un clásico de Frank Wedekind como Despertar de primavera, dirigida por su maestro Agustín Alezzo, y con el musical Aquí no podemos hacerlo, dirigido por Pepe Cibrián. A partir de entonces se dedicó al teatro de texto.
Pero el presente de Moreira es inmejorable. Justo antes de la pandemia, y luego de haber estudiado unos cuantos años de canto, se presentó a las audiciones de uno de los protagónicos de Come from away, la obra musical que es furor en Broadway y que parte de un hecho real: cuando a partir del atentado del 11 de septiembre de 2001 y por la emergencia aérea de los Estados Unidos, 38 aviones fueron desviados hacia una aldea canadiense y siete mil pasajeros aterrizaron y tuvieron que convivir con sus habitantes. Semejante situación, obligó a los aldeanos a abrir sus casas y convertirse de manera inesperada y subrepticia en anfitriones por unos cuantos días.
A unos meses del estreno, el musical testimonial de Irene Sankoff y David Hein que debutó bajo la dirección de Carla Calabrese, con banda en vivo y quince actores en escena, en el Maipo ya recibió elogios, buenas críticas, 23 nominaciones para la próxima edición de los Premios Hugo y un estallido de aplausos y ovaciones con el público de pie durante, mínimo, cinco minutos en cada función. Edgardo Moreira, su protagonista, habló exultante con LA NACION de su papel que lo tiene visiblemente emocionado.
–¿Cómo te encuentra tu presente laboral?
–Muy feliz y contento porque para mí fue un riesgo muy grande meterme en el mundo del musical después de casi cincuenta años de teatro de texto. Hace cuatro años tuve ganas de volver a cantar, me conecté con el maestro Sebastián Mazzoni y empecé a tomar clases. A los dos años me propuso presentarme a las audiciones de Come from away. Yo no sabía de qué se trataba pero él me insistió y me dijo que estaba en condiciones así que me presenté en el Maipo e hice la prueba. Me llamaron a los tres días para hacer otra y cuando salí de ahí, a los quince minutos, me llamaron para decirme que había quedado, que iba a hacer el papel del alcalde. Yo estaba en el subte y me puse a saltar y a gritar en el andén porque no esperaba esa noticia y mucho menos tan rápido.
–Pero esto fue a comienzos de 2020 y no pudieron estrenar...
–Sí, estábamos a diez días de estrenar cuando comenzó la pandemia. Así que seguí trabajando durante dos años. Todas las semanas con Mazzoni seguía cantando así que tuve la posibilidad de entrenar y prepararme mucho más. Los que están conmigo en escena son todos número uno, es un seleccionado del musical. Pero siempre fueron muy generosos conmigo, no me hicieron sentir que era de otro palo, ahora ya me siento parte del musical y me quiero quedar acá.
–La exigencia del musical es muy alta, ¿cómo fue el proceso de ensayo?
–Carla Cabrese genera una atmósfera que tiene más que ver con lo humano que con lo profesional. Ensayábamos de lunes a sábados siete horas diarias, prácticamente una convivencia. Somos muchos y nunca hubo un solo roce. Esta obra habla de la solidaridad, de cuidar al otro y ella nos mostraba videos del avión del marido (el piloto y director cinematográfico Enrique Piñeyro) que sacaba refugiados de Ucrania y los llevaba a España o a Italia. Nos mostraba la foto de lo que estaban haciendo de verdad mientras armábamos un avión de mentira arriba del escenario. La realidad y la ficción se juntaban. Además la obra está basada en un hecho real. Y al mismo tiempo, nosotros construyendo una ficción teníamos un vínculo con una situación real solidaria que fue muy shockeante.
–¿Cómo fue volver al género musical después de casi cincuenta años de otro tipo de papeles?
–El primer musical que hice fue Aquí no podemos hacerlo, la primera versión de Pepe Cibrián, en 1978, en el teatro Embassy. Trabajaban además, Ana María Cores, Sandra Mihanovich, Déborah Warren, Ricky Pashkus, Graciela Pal, Quique Quintanilla, Dalma Milevos y Graciela García Caffi, entre otros. El título daba cuenta de la imposibilidad porque se creía que en Argentina no había talento para hacer musicales. Pasaron 50 años y yo estoy en el Maipo haciendo una obra con un título en inglés donde es obvio que podemos hacerlo. Y en el medio está toda mi vida profesional. Es mágico.
–¿Cómo llega la actuación a tu vida?
–Mi padre, Constantino Moreira, usaba el nombre de Tino Marín y hacía radionovelas, fue compañero de Carlos Estrada y de Alfredo Alcón. En los años 50 yo lo escuchaba. Mi madre era pianista y compositora y llegó a ser la rectora del Conservatorio Nacional. Como rectora les firmó los diplomas a Duilio Marzio y a Alfredo Alcón. Mi hermana Cristina Moreira es la que introdujo el clown en la Argentina. Se fue a París siendo muy joven, vivió diez años en Europa y aprendió el método Lecoq, lo trajo y fue la maestra de todos los grandes clowns. Cuando terminé el colegio me fui de intercambio a los Estados Unidos durante seis meses. Volví a los 18 años y me presenté al Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Saber inglés me permitió hacer tres películas en la década del 80 coproducidas con el exterior. Actué en una de ellas, Venganza de un soldado, con John Savage, que hizo El francotirador y Hair, en cine.
–Tuviste un momento de mucha exposición pública, en papeles más populares de la tele, ¿hubo un viraje en estos últimos años hacia algo más introspectivo?
–Empecé a estudiar con Agustín Alezzo y con Hedy Crilla, para ellos hacer televisión era una herejía, así que mis primeros años fueron de mucho teatro de texto hasta que, en un momento, me decidí por hacer televisión. Hice muchas telenovelas, me crucé con Noemí Alan, me enamoré y fue algo muy mediático. Cuando me separé, me replanteé todo tanto a nivel emocional como laboral. Y ahí volví fuertemente al teatro, no es que quise dejar de hacer televisión pero fue un ciclo. La conocí a mi actual mujer, a Josefina, en 2006 y es la etapa más feliz de mi vida pero no porque sea mejor o peor sino porque es más plena.
–¿Cómo fue el salto del teatro de texto al musical?
–Hace unos años se despertó en mí la música, vino a mi memoria mi madre al piano y yo escuchando debajo de la mesa del living. Me llegó el musical y es lo que quiero seguir haciendo. Descubrí que, a diferencia de lo que siempre se dice con cierta descalificación frente al teatro de texto, es mucho más difícil. Es un género mayor porque está el lenguaje hablado, el cantado, la danza, la música, el movimiento. La sensación que tengo es como si me hubieran metido en la cueva de Alí Babá, por todos los tesoros que hay ahí dentro. Tengo una fascinación con todo ese mundo que tiene reglas propias, que son difíciles. El riesgo y el esfuerzo son mayores pero, al mismo tiempo, cumplí 70 años y es impagable sentir de nuevo lo mismo que a los 20. Esos minutos antes del estreno son indescriptibles, como cuando los jugadores de fútbol cuentan cuando van a patear un penal y ese camino al ir a poner la pelota es interminable. Yo decía: “empecemos de una vez porque no me aguanto más”. Para colmo yo abro el espectáculo. Salgo y digo: “En una costa lejana, al norte y al este de Canadá, hay una isla perdida que se llama Newfoundland (Terranova), allí hay un aeropuerto que alguna vez fue el más grande del mundo y, a su lado, hay un pequeño pueblo llamado Gander. Es un pueblo chico al que llamamos ‘la Roca’ porque se encuentra en medio del océano sobre una roca gigante y todos recordamos dónde estábamos aquel día”.
–Aquel día es ni más ni menos que el 11 de septiembre de 2001, un día que cambió la historia, que abrió el milenio de la manera peor pensada y que, es cierto, no hay humano que no recuerde qué hacía y dónde estaba aquella mañana. Y en tu carrera esta obra inaugura un nuevo ciclo, ¿lo ves así?
–Mi vida empezó de nuevo. El teatro de texto entra por la cabeza y el teatro musical entra por el corazón. No hay vuelta. Soy creyente y creo que hay un ser superior, me conecto, y le estoy agradeciendo todo el tiempo porque no puedo ser más feliz. Hago lo que me gusta, con la gente que quiero hacerlo. Es como un milagro que me haya llegado a esta edad. Yo estoy seguro de que me van a proponer hacer otros musicales y voy a estar abierto a hacerlo. Lo que me dice mi maestro Mazzoni es que tengo una formación actoral que completa muy bien y una edad que me permite cubrir papeles para los que no hay tantos actores. Tengo muchos papeles con los que sueño. De chico vivía en Ayacucho y Corrientes y enfrente estaba el cine Cataluña. Por cincuenta centavos veía tres películas. Y veía a los actores ingleses que me producían una gran admiración: Peter O’Toole, Richard Harris, Richard Burton. Salía de ahí, me encerraba en el baño de casa y repetía parlamentos en inglés. Y cantaba la melodía. Me encantaría hacer Mi bella dama o El violinista en el tejado, por ejemplo. Antes de hacer esta nota estuve tomando mis clases de tap. Me estoy preparando para poder hacer lo mejor cuando me aparezca lo próximo.
Para agendar
Come from Away. De Irene Sankoff y David Hein, con dirección de Carla Calabrese. Viernes y sábados, a las 20.30; y domingos, a las 19.30. En el teatro Maipo, Esmeralda 443.
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