Betiana Blum: “Migré sólo me llamó una vez para que lo autorizara a usar mi nombre”
Protagoniza La pipa de la paz, junto a Sergio Surraco; repasa su carrera, sus inicios y sus mejores anécdotas
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Desde la mesa está servida hasta el protagónico, desde el anonimato hasta la ovación, no hay sabor en el camino que Betiana Blum no haya probado, sin pausa ni atajos, con energía perforadora, con la picardía de sus oblicuos ojitos verdes muy Shirley MacLaine y una decisión innegociable: provocar disfrute con su trabajo. Hasta cuando se emociona o prefiere guardar silencio, no hay respuesta en la que no sonría. Actriz, maestra de actuación, directora, guionista, tantas veces entrevistada por Esperando la carroza o por Rosa de lejos, su carrera desborda esos hitos a los que nunca, tampoco, se aferró. Este mes volvió a la avenida Corrientes, acompañada por Sergio Surraco, con La pipa de la paz, de Alicia Muñoz, obra que había estrenado antes de la pandemia (con Gastón Ricaud) y que giró por todo el país.
“Amo esta obra, es un hallazgo. Me gusta que una pieza, a través del humor, diga cosas. La autora me hace acordar a Jacobo Langsner (Esperando la carroza), es muy inteligente, no escribe chistes sino situaciones desopilantes. ¡La paz! ¿vieron algo más aclamado por todos y no encontrado nunca como la paz? Nadie tiene paz en esa obra, ni el hijo que trabaja por la paz en Naciones Unidas ni la madre que está en guerra con las hijas, todos tienen problemas, ninguno tiene paz interior y, en esa mezcla, hay muchas situaciones divertidísimas, la gente se ríe todo el tiempo”, dice.
–Felisa, tu personaje, es una mamá intensa. ¿Dónde la buscaste?
–¡Es una madre! ¡Adentro de mí misma! ¿Viste los ecualizadores de la música? Como si estuviera desde el asesino al santo, cuando hago un personaje, ecualizo. Pongo más de esto, bajo lo otro, trabajamos con las emociones.
–Además sos la directora. ¿Es la primera vez que dirigís?
–Sí. Me interesa el trabajo del actor, las situaciones, mucho más que las preocupaciones de un puestista. Planteo cosas e investigamos con el actor cómo hacerlo, hay muchas formas, no soy estricta en eso, se trata de proponer y buscar. Con Sergio Surraco nos escuchamos, hay comunicación, es muy buen actor y muy buena persona, pone el hombro para todo.
Aunque no lleve la cuenta, entre tantas obras de las que fue parte en toda su carrera, a Betiana Blum la dirigieron muchas mujeres: Valeria Ambrosio (Yo amo a Shirley Valentine), Laura Yusem (Camino negro y Cámaralenta), Eva Halac (Un guapo del 900), Gabriela Izcovich (Más liviano que el aire) e Inda Ledesma (Rosa de dos aromas, junto con Dora Baret). “¡Es verdad, no pensé que habían sido tantas! Qué placer Shirley Valentine, ese texto, el gran tema de la humanidad, los sentimientos y la cabeza que los domina. Qué curioso lo que pasó con esa obra. Me la ofrecieron y me asustó un poco. Después la estrenó Alicia Bruzzo. Como justo me habían ofrecido otra con Alberto Closas, preferí estar acompañada que sola. Me arrepentí de esa decisión pero de todo se aprende. Por suerte, tuve la oportunidad de hacerla y la disfruté enormemente. Es entrañable esa obra, lo que dice, el mandato interno, lo que quiere tu alma, en ese anhelo de ser uno mismo me basé para construirla, la necesidad de libertad”, recuerda.
–En Cámaralenta, en 1981, trabajaste con su autor, Enrique Tato Pavlovsky, y con Carlos Carella. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Mi personaje, Rosa, una amiga de ambos, llevaba una enagua gris, descalza. Era muy bello todo, la escenógrafa era Graciela Galán, una genia. Estábamos en Mar del Plata y yo, muy tostada, con el pelo largo. Cuando me presentaron a Tato, lo primero que dice es: “Acabo de formar pareja, no me voy a enganchar”. Fue muy gracioso, muy verdadero. Todo un placer, ninguna desinteligencia, ni con él ni con Carella.
Pero no siempre lo pasó bien con directoras. Cuando la pregunta apunta a anécdotas que involucren a María Luisa Bemberg y la filmación de De eso no se habla, nada menos que con Marcello Mastroianni, con una sonrisa irónica, dice: “¿La anécdota de cuando me hizo mostrarle las tetas a Marchelo?”.
–Por favor, contala.
–Hacía de prostituta, no tenía corpiño, solo un deshabillé, insinuante pero cerrado. En el guión no decía nada, nunca se había mencionado, porque esas cosas se hablan. De golpe, me dice: “Abrite la bata”. “Pero está el señor Mastroianni”, le digo. ¿Viste esas cosas que no esperás ni de casualidad?
–¿Y el señor Mastroianni?
–Muy tímido, un caballero. Se mataba de risa porque me veía putear por lo bajo. Al final, nada de eso quedó. Fue un alivio pero me dio mucha bronca. “El productor dice que tiene que ser apta para todo público”, me dijo. Ya se sabía... Mastroianni me contó de sus sueños, ya no estaba muy bien de salud pero tenía una enorme vitalidad, lleno de planes, fue una charla fuera del tiempo. Los actores, aunque enfermos o cansados, reviven cuando trabajan. Mirá, en cine, a veces pasa, que cuando le toca a uno hablar a cámara, del otro lado puede estar cualquiera.
En televisión, después de interpretar en dos formatos distintos a Elvira, la villana de Nuestra galleguita (con Laura Bove) y de Carmiña (con María de Los Ángeles Medrano y donde usó una peluca platinada y un lunar al costado de la boca), explota hasta los 60 puntos de rating con su Teresa en Rosa de lejos (ATC, 1980), la amiga inseparable de la protagonista, Leonor Benedetto. Libro de Celia Alcántara y dirección de María Herminia Avellaneda: “Una maestra. María Herminia era una maestra. Estaba viva. Formaba a la gente, les traía libros a los camarógrafos, así con todos”, recuerda.
–¿Alberto Migré te convocó para alguna ficción?
–Nunca. Una vez sola me llamó y me puse muy contenta. Pero me llamó para que lo autorizara para ponerle Betiana a un personaje “porque ese nombre no existe, es tuyo y por eso me tenés que autorizar”, me dijo. ¿Y que le iba a decir a Migré en ese momento? “Sí, usalo”. Y me cagó el nombre, ahora hay millones de Betianas y yo lo creé.
Aclaración: en Charata, al sudoeste de Chaco, el 23 de julio de 1939 nació una nena llamada Betty Ana Blum. A su mamá le gustaba Betty y, quién sabe porqué misterio, pudo anotarla de ese modo que, con el tiempo, mutó en Betiana, el nombre que no existía y que eligió Migré para el personaje de Marta Albertini, la villana antológica de Dos a quererse (1974).
–¿Y nunca te llamo para trabajar?
–No. Trabajé mucho con Abel Santa Cruz y después, como ya saben todos, en las producciones de Adrián Suar. Pero con Migré, no.
–No importa. Fuiste parte de Esperando la carroza, el clásico por el que todos te preguntan y te recuerdan. ¿Quién, de todo ese elenco, te resulta más entrañable?
–Muchos. Mónica Villa, que es una gran actriz y una persona maravillosa. Luis Brandoni, de toda la vida. Y China Zorrilla, que me trajo ensalada caprese –que yo no conocía– cuando le dije que era vegetariana. Era un clima muy lindo, muy de familia.
–Si pudieras ser objetiva, ¿es la gran película argentina?
–Creo que es algo distinto. Y está parado en las tres patas: el libro de Langsner es extraordinario, lo que la gente repite son sus palabras; la dirección de Alejandro Doria, cómo la contó, de un modo muy original, lúdico; y el elenco, obediente, consciente, sabíamos la letra al pelo. Hay muchos actores que se consideran modernos y dicen la letra más o menos y no se entiende nada pero se sienten relajados y piolas. ¿Viste el ritmo que tiene Esperando la carroza? ¿Y se entiende todo? Porque se respeta el pie, como en la vida a menos que dos personas enloquezcan y griten juntas.
La joven Betiana Blum llegó a Buenos Aires para estudiar Letras en la UBA. Ya había aprobado los griegos y los latines cuando decidió dedicarse a la actuación, con total aceptación de los padres que, a diferencia de otros de esa generación, nunca le objetaron sus decisiones. “Como buena provinciana, pregunté: ¿quién es el mejor para estudiar? Y me dijeron Hedy Crilla. Ella estaba en Europa, entonces empecé con uno de sus alumnos, Augusto Fernandes. Cuando volvió Hedy, quise probar sus clases y estuve dos años con ella. Me amó. Una persona con una fineza... Una vez, a mí me había pasado algo. Estaba quebrada. Fui a la clase y, al final, me dijo si podía quedarme un rato. Me hizo un té”, recuerda y se detiene, muy emocionada, unos segundos hasta terminar su foto amorosa. “Me dijo: ‘Quiero que sepas que no te voy a preguntar qué te pasa pero sé que te pasa algo’. Nada más. No le conté ni me preguntó”.
–¿Cuándo te vieron actuar tus padres por primera vez?
–Con Ricardo Bauleo, hacíamos una obra que no recuerdo el título y fuimos de gira. Estuvimos en Sáenz Pena, Chaco, y actuamos en el colegio de monjas donde yo terminé la secundaria. Mi papá se sentó en primera fila y vio las dos funciones. Qué amor. Mamá nunca te daba el visto bueno pero no recuerdo qué dijo. Tenía un hermano mayor, Cacho, que ya no está en este plano pero están sus hijos y nietos.
Dos actividades que Blum realiza con mucho gusto y seguramente menos conocidas para la mayoría, son la docencia actoral y la escritura de guiones. La primera continúa hasta hoy, en modo virtual desde la pandemia. Entre sus alumnos, hay uno muy famoso, Facundo Arana, a quien conoció a través de su madre masajista.
“Me recomendaron a esta mujer, una excelente masajista, y fui a su casa. Al terminar, me habló de su hijo, que quería actuar, si podía aconsejarlo. Cuando me fui lo vi, como un ángel, sentado con la mano en la cara, todo pelado porque estaba con su tratamiento por cáncer, y me senté a su lado. No recuerdo ni qué le dije. Al tiempo, lo vi entrar a la clase con su saxo, que tocaba en el subte, y el pelo ya crecido”, cuenta sobre quien fue su estudiante durante varios años.
En cuanto a los guiones, se relacionan con su larga amistad con Marcos Carnevale, a quien conoce desde que estaba por hacer su primera película y ella actuaba en La gaviota, en el San Martín, con dirección de Augusto Fernandes, en 1996. Él le acercó el libro para que lo leyera y ella le hizo varias devoluciones que el autor corrigió (“cosa rara porque cuando les decís, casi nunca lo hacen, dejan todo igual”). La película es Noche de ronda, donde ella trabaja junto con Hugo Arana, entre muchos otros. La última participación fue en Corazón de león, que Betiana Blum escribió pensando en una mujer madura que se enamora, quizá por última vez en su vida, de un enano. Era muy caro hacerlo, el tiempo pasó y finalmente, la película se hizo en 2013, con cambios (“la primera era una versión más femenina”) y tecnología mediante, con Guillermo Francella y Julieta Díaz. Por otro lado, es autora del libro Sentirme bien, guía para el autoconocimiento y la felicidad, editado por Planeta en 1997: “Trabajé muchos años con el maestro espiritual Carlos Warter, hice seminarios, se trata de escuchar el corazón. Desde chica, leía palabras que me resonaban. ‘Perfección’, por ejemplo, recibía eso. Creo que todos somos perfectos como somos. Y ese libro fue el recorrido por esa experiencia”.
Además del teatro, el jueves 15 de septiembre se estrena en Flow –producida por Kuarzo–, la serie El buen retiro, de ocho capítulos, donde Blum protagoniza junto con Claudia Lapacó, Mirta Busnelli y María Leal. Encarnan a un grupo de amigas que se reencuentra por pedido del hijo de una de ellas, interpretado por Luciano Castro. “No puedo contar mucho pero está muy buena, filmada como cine”, dice sobre la ficción que dirige Pedro Levati.
Mamá de Sebastián Parrotta, guionista de las tiras Padre Coraje, Sos mi vida, Botines, Sin Código 2, Alguien que me quiera, entre otras, y autor de Violetta! y de Go!, hijo del periodista Ricardo Parrotta (Pepe Muleiro, que murió hace un mes) de quien se separó cuando Sebastián era muy chico. Sus otras parejas fueron el dramaturgo Oscar Viale (Camino negro, Chúmbale, Convivencia) y el actor Edgardo Nieva. Vive con la perra Amelie, el gato Bruno y muchas plantas en el balcón terraza. El sol que la ilumina es Renzo, su único nieto, que cumple en octubre 14 años: “Ama el teatro, escribe guiones, es un hacedor, imagina cosas todo el tiempo, es alegre, es bueno. Y se parece a mí, físicamente, sacó los ojitos chinos”.
–¿Estuviste enamorada de tus tres parejas?
–De distinta manera, distintas personas, distintas relaciones pero creo que la más cercana, la más linda fue con Oscar, el más afín conmigo. Nunca duré mucho. Posiblemente no vuelva a tener pareja, ya pienso distinto, te cambia la cabeza, estoy más con mi nieto y el trabajo pero, por otro lado, con la madurez aprendés a ver al otro, a aceptarlo como es. Querer cambiar al otro es imposible. La profesión me tomó, la pareja estaba en un segundo plano y, para mí, era natural. Cuando algo andaba mal, terminaba la relación. Inmadura total. Pero nunca me separé mal ni hablé mal de mis ex parejas. Elegí la profesión. Es muy lindo hacer algo que hace feliz a la gente. Personas que se acercan y se les ilumina la cara y me dicen cosas hermosas. Bueno, algo bien hice entonces, algo bien estoy haciendo.
PARA AGENDAR
La pipa de la paz, de Alicia Muñoz. Viernes y sábados, a las 21, y domingos, a las 20. En teatro Astral, Corrientes 1639. $ 3500.
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