Entre la realidad y el mito, filmemos el mito: por qué Había una vez en Hollywood debería ganar el Oscar
Porque es una de las películas del año y su larga marcha hacia los Oscar así lo demuestra. Con su estreno mundial en el Festival de Cannes, en mayo, tuvo su premiere en Hollywood un mes más tarde. El público norteamericano esperó hasta el 26 de julio para conocerla, y en casi todo el resto del mundo recién llegó a las pantallas a mediados de agosto. Aunque lejana a la temporada de estrenos de cara a los Oscar, el film de Quentin Tarantino consiguió diez nominaciones para la entrega del Oscar. Así los académicos, por fuera de las primeras previsiones, seleccionaron a Once Upon a Time in Hollywood (aquí conocida como Había una vez… en Hollywood) para ocupar uno de los sitiales más altos de la noche, sólo superada en número y por un rubro por Guasón y con igual cantidad de candidaturas que El irlandés. Pese a las polémicas que desata siempre un film de Tarantino por su inusual carga de violencia y de incorrección política, esta vez su talento artístico se impuso por sobre los prejuicios de la industria en un homenaje a un Hollywood que necesita, más que nunca, situarse en el lugar de la simbólica autorreferencia.
Cierta vez el crítico Jean-Michel Frodon, por entonces director de la revista Cahiers du Cinema, definió con acierto la mirada del cine de Hollywood como aquella que construye "aspiraciones sobre la Historia real", es decir, que en lugar de ceñirse a la investigación histórica, mitifica sobre lo que realmente pasó, ya sea en tiempos del imperio romano como en el Lejano Oeste, la Guerra de Vietnam, o un submarino perseguido en épocas de la Guerra Fría. Indudablemente, ese resorte narrativo es una de las claves del triunfo de una manera de contar que colocó a Hollywood en el sitial más alto de la industria del cine.
Pero esa virtud en los últimos años evidenció síntomas de desgaste y una auténtica eclosión de la mano de los superhéroes ("Eso no es cine de seres humanos intentando expresar experiencias emocionales y físicas a otro ser humano", dijo Martin Scorsese, el otro nominado ilustre a los Oscar 2020, en este caso de la mano de Netflix), y además Hollywood abandonó ese sitial dorado de usina de ilusiones en aras de los efectos especiales y las series, que le arrebataron una importante parte del público acostumbrado a ir al cine para que "le cuenten historias". Esa crisis creativa devino en un fenómeno aún irresuelto, donde el cine se desprendió de ese público que rápidamente fue capturado por las series construyendo un sitial tan poderoso –y paralelo– al mismo Hollywood que hoy golpea a las puertas de "la Meca del cine" buscando cambiar las reglas de un juego que los grandes estudios mantuvieron por décadas.
¿De qué sirve esta larga explicación para presentar la historia de Rick Dalton y Cliff Booth, el primero, una estrella en descenso; el segundo, apenas su doble de riesgo? Ayuda a evidenciar las grandes aristas que esconde el film de Tarantino al evocar a un Hollywood que ya no existe pero que quizás por última vez se pensó como industria. Y en buena medida, Había una vez en… Hollywood es aquello que el cine norteamericano dejó de ser, pero no visto desde la mirada nostálgica a un tiempo pasado sino desde la posibilidad plena de explorar el lenguaje cinematográfico tomando uno de los momentos de mayor efervescencia cultural de fines de los años 60, pero también cuando Hollywood precisamente entonces estaba cambiando: del sistema de estudios de la era dorada pasaría a la voz de los autores de los años 70, que hoy se conoce como "Nuevo Hollywood".
Había una vez… Tarantino
"Siento que dirigir es para los jóvenes, y aunque yo no soy especialmente mayor, el cine está cambiando y yo siento que ya soy parte de la vieja guardia", dijo Tarantino en una entrevista reciente, coqueteando con la idea del retiro luego de realizar su próxima (décima) película. Si la promesa se cumpliera y sólo quedara un acto más en esa estructura narrativa desde la cual ideó su trayectoria, difícilmente pudiera regresar con una película que toca tanto las entrañas del propio cine. Al fin de cuentas, por Había una vez… desfilan Sharon Tate y todas las victimas de Manson, el propio Charles Manson y su clan, Roman Polanski, Steve McQueen, Bruce Lee, las integrantes de The Mamas & The Papas Michelle Phillips y Mama Cass. El Rick Dalton de Leonardo DiCaprio tiene algunas similitudes con el fallecido actor uruguayo George Hilton (Hilton personificó a un apócrifo 007 en Due mafiosi contro Goldginger) aunque para otros se entremezcla la biografía con la de Clint Eastwood cuando aquel personaje incursiona en el mundo del cine italiano de clase B, que el realizador de Perros de la calle venera.
Para la profesora de la UBA Mónica Satarain: "Claramente Había una vez es la consumación de todas sus películas previas sumadas, con autorreferencias pero también referencias cinéfilas a otras películas que nutren su formación como cinéfilo". La también doctora en Arte Contemporáneo añade que: "Tiene una intención de carácter monumental, que confluye con la fantasía y donde nada tiene que ver la realidad histórica pero sí la realidad de la industria, a la que tampoco se la toma en serio". Por fuera de los aspectos formales, la charla permite conocer otro perfil del director: "Lo conocí en el Festival Internacional de Cine de Morelia en 2009, la primera de las tres ocasiones en las que asistió. Él era muy atento y hablaba con todos los que se le acercaban. Yo comentaba con un colega mexicano los fabulosos zapatos que traía y Tarantino se dio cuenta que le mirábamos los pies. Se nos acerca y me dice: "¿Te gustan mis zapatos? Son italianos. Ustedes, ¿de dónde son?" Mi amigo le señala que yo era argentina: "¿Argeeentina? ¡¿Qué hacés acá?!", me dijo sonriendo. Luego en la presentación el locutor dijo que había reporteros de todas partes del mundo, Tarantino lo interrumpió y dijo: "¡Sí, hasta de Argentina!" Le impactaba la distancia", recuerda entre risas.
Tarantino ganó la Palma de Oro en Cannes, tres veces levantó el Globo de Oro e incluso, con tan sólo 56 años, el César honorífico de la Academia francesa, que añade a los 160 trofeos que lo han colocado en lo más alto del cine mundial y, dato no menor, en la carrera por los Oscar a partir de 1995. Desde entonces, muchas asociaciones de críticos de Estados Unidos lo incluyeron en el sitial de los nominados al mejor director y casi siempre con el premio al mejor guión depositado en sus manos. Esa categoría incluye los dos Oscar que obtuvo en su carrera: al guion original por Tiempos violentos, en 1995, y casi dos décadas más tarde, por el de Django sin cadenas. Desde que Pulp Fiction estuvo nominada como mejor película (también lo estuvieron Bastardos sin gloria y Django sin cadenas), es esta la ocasión en la que el cineasta tiene las mejores chances de ganar el máximo premio de la noche o, al menos, el segundo en importancia, mejor director. Aunque seguramente deba contentarse con su tercer Oscar como guionista sin acceder al podio principal mientras 1917 de Sam Mendes corre con aparente ventaja. Pero se sabe que al Oscar le gusta dar sorpresas, y sería un justo reconocimiento en aparente tiempo de despedidas.
Había una vez… cine
Además de su poderosa carga narrativa, donde confluyen las razones sobre el cine homenajeado por Tarantino, también el despliegue visual de Había una vez en… Hollywood es superlativo. Rodada en 35 milímetros, se sabe que tanto Model Shop, de Jacques Demy, como El valle de las muñecas, de Mark Robson, fueron dos películas referenciales en la construcción del mundo de Rick Dalton y Cliff Booth, pero también aportan a esa cosmovisión todas las aristas donde se hacen presentes un para nada romántico universo hippie, los spaghetti western, la TV como un fantasma al acecho, e incluso un final que tiene su máxima expresión de violencia aunque no precisamente como se la esperaba.
Cada retazo de este universo narrativo se corresponde con una paleta visual sorprendente, que mixtura naranjas, amarillos, marrones, azules y verdes y rojos plenos de efervescencia pero también de opacidad, según los recodos narrativos de la historia. Y todo fue recreado centímetro a centímetro durante el rodaje, evitando a toda costa pantallas verdes y efectos digitales. Robert Richardson, director de fotografía de Había una vez… ganótres veces el Oscar (por su trabajo en JFK, El aviador y La invención de Hugo), y aquí, junto al sistema anamórfico Panavision, hace convivir al 35 milímetros tradicional con fragmentos en 16 milímetros y Super8, que contribuye a diferenciar las múltiples capas narrativas de la trama. Hay también, para deleite de los cinéfilos, muchas tomas filmadas en plano-secuencia con movimientos de cámara estudiados casi como una coreografía musical (como aquel paso por el set del Lejano Oeste, donde aparece Trudi, la niña interpretada por Julia Butters que tiene un inolvidable diálogo con el Rick de DiCaprio). Todas estas texturas visuales contribuyen al clima de época que transmite la película.
Tarantino es el último nombre de Hollywood capaz de aunar al gran público en derredor de su estilo personalísimo (a mitad de camino entre el cine de entretenimiento y el toque autoral) y que además sea aceptado de buen grado por la caprichosa industria. Lo demuestra la puja empresarial que tuvo lugar para quedarse con la distribución de la película, y en la que Sony Pictures terminó aceptando controles creativos extraordinarios para el director. Uno de ellos fue la negativa de Tarantino a utilizar los mencionados efectos digitales, lo que redundó en que las escenas exteriores fueran una labor casi artesanal de escenógrafos para recrear, ocultar o simular todo el mobiliario urbano de Los Angeles. Un ejército de asistentes debieron convencer a los dueños de los negocios de cuadras completas de permitirles redecorar las vidrieras con el estilo de 49 años atrás, o construir el rancho donde convive el clan Manson desde cero. La labor de Barbara Ling y Nancy Haigh también merece su Oscar a la mejor dirección de arte.
Con destino de clásico, el film de Tarantino es un cuento de hadas que ajusta las cuentas con la Historia tal como al director le apasiona, y como señaló en una entrevista con LA NACION: "Esa época la viví y estaba ahí porque a los seis o siete años ya tenía memoria. Puedo recordar ese período. Como Roma fue un recuerdo de Alfonso Cuarón, ésta es mi memoria, que no tiene que ser exacta". Había una vez la posibilidad de que el último autor de Hollywood acaricie el dorado triunfo que merece ¿Tendrá su final feliz?
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