Entre lo real y lo ficcional, un gran evento escénico
Campo minado / Autoría y dirección: Lola Arias / Actúan: Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Marcelo Vallejo / Vestuario: Andy Piffer / Escenografía: Mariana Tirantte / Luces: David Seldes / Video: Martín Borini / Música: Ulises Conti / Sonido: Ernesto Fara / Asistencia de dirección: Facundo David / Sala: Centro de las Artes UNSAM, Sánchez de Bustamante 75 / Funciones: jueves a domingo, a las 21 / Duración: 120 minutos.
Nuestra opinión: Excelente
Cuando volvió de combatir en Malvinas, y durante muchos años que siguieron, a Marcelo Vallejo le resultaba imposible escuchar canciones en inglés. La guerra también le dejó otras secuelas: sentía mucho enojo cada vez que su hijo aprendía nuevas palabras en el idioma de los enemigos, y tenía una tendencia fuerte a las adicciones y a la autodestrucción. Treinta y cuatro años después de ese hecho que marcó su vida de manera profunda, Lola Arias lo invitó a compartir escenario junto a dos soldados profesionales ingleses y uno de los gurkhas nepaleses que sirvieron al ejército británico, además de otros dos soldados argentinos. Arias quería contar la guerra desde la voz de sus protagonistas. Al principio Vallejo se negó a hacer una obra con ellos, pero finalmente accedió a sumarse al elenco de no-actores que, hasta principios de diciembre, está presentando uno de los acontecimientos teatrales del año.
Elegidos entre casi cincuenta veteranos, los seis excombatientes y ahora performers (Vallejo, Rubén Otero y Gabriel Sagastume por el lado argentino; Lou Armour, David Jackson y Sukrim Rai, por el británico) protagonizan Campo minado, el nuevo trabajo dirigido por Arias, a esta altura experta en transitar las fronteras entre la ficción y lo real. Para crear esta potente maquinaria narrativa que lleva a escena los hechos y las esquirlas de la guerra, que conmueve pero también suscita miles de ideas, la artista vuelve a echar mano de los recursos que ya había probado en obras anteriores, como Mi vida después, donde trabajó con jóvenes argentinos cuyos padres atravesaron la dictadura cívico-militar argentina de maneras muy distintas; El año en que nací, cuyo foco estaba puesto en la dictadura chilena; y en Atlas del comunismo, la puesta que creó para el teatro berlinés Maxim Gorki, en la que un grupo de mujeres alemanas de distintas generaciones indaga en su vínculo con la extinta RDA, "la Alemania comunista".
En todos aquellos trabajos, la historia está contada por sus protagonistas directos o indirectos, y Arias sabe dirigirlos con exquisitez para que en el artificio escénico y en la repetición de las funciones puedan seguir ofreciendo momentos de verdad pura. También hay, en esta obra y siempre, pasajes musicales que invitan a la catarsis colectiva; hay objetos auráticos -en el sentido de reales, rescatados del lugar de los hechos- y recreaciones de anécdotas, que se cuentan con ayuda de cualquier elemento que sirva para la reconstrucción de esos momentos clave. Elementos que van desde el propio cuerpo hasta juguetes, pasando por anotaciones, dibujos, efectos de sonido caseros.
Hay una idea-guía que permite leer todas las obras de Arias, también ésta: la historia de un pueblo -o la de un continente, o la de un momento o la de un siglo- es la historia de las personas que lo habitaron. En Campo minado aparece, sin embargo, un elemento novedoso: la idea de los "bandos". Aunque en Mi vida después, por citar una obra emblemática de su cosecha, las historias que contaban los hijos sobre sus padres eran muy distintas, incluso contrapuestas entre sí (desde la hija de un militante desaparecido hasta la de un torturador, pasando por el exiliado y por aquellos que "siguieron como si nada") todos sus intérpretes parecían estar de acuerdo sobre la lectura que reclamaban esos años. En Campo minado es diferente. Salvo en dos momentos muy particulares de la obra, los británicos jamás pronunciarán la palabra Malvinas y los argentinos nunca estarán dispuestos a decir Falklands. ¿Alguien podría pedirles lo contrario? Los seis intérpretes y su directora parten de un acuerdo: jamás estarán de acuerdo sobre lo que pasó durante esos 74 días de guerra ni tendrán una lectura unificada sobre la soberanía de las islas. Campo minado asume esa fisura y hace cuerpo esa genial frase de Jacques Rancière con la que alguien intervino, hace un tiempo, las paredes de la Casa Nacional del Bicentenario: "El consenso es la ficción de una comunidad sin política".