Espiar una vida puede resultar un trabajo interesante. dos, un problema. Pero intentar echar un vistazo por la hendija y pretender con eso descubrir la delicada trama que une a una pareja no ofrece alternativa porque a) es obsceno o b) resulta un fiasco.
Imaginen, finalmente, a Fito Páez y Cecilia Roth (no importa que los amen u odien, juntos o por separado).
Aprieten la tecla.
Delete.
Archivo en blanco.
No es fácil. Pero soy de las que creen que la verdad siempre da más trabajo.
El sandwich Paez-Roth: sus ingredientes
1) Treinta y dos hojas de cuaderno, tapa dura, con apuntes garabateados durante diez días en Devoto, San Telmo y Rosario, ida y vuelta, viendo, hurgando y escuchando.
2) Cuatro casetes con la voz de Páez y su Gran Bolsa de Respuestas ofrecidas con una carcajada tipo Santa Claus.
3) Una hora y media de grabación del espectáculo unipersonal Conozca a Cecilia.
4) Un crucero de siete ensayos y un show. (El verdadero plato fuerte.) La excusa fue Abre, el disco de Páez. Todo sobre mi madre, la película de Roth. Y Martín, por supuesto, el bebé que cumplió tres meses exactos el día que Páez se presentó en el teatro Fundación, de Rosario, luego de tres años y medio de no subir a un escenario en su ciudad natal. (Su última actuación en Buenos Aires fue en Morocco, hace un año.)
La cocina. Parte 1
Martes. Seis de la tarde. Devoto. Gente eficiente y amable por todos lados: en la recepción, en los pasillos, en la Sala de Ensayo. Un lugar coqueto y confortable con paredes ocres, pisos de madera y sillas de diseño exclusivo e incómodo. Páez está parado en el centro mismo de su universo. Primera sorpresa: cada uno de sus gestos, de sus palabras y de sus decisiones están sazonados con una actitud explícita. Algo así como yo puedo con todo.
Nunca falla: la primera impresión es la que vale. Páez contará después que sí, que se desvinculó de su socio y manager, Fernando Moya, con una ruptura del tipo corto mano, corto fierro. ("Me sentía medio irresponsable: yo tocando el piano y las cuentas siempre en rojo. Ahora les dedico a los números una hora por día y, por lo menos, si hay rojo sé por qué. No, no es tan difícil.") Páez demostrará, también, que está criando nueva banda. Gonzalo, Anita, Nicolás y Emanuel, los cachorros. Tres cubanos (uno negro, otro mulato y otro descafeinado) recién importados. Claudio Cardone, su crédito en los teclados. Y, por supuesto, Guillermo Vadalá. Diez años en el bajo de Páez. Todos juntos y por primera vez comparten esta tarde "Tumbas de la gloria". "Ciudad de pobres corazones", luego. Dos veces "Mariposa Tecknicolor". Y una orden: veinte minutos de descanso.
Páez no descansa. Habla con cariño y admiración de Osvaldo Lamborghini y de Charly. De los Beatles y del tango. Del bebé. De sus cambios. De cómo se siente. Creció mucho, dice. Siente el peso de la experiencia, dice. Y lo carga a su favor. Ahora sabe lo que quiere y cómo hacerlo. Las voces del disco, por ejemplo, las grabó en una sola noche porque una canción que dura diez minutos no tiene por qué ser grabada en una semana, dice. Y así, de puro cojonudo, hizo este disco. Hizo su vida.
-¿Te sentís un valiente?
-Sí. Totalmente. Hay que tener mucho coraje para hacer música en este país.
Fin de la charla. Fin del descanso. Todo el mundo a sus puestos. El objetivo está definido: un nuevo arreglo para "Te vi". Gonzalo ataca con seis acordes. Un ronroneo. Claudio lo sigue. Páez agita las manos. Ahí hay algo. Lo repiten hasta atraparlo. Lo que queda es tremendamente dulce y Páez lo imagina con un final por donde se cuelen voces de chicos jugando. Te vi y Martín. El círculo es perfecto. Llega Cecilia.
Cecilia llega mascando chicle y sonriendo. Masca a todo lo ancho y sonríe a todo lo largo. Y viceversa. Un beso, dos besos. La mano de Páez en las nalgas de Cecilia. Las de Cecilia en el cuello de Páez. Un saludo sexy e intenso.
-Escuchá esto -dice Páez.
La magia hace un bis. Ella podría llorar. Pero no. Ella sonríe y masca.
Abre
-Creo que si no fuera por la música estaría en la cárcel o en el loquero.
Páez cierra la frase con una carcajada, como lo hará cada vez que diga algo que le parece importante. No más de tres ja, ja. Un estribillo. (No quisiera aburrirlos, pero imaginen que suena una carcajada detrás de cada una de las respuestas.)
Me costó un largo rato descubrir que se trataba de un límite concreto. La Gran Bolsa de Respuestas de Páez incluye el ja, ja como el dictado de un punto y aparte. Difícil trasponerlo. Lo intento torpemente: cada vez que aparece, cuento hasta tres y repito su respuesta.
-La música te salvó de la cárcel o el loquero. ¿Es tan así?
-Sí.
-No lo digas sonriendo.
-Y sí… Hay aspectos de mi vida privada que no se van a revelar nunca, pero siento que es así. La música, junto con las relaciones, me sacaron de ahí.
-¿Las relaciones?
-Las personas: tu familia, tu mujer, tus amigos, la gente que trabaja contigo, la gente que pasa la vida al lado tuyo. Definitivamente eso es más importante que el negocio que estén montando con uno. Ese es el negocio.
-Y ahora que vos sos el encargado de montar tu propio negocio, ¿cómo aplicás ese concepto?
-No se trata de decir "quiero ser un buen tipo", porque esas cosas siempre me sonaron falsas. Pero con la gente que estás trabajando y conviviendo es muy importante compartir, involucrarte, tener en cuenta su mirada. En este mundo psicótico, donde nadie escucha a nadie, me interesa crear un espacio, aunque sea de diez metros por catorce, en donde las ideas circulen. Me interesa eso. Y trato de aplicarlo.
- En los ensayos lo que más me llamó la atención fue tu tono de voz. No cuando cantás, sino cuando hablás.
-A Phil Ramone le pasó lo mismo. Me dijo que lo primero que le sorprendió fue mi tono de voz al hablar.
-Lo que quiero decir es que es la voz de una persona amable que no está dispuesta a escuchar cualquier cosa.
-Bueno, eso es importante. Esto no es una democracia. Las cosas acá son así: lo que yo traigo funciona muy bien. Entonces, lo que aporten tiene que estar a la altura, o más arriba.
-También pensé que es la voz de alguien que nunca grita...
-Me cuesta mucho gritar. Mucho.
-¿En tu casa gritás?
-Eventual discusión con Cecilia. Pero no. Soy pisciano, no te olvides. Hay que hacer mucho, mucho para sacarme de las casillas.
- Eso debe poner muy nervioso a tu interlocutor.
-Claro: hay fuerza en eso. Como buen pez puedo moverme rápido. Puedo estar a punto de entrar en crisis y ¡trac!... me corro y ya pasó. Eso desconcierta.
-¿De chico también eras así?
-¿De chico? (Breve silencio: Páez piensa.) Tuve una infancia muy feliz, tranquila, hipermimado… en busca de mucho amor… al no haber madre… mi abuela y mi tía abuela detrás de mí, todo el tiempo…
-¿Cuándo fue la primera vez que tuviste noción de la ausencia de tu madre?
-La primera noción fue social. Fue llegar el primer Día de la Madre en el jardín de infantes y ver a todas las mamás… y a mi abuela. Ahí tomé conciencia de una gran tristeza, un gran dolor, una gran melancolía. Ahí es donde yo pensé: mirá vos, la muerte es eso.
- La muerte es que no esté tu mamá el Día de la Madre.
-Por lo menos ésa es la primera vez que tomé conciencia… Pero no sé cómo era de chico… (Piensa algo.) Lo que sí sé es que nunca me gustó ser abanderado. Prefería ser escolta. Ser el segundo. Me daba más tiempo para estudiar el terreno.
-La ventaja de no abrir a machete el camino, sino de ir por terreno ya asfaltado.
-Exactamente. La ventaja de que no estén todos mirándote.
-Pero te gusta que todos te miren…
-No creas. Me pasó lo mismo con El amor después del amor. Fue como decir: bueno, me llevo la bandera, o el premio, o la nota más alta, o lo que sea, pero después vuelvo al medio. O al segundo plano. Mi lugar es ése.
-Me estás diciendo me gusta probar que puedo llegar, si quiero...
-Si quiero… pero no quiero.
-Suena vanidoso.
-Bueno, la vanidad es una palabra que tiene mala prensa.
-Y que vos usás en el tema "Abre".
-Porque creo que la vanidad, en sí, no es algo malo. La excesiva vanidad, sí. La excesiva vanidad, y lo digo por haberla probado, te deja patéticamente solo. No solo: patéticamente solo.
-¿Cuál es la diferencia?
-Un soliloquio permanente, en el cual todo el universo, las personas y las cosas giran alrededor tuyo. Patético.
-Esa sí es una palabra fuerte.
-A la que no le tengo miedo. Definitivamente. Quiero decir: yo soy patético. Lo tengo muy claro y no me asusta.
-¿Por qué?
-Porque me gusta forzar las cosas y no sentir miedo.
-Debe ser muy doloroso sentirse patético
-Pero la vuelta de lo patético es genial.
Conociendo a Cecilia.
Primer acto
Cecilia esta sentada hojeando una revista (de modas, francesa) mientras la tironean con cepillos y le cuecen un brushing con un secador que chilla como un jet. Jeans y corpiño negro. Ningún maquillaje. Primera impresión: la mirada de Cecilia es un cuchillo filoso e inquietante. Verde, brillante. Parece una mujer de tranquila belleza, con un hobbie: coleccionar riesgos.
En el perchero espera el vestuario que trajo para las fotos. Etiquetas caras, finos géneros, colores exquisitos. Y los zapatos más hermosos del mundo: rascacielos con tacos, elegantes como una Ferrari.
-Diseño italiano. Los compré en Nueva York. Tengo debilidad por los zapatos.
El tono es divertido, pero su mirada no. Ya la maquillaron, ya la vistieron, ya le acercaron la ensalada que devoró con legítima delicadeza y hambre. Páez aún no llegó y ella está inquieta. Cuenta, para matar el rato, que el Día del Niño fueron a almorzar a Happening, en la Costanera. En todas las mesas se cruzó con mujeres platinadas y estiradas. Incluso se detuvo a escuchar la conversación de una. Parecía inteligente, pero platinada y estirada.
-Es como… (piensa la palabra).
-Una peste.
-Sí: una peste.
-Todas infectadas por el virus de Susana.
-Todas. Era muy deprimente.
Alguien (no cualquiera: Rodolfo Olmedo, el peinador, amigo, asistente, confidente y personal-entertainment de la familia Páez) muestra una foto de Martín. Ella se resigna. Abre su agenda y saca más.
-Estas son mejores.
Martín en su sillita de paseo. Martín sonriendo. Martín durmiendo. Todo ojos y cachetes y pelo. Un sol morocho y radiante. Enorme.
Cecilia cuenta lo que me pide que nunca cuente: cómo llegó Martín a sus vidas. (No lo cuento, pero imaginen: una historia dura y muy, muy tierna.) No quiero ser cómplice, pero sé que no hay remedio. Así es Cecilia. Y ése es su juego. Si Abre es porque está segura de que otro Cierra.
La cocina. Parte 2
Miércoles. Siete de la tarde. Devoto. Los chicos de la banda sacuden el flipper y los videojuegos. Se nota: ninguno de los cachorros supera los 25 años y el ensayo lleva dos horas de retraso. El recreo se desvanece apenas entra Páez con una sonrisa y un traje impecable. Pide perdón y da explicaciones: estaba luchando con los números. Un beso a cada quién y a sentarse al piano. Explica lo que quiere, con esmerada claridad y una extraña sintaxis.
-Estamos en la etapa mecánica. Hay que aprender la mecánica para después divertirnos. Todo de un tirón. Vos tomá el tiempo. Atención y relax. No paramos.
Mientras Páez habla, su manager Alejandro Avalis apaga y enciende luces. Elimina los spots. Prende una vela. Trae flores. El resultado es una penumbra delicada que atenúa el chillido del teléfono. Es Cecilia.
Lo que sigue es la primera versión de un recital que nadie nunca más escuchará y que consume 23 temas, 3 bises, 2 horas y 21 minutos. Al terminar, Páez está eufórico. El menú es abundante y sabroso. El chef está ahora con un lápiz y una lista de temas en la mano. Corta y revuelve. Saca seis, sube dos, baja uno. Páez hierve.
Abre
-Describíme la foto del Páez que se topó con Cecilia aquella primera noche en José Ignacio. La foto que podrían haberte tomado cinco minutos antes.
-Maravillosa, la foto. Se ve a un pibe desdentado.
-¿Desdentado?
-Casi sin dientes. De unos 46, 48 kilos a lo sumo. Lleva un pantalón blanco, bien ancho, de mujer casi. Se le nota una resaca de aquéllas, como jamás volvió a tener. Tiene todo el pelo enredado. Limpio, pero enredado. Un saco búlgaro gris y plateado. Musculosa blanca. Muy canchero. Pero muuuy canchero.
-¿Efectivo o tarjeta?
-Nada. Nada. O sea: naaada. Pero con estilo. No del tipo aristocrático, sino mamarracho. Mamarracho rosarino. Así entré. Así le dije nena, dame un vaso de vino. De eso se trató todo. Se ve que los 28 años que tardé en llegar hasta esa frase me permitieron encontrar un tono suficientemente interesante.
Conociendo a Cecilia .
Segundo acto
-Aquella noche de fiesta en José Ignacio ¿cómo estabas?
-Ansiosa.
-¿Ansiosa?
-Por la tarde había escuchado que Fito iba a venir. Lo estaba esperando.
-¿Y cuando lo viste entrar?
-Hice como que estaba a cargo de las bebidas. Y le ofrecí algo.
La cocina. Parte 3
Viernes. Cinco de la tarde. Devoto. Páez sentado al piano, con un largo pañuelo de seda rosada en el cuello. Está resfriado. Adrián, el más morocho de los cubanos, cumple años. El mismo día que Fidel, se jacta. Hay torta y tirones de orejas, después de las dos horas y cuarenta y cinco minutos que insume el ensayo. La banda sigue el festejo. Páez no. Otra vez la lapicera, la lista, los cambios. Hace mucho que no toca en vivo, dice. Las versiones son todas distintas y todas buenas, dice. Nunca le costó tanto trabajo armar un show. Entonces, repite sus consignas favoritas. Hacerse cargo. Crecer. Darse tiempo.
-La misma gente con las mismas cosas hace algo totalmente distinto.
Entonces, inesperadamente, cuenta la historia de dos amigos. Fueron pareja diez años y hoy no se pueden ni ver. Están llenos de odio y resentimientos. Páez le habló a ella. Le dijo si yo perdoné a los asesinos de mi familia, cómo vos no vas a poder perdonar al tipo con el que compartiste diez años.
-¿Y ella lo perdonó?
-No.
-¿Y vos cómo hiciste para perdonarlos?
-La vida.
Conociendo a Cecilia.
Tercer acto
Cecilia propone una cita en Rosario. Del tipo Venís, paseamos al bebé, charlamos. Ahora está muy ocupada en los preparativos de su cita televisiva con Susana.
Abre
-¿Te parece ingenuo el rock & roll?
-Un poco.
- A mí me parece antiguo.
-También. Ahora es el turno del raveismo. Siempre está en danza algún ismo.
-Vos tratás a los ismos como si fueran una especie de artefacto cerebral, un comodín para haraganes.
-Eso, para empezar. Pero además creo que son muy aburridos. Por eso es tan aburrido este país cuando discute. Y qué pena que no discuta más. ¡Qué pena! Hay tanto para discutir.
-¿ Vos discutís?
-Yo charlo. Me gusta charlar. Soy zen por naturaleza. Soy piscis. Soy sí y no al mismo tiempo. Si hay que pelear, peleo, pero trato de evitar el conflicto. Me parece torpe.
-¿ Torpe?
-Sí, y con eso no quiero decir aquello de que el avance de la civilización lo marca su capacidad de tolerancia. Todo eso me parece una mierda. Lo bélico es real y contundente. No podés hacerte el boludo frente a la violencia. Pero qué pena que no se charle, ni en el rock ni en ningún otro lado. No hay foro para el debate.
-¿Cómo anda tu nivel de tolerancia para con las críticas?
-Generalmente, las críticas que te hacen no son tan filosas como las que vos mismo te hiciste. El peor crítico está en uno. Por eso, cuando uno se siente observado y analizado reclama que, al menos, quien te critica esté a la altura de lo que vos hayas hecho. Y nunca sucede.
-¿Ni siquiera cuando te halagan?
-Ni siquiera.
-Repasemos las críticas que te hacen: hay quienes te acusan de pretencioso. Leí en Rolling Stone que "La casa desaparecida" es un tema demasiado largo y presuntuoso.
-No me pone nervioso.
-¿Tenés pretensiones?
-En principio, no desprestigiemos la palabra. Yo quiero salir del fa mayor y volver a él si quiero. Quiero tener la posibilidad de no tener que hacer lo que hay que hacer. Esa posibilidad me la voy a dar yo. No me la va a dar nadie ni me la va a legitimar nadie.
-Legitimar es otra palabrita fuerte.
-No necesito la legitimación de nadie.
-No te creo.
-Creéme en este sentido: la aventura es tuya y la guerra es contigo.
-"La aventura es tuya y la guerra es contigo" es sólo una frase. Una buena frase.
-Pero es así. Vos, cuando hacés una canción, estás solo.
-¿Solo?
-Está bien: tengo muchos pares y gente a mi lado con la que me enrollo muchísimo. Y esas relaciones son las que a mí me interesan y me parecen importantes porque me permiten tener un punto de vista de la Argentina que no es el de Clarín. ¿Podemos decirlo de esa manera? Podemos decir que el punto de vista oficial es siempre ¿y éste quién carajo se cree que es? Yo no me creo nada. "La casa desaparecida" la escribí en media hora. Preguntale a Ceci, que estaba al lado mío. En media hora. Esa es mi manera de hacer las cosas. No me creo nada. Sólo que ése es mi punto de vista luego de vivir 36 años en este país. Por ahí te interesa, por ahí no te interesa. Pero acusarme de pretencioso ya es algo fuerte. Porque ¿con qué sostenés esa acusación? Con obra, no. Con reflexión, no. Con una crítica elaborada, no. Entonces, chito la boca.
-¿Chito la boca?
-Yo lo tengo muy claro. Sé que después hay que ver qué hace el tiempo con esa canción. Si estéticamente es interesante o no. Pero nadie está hablando de eso. De lo que se está hablando es de que aparece algo que nos molesta y… ¡tac! lo pateamos. Es eso. Nada más. Ni nada menos.
-Nada menos que una canción que intenta resumir los problemas que pusieron en carne viva a este país.
-¿Y qué nos pasa con eso? Con la guerra, con la pauperización de la clase media, con el paraguayo prostituido [uno de los personajes de "La casa desaparecida"]. Esto no es sólo una canción. Es una realidad que está acá, en la vereda de enfrente.
-¿Y de dónde sacás vos esa información? Porque no te veo muy relacionado con los paraguayos, últimamente.
-Uno nace con la memoria de los tiempos. Algo así leí que decía Borges en un reportaje que publicaron en estos días…
-… en "Clarín". También decía allí Borges que la madurez no es más que la búsqueda de una calma modestia...
-Eso llega después, los jóvenes tenemos tendencia a ser más barrocos. Borges lo dice y yo sé exactamente de qué habla.
-¿Volvemos a los paraguayos?
-Volvamos: estar conectado no es estar informado. Estar conectado es otra cosa. Es saber que alguna gente sí y otra, no. Es poder estar acá, pero saber qué está pasando en la vereda de enfrente. Es… sssshhhhh… Abre… ssshhhhh… conectar la parabólica bien potente. También te puedo decir que sí, que estoy conectado con los paraguayos, porque hace tres o cuatro años atrás filmé una película en las Bodegas Giol, antes del desalojo, y conviví una semana con ellos. Todo eso queda. Todo eso es parte de tu memoria de los tiempos. Pero claro, vos no me ves cuando estoy ahí. Vos no me ves todo el tiempo. Y la vida no es sólo lo que aparece en los medios. La vida es la vida. Lo otro es solamente la pantalla.
-Una pantalla en la que vos buscaste estar.
-Por un lado sí. Especialmente si pensás en aquel chico de 14 años que, con el bastón de su padre colgado, se encerraba en el baño para mirarse en el espejo.
-¿Estás hablando de vos?
-Sí, de mí con un walkman y el bastón de mi viejo colgado como una guitarra, parado frente al espejo del baño. Ahí arranca ese deseo.
-Todo para conseguir chicas, dijiste alguna vez.
-Para eso y para vivir la fantasía de las drogas, los viajes, para tomar el impulso de irte de tu casa, de vivir el riesgo.
-¿Cuánto riesgo encontraste, finalmente, en el rock?
-Ninguno. El riesgo es un tipo colgado en el Himalaya. Es la guerra. No es el rock. No es tocar la guitarra y tomar merca. A menos que esto implique un riesgo artístico muy fuerte, como en el caso de Charly; es evidente que eso existe y que es verdadero. El peligro es estar vivo. Ese es el verdadero peligro. Un asceta está en la misma situación de peligro que vos: se le puede caer un piano en la cabeza.
-Pero cuando se fue de su casa aquel chico hipermimado, ¿qué riesgos estaba dispuesto a correr?
-Irme de mi casa significó haberle hecho creer a mi papá, hasta último momento, que yo iba a ser ingeniero agrónomo. Y saber que no era cierto. Significó haber enfrentado una noche a mi papá y decirle: quiero ser músico. Y aguantar lo que viniera.
-¿Y qué vino?
-Una caída de culo. Un no y no. Un sí y sí. Y acá estoy.
-¿Le mentiste mucho a tu papá?
-Sí.
-Era una época en que los adultos eran muy ingenuos...
-Sí, y eso me da hoy una ternura infinita. Mi papá, mis abuelas, yo mismo con 17 años, solo en Buenos Aires.
-Me imagino que también tenía su parte de fiesta.
-Mucha. Era como ir hoy de safari al medio del Africa. Yeeeeees. Todo pa’lante. No había ninguna melancolía que estorbara. No había nada para atrás. Porque estaba esa gran seguridad que daba esa casa, ese padre, esas tías… vivos. Y esa idea de que nunca, nunca, se iban a morir.
-Y se murieron.
-Sí.
-Todos y en muy poco tiempo.
-Sí. Mi padre murió en el 85 y en el 86 fue lo de las abuelas. Un palazo.
- Un palazo que perdonaste.
-Sí… la vida.
-¿La vida?
-Yo no puedo, no sé vivir con el odio. No aprendí, no pude o, a lo mejor, me queda una cuota importante de ingenuidad que me protege del mundo.
-Quizá es que esa familia no te enseñó a odiar.
-No, no me enseño a odiar.
-Y perdonar es tu manera de decir algo no mataron.
-Sí… Y para mí ésas son las cosas importantes. No que me digan que soy un pretencioso o un pedante.
-¿Creés que Martín te va a mentir?
-Espero que sí.
-No te va a gustar...
-Si miente bien no me voy ni a enterar.
Conociendo a Cecilia .
Cuarto acto
El Village Recoleta es un enorme platillo volador con pisos alfombrados y puertas tapizadas que parecen enormes dientes. No muerden, pero este martes por la noche hay un preestreno y demasiada gente famosa dispuesta a ofrecer su cuello. Quince coquetas salas están dispuestas a tragarlos y escupirlos poco más de una hora después, conmocionados, pero sonrientes por si aún hay cámaras. Adentro hubo un maremoto de lágrimas. En las pantallas y en las butacas. Porque Todo sobre mi madre es fundamentalmente eso: un melodrama perverso que narra la perversión.
Alguien dijo que la posteridad no se va a quedar con nada que no pueda estamparse en una remera. Todo sobre mi madre tiene esa virtud. Su mensaje es conciso: Nadie es lo que parece, sino lo que siente.
Días después, cuando le pregunto a Cecilia por su personaje Manuela, sólo me ofrece las migas de un discurso elaborado para la cadena nacional de promociones de prensa. No tengo opción: una zancadilla y cae. Le recuerdo que la vi hace muchos, muchos años en atc, recién llegada de España. No es ésa la tecla que dispara sus mejores recuerdos.
-Yo venía del aquelarre de la movida española y en atc me hicieron un sumario porque en el camarín tenía una botella de JB. No podía creerlo.
Sola, partida en dos por los demonios de las peores adicciones, Cecilia se aferró a su protagónico en una tira dirigida por María Herminia Avellaneda que nadie vio ni recuerda. Ella, en cambio, no puede olvidar ni uno solo de aquellos días en los que grabó catorce horas de pie (a cambio de 1.000 dólares al mes) y en los que, sin embargo, no juntaba fuerzas ni para llegar hasta el café. Estaba atragantada por sus calambres y sus lágrimas.
Si hay algo de Cecilia en esa frágil, pero imbatible Manuela, hay que buscarlo ahí. No es tan valiente como para decir (como dijo Páez, como insinúa Almodóvar) que la actuación la salvó del hospital o del loquero. O no es tan irresponsable. O simplemente no se le ocurrió o no quiere. Ese es el juego de Cecilia. Todos pueden opinar sobre lo que parece, pero nadie sabe lo que siente.
La cocina. Parte 4
Título del diario Página/12: "Todo lo que Fito busca con la música es lo que a mí no me interesa." Firmado: Joaquín Sabina. Páez calla y ensaya.
Abre
-Llegó el momento de hablar de Sabina. ¿Tu primer fracaso?
-Lo de Sabina lo siento como un fracaso total. Una experiencia absolutamente fallida. Una gran equivocación. Fue muy duro. Pero no fue la única. Otros aspectos de mi vida también los viví como un fracaso. Por suerte en lo único en que hasta ahora no fracasé fue en el terreno sexual.
-Sin bromas: no debe ser tan sencillo digerir el fracaso de un proyecto así.
-Y bueno… pa’lante. Actitud. Ver el fracaso ya es algo.
-Pero hiciste algo más que verlo: estar al mando de tu empresa parece una consecuencia directa.
-Exactamente. ¿Te contó alguien eso?
-No: me lo imaginé.
-Es así.
-¿Por eso Sabina figura en la lista de agradecimientos del disco?
-Dejémoslo ahí.
-Esa no me parece una respuesta demasiado inteligente. ¿Se te ocurre otra?
-No.
La cocina. Parte 5
Cecilia almuerza con Mirtha Legrand. (Un día después recién entiendo el significado de este dato.)
La cocina. Parte 6
Viernes. 19 horas. Rosario. Un Páez distendido se zambulle en los halagos de una conferencia de prensa. Está en territorio amigo. Todos lo conocen y él se ha tomado el trabajo de conocerlos a todos: veteranos y recién llegados. Sabe qué quieren escuchar y mejora la apuesta. El Che era nuestro Lawrence de Arabia, dice Páez. Estoy orgulloso de tocar en el teatro Fundación porque yo ahí, un 7 de agosto de 1976, desde la fila 7, asiento 14, vi tocar a Charly y supe que lo único que quería ser en la vida era músico, dice Páez. (Un día después, en ese mismo asiento, una muchacha con raya al medio aullará hasta el espanto. Más que una vocación lo que parece despertarse en ella es una necesidad: gritar.)
Cecilia ha ido con Martín a visitar a los tíos. Llega aferrada a su bebé, que mira a todos los que lo miran con esos ojos enormes como platos.
Abre
-¿Aquel día que te tiraron piedras en Plaza de Mayo te dolió?
-Muchísmo. Pero me hizo entender dónde estaba parado.
-¿Dónde estabas parado?
-A veinte años del golpe militar, rodeado de las Madres de Plaza de Mayo, con un público que no estaba en conexión con lo que significaba todo eso. Yo cantando "Volver" y ellos con la piedrita. La Argentina.
-Cecilia y vos usan mucho esa palabra. Cada vez que algo les parece molesto o incómodo apelan a esa expresión: la Argentina.
-Sí, lo repetimos mucho. Pero no como generalidad, sino como un estilo de país encarnado en personas concretas.
-¿Un ejemplo?
-Al día siguiente de aquel recital, Fidel Nadal salió a decir: "¡Y qué quiere! Si fue a comer a lo de Mirtha Legrand que se aguante las piedritas". Epa… ¿De qué estamos hablando, niño? Es muy fuerte lo que dices. Después, alguien también escribió, retomando esa idea, que Mirtha Legrand había sido la música de fondo del Proceso. Epa… A mí me parece que la música de fondo del Proceso fue la clase media argentina, no Mirtha Legrand. Pero, ¿están dispuestos a admitir eso? Como ves, yo intenté charlar, pero ese no era precisamente el ámbito adecuado.
-Tampoco volviste a almorzar con Mirtha.
-No por nada en especial.
-Pero no debe ser la mención de Mirtha lo único que te molestó…
-No. Yo escuché, el día de las piedritas, el grito "¡Aguante la guerrilla!". En esa situación, en esa circunstancia gritar eso… loco, stop it, pisá la pelota y ponéte a pensar qué significa eso para los pobres pibes que estaban ahí, que no tienen un mango, que no pueden estudiar, que toman vino malo y que, probablemente, la van a tener muy jodida en los próximos veinte años.
-Supongo que eran una minoría.
-No importa: aunque se trate de una sola persona hay que discutir esto. ¿La guerrilla para qué? ¿Para que tome el poder gente como vos? Noooo. Niii en pedo. Ni en peeeedo.
-¿Y quién preferirías que tomara el poder?
-No sé. Ya veremos. Pero esos no. Esa era mi discusión el día de la piedrita.
-¿ No pensaste que detrás de lo que te decía Nadal se encierra una crítica a esa imagen de burgués no maldito que podés llegar a transmitir ahora?
-Llamemos las cosas por su nombre: el dandysmo. Sí: no lo aguantan. Te gritan puto. ¡Puuutooo! ¿Qué pasa? ¿No me aguantan a mí o no aguantan a los putos?
-¿Te considerás un dandy?
-No, pero sé apreciar una buena tela, un buen aroma. Y también un buen acorde. Y también la violencia. Todo. A mí me interesa todo.
-¿Los que te gritan puto te interesan?
-No, porque tampoco es la barbarie que se describe en Facundo. Esa era mucho más interesante porque era más salvaje. Eso sí me interesa. Y lo entiendo. Pero decir aguantátela porque vas a lo de Mirtha Legrand es muy berreta. Si esto es el rock… buenas noches.
-Te aclaro: esto también es el rock.
-Entonces, chau, buenas noches.
-El disco tiene un subtítulo que tomaste prestado a Osvaldo Lamborghini: El fin de la razón. ¿No es la razón lo que te permite entender todo esto?
-No. No es la razón. Es el corazón. Y te lo explico. Yo recuerdo con mucho cariño la escena de Mir- tha en José Ignacio mostrándonos a Ceci y a mí la casa en donde había vivido con Tinayre. La recuerdo con mucha ternura. Ver a esa mujer sola, que había perdido a su hombre, mostrándonos sus recuerdos. Plafff… Ya conecté. Pero también conectó rápidamente con la escena de mi abuela y mi tía abuela, en Rosario, mirando a Mirtha todos los días. Para mí no es un experimento cínico ir a lo de Mirtha. Voy casi en representación de mis abuelas, casi como un homenaje muy chiquito del que no se da cuenta nadie. Eso es lo que te permite entender: la emoción. Y por ese lado podés entender que todo me interese, porque todo es conmovedor.
-Pero vos en el disco también hablás de que estás muerto y enterrado, una imagen que habla de sentimientos sepultados.
-Eso es otra cosa: es conciencia de la muerte. Yo estoy hablando sentadito acá y sé que me voy a morir.
-Los filósofos dicen que esa conciencia de la muerte es lo que te hace razonar sobre la vida.
-Al contrario. A mí la muerte me hace pensar en la muerte, no en la vida. La vida la vivo.
-¿Y cuando te emborrachás te estás tomando un recreo?
-¿Qué hay? (Piensa hasta que encuentra una idea.) Mirá: la primera cosa que se me ocurre es que la borrachera te produce una suerte de pérdida de la conciencia. No hay tiempo. No hay muerte. Entonces… es fabuloso.
-¿Es fabuloso?
-Puedo decir más tonterías que las habituales. Me afloja.
-Debés ser un tanto implacable con vos mismo...
-Tremendo.
-¿Y Cecilia. cómo es?
-Implacable. Muy inteligente. Altísima sensibilidad. Leonina. Mono. La estrella de lo que pasa siempre tiene que ser ella. Y a mí no me cuesta nada dejarle ese lugar.
-Me impresiona: describiéndola parecés un cirujano.
-Bueno, ése es mi trabajo. Pero también te puedo decir que es simplemente una chica con una vida complicada, como la de todos, que le gusta actuar. Y que yo soy un chico al que vas a ver con un lápiz, un papel y piano. Y punto.
-Punto y seguido: está Martín.
-Sí, está Martín. Y seguramente todo es más complicado, pero tratamos de no olvidar esto que en definitiva somos. Que la vida a veces te sonríe, que está llena de quilombos, pero te sonríe. Y que en el fondo somos niños sin resentimientos.
-¿ Sin resentimientos?
-A ver. Sí debo tener alguno (silencio). No haber podido tocar el piano como quería debe ser uno… pero nada serio. Nada que me agobie o me vuelva loco. Tuve mucha bronca, mucho odio cuando pasó lo de las abuelas, pero el tiempo lo curó. El tajo es de acá hasta acá. Y está ahí. Pero cicatrizó. Es un tajo importante y si ves el cuerpo desnudo te va a impresionar, pero cicatrizó. La vida es pa’lante.
-Para adelante veo la escena que contó Cecilia: vos llorando al lado de Martín, diciendo que al fin te había caído la ficha. ¿Qué ficha te cayó ese día?
-(Silencio.) Mi padre, mis abuelas, esa casa en Rosario, ese chico sin madre que fui y este chiquito ahí, desnudo sobre la cama, con los brazos abiertos en cruz, los ojos bien abiertos… Esa ficha me cayó: ahora soy yo. Ahora soy yo el que viene a cuidarte. Y vi a mi padre haciendo lo mismo hace 36 años. Vi la vida misma abriéndose paso.
-La vida abriéndose paso: lo contrario de la muerte.
-Esa es la gran batalla contra la muerte. Una guerra que sabemos que no vamos a ganar, pero a la que alguna batallita podemos arrancarle.
Conociendo a Cecilia .
Ultimo acto
1) Dejar en remojo al periodista durante veintidós horas.
2) Hacer viajar especialmente al agente de relaciones públicas para que custodie la charla.
3) Presentarse, finalmente, con una sonrisa y anunciar que en una hora y media hay que dar la entrevista por terminada.
4) Mentir en los detalles más pavotes y comprobables.
5) Pedir que no se publique la parte más interesante de la entrevista.
Convengamos que no son las instrucciones del manual Cómo tratar a la prensa. Convengamos, también, que todo esto es más revelador que cualquiera de sus palabras. Así es Cecilia. Cualquier situación (hasta la más convencional) puede llegar a convertirla en una zona de riesgo.
Cecilia, considerada sin piedad: Es una psicópata, histérica, caprichosa y maleducada.
Cecilia, considerada piadosamente: Es una mujer con un bebé, con tiempo libre para pasear a su gusto por una ciudad que le sonríe y la protege, que en las últimas semanas habló hasta por los codos de su vida y de su película, y que por pudor o por experiencia desconfía de los strip-teases escritos. (Habría que agregar que es despistada y con facilidad se olvida de sus compromisos.)
Cecilia, considerada por ella misma: "Soy inconsciente, muy omnipotente y, quizá por eso, conciliadora. Tengo mal carácter, aunque no sé si ésa es la palabra exacta para definirlo. Y una capacidad de negación de la realidad muy grande: algo así como pensar siempre que la realidad es como yo quiero que sea. Y eso es muy arriesgado. Tengo un costado combativo. Soy bocona. Tengo mucha confianza en mí misma y no sé si siempre eso es tan bueno. También tengo la necesidad personal de confiar en los demás porque me angustia mucho la confrontación, mucho. Soy tirabombas, sí, pero después me echo para atrás. El conflicto me angustia. Prefiero someterme, mirá lo que te digo. Aceptar un punto de vista que no es el mío y, en todo caso, dar batalla desde otro lugar. Nunca desde la guerra".
Imaginen que, quizá, ninguna de estas opciones sea la correcta.
El plato fuerte
El teatro de butacas color sangre se convierte en un estadio repleto de fanáticos y barras bravas. Por todos lados hay custodios que parecen placares de dos puertas. Abre. El telón, el show y el tema con que comienza el show.
Los cubanos están disfrazados de africanos, con túnicas blancas (que Páez compró en Marruecos), casquetes de colores y collares. Claudio Cardone lleva un cuello de sacerdote, aunque Páez lo ascenderá a obispo en la presentación. Vadalá versión División Miami. Un clásico. Anita y su ombligo a la vista todavía no impresionan. Habrá que esperar hasta "El amor después del amor" para que aparezca en el escenario totalmente plateada, convertida en un chocolate al que todos los hombres de la platea (absolutamente todos) quieren arrancarle un bocado. Pareciera que Páez tiene un cajón mágico de donde saca chicas impactantes. Anita no es cualquiera: tiene sangre azul y como prueba lleva la corona ensartada en su dedo índice: un anillo increíble de esmeraldas, herencia de su abuela. El linaje de Nicolás es uruguayo y también se nota. Páez le sugirió unos bermudas psicodélicos. El escogió un pantalón carpintero y una camiseta futbolera, pero elegante. Plateado también para Emanuel. Gonzalo, de traje. La Banda de la Buena Leche está impecable.
Impecable también será el show. Impecables también serán las lágrimas con las que Páez se enredará en la mitad de un tema, cuando todo alcance su punto máximo de ebullición. Ya vio las lágrimas de su tía Charo. Ya saludó a Cecilia con un beso. Ya contempló el teatro de sus sueños, rendido a sus pies, clamando por más, rezando en voz alta, completos, sus nuevos temas, convirtiendo a "La casa desaparecida" en un himno emocionado, festejando la irrupción, sin aviso, de un muchacho perfecto, vestido tan solo con una mínima tanga de lentejuelas que deja a la vista un panorámico culo que se menea con fuerza (Coqui Bernárdez, poeta rosarino, didáctico bailarín y cantante del tema "Es sólo una cuestión de actitud"). El show perfecto. El público perfecto. La noche perfecta para volver al ruedo.
Sin embargo, Páez tiene miedo. Se escapa del teatro por el garaje, adentro de una combi de vidrios polarizados. Sin embargo, Páez está ensimismado. Cena rodeado de todo su equipo, su familia, su banda, pero parece inmerso en un desierto lejano.
No es que esté mudo. No es que esté temblando. Sonríe, agradece, charla, abraza. Escucha, incluso, las ocurrencias de Chiquito Reyes (el verdadero, aquél al que imitaba Olmedo, aquél que fuera compañero de papá Páez durante toda la secundaria), repasa con Cecilia los mejores momentos del show, brinda con su banda. Es sólo una cuestión de actitud, pienso, cuando lo veo enfrentar al grupo de fans que lo espera desde hace largo rato en la puerta del hotel y se abalanza sobre él, mientras Cecilia pasa de largo. Un chico muy joven se le tira encima. Me salvaste la vida, le dice. Si a vos te pasó todo lo que te pasó y seguís, yo tengo salvación, grita. Huele a alcohol y a otras cosas. Páez lo mira a los ojos y lo enfrenta.
-Loco, cómo no vas a tener salvación si tenés menos de 20 años.
El chico recién entonces se desarma.
Telon
El último bocado del sándwich Páez-Roth es apenas una imagen. El ascensor que se detiene en el tercer piso, la puerta que se abre, ellos que saludan y se van. Y ese breve instante, apenas un segundo, en el que se puede contemplar sus siluetas de espaldas. El envuelto en un poncho de alpaca. Ella con una gran chalina de barragán. Las cabezas erguidas, los dos muy juntos, pegaditos en un abrazo. Las puertas del ascensor se cierran. Final.
Se me ha pagado por observar todo esto y me alegra que nadie esté en posición de pedir que le devuelvan el dinero. Con espiar este pequeño momento hubiese alcanzado.
Una pareja es tan solo eso: un misterio.
Imaginen: ¿quién puede sentirse capaz de revelarlo?
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