Enemigos íntimos: cuatro series y una película que hacen foco en el conflicto palestino-israelí
En forma de thriller, de relato de suspenso o de melodrama familiar, el streaming ofrece varias ficciones que exploran la historia, el contexto y las vivencias de quienes batallan y sufren las consecuencias de la larga espiral de violencia en Medio Oriente
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Las series israelíes y de algunos de sus aliados en el mapa global han recorrido los meandros del conflicto que afecta a Medio Oriente. Thrillers de espías, historias nacidas de sucesos reales, retratos de la vida en conflicto son algunas de las claves para acercarse a los mundos de ficción que han abordado aquella zona en tensión. A veces Irán, otras las distintas ciudades de Israel como Jerusalén o Tel Aviv, en ocasiones la propia Franja de Gaza, hoy en el ojo de la tormenta, son el escenario de un universo a veces lejano que desde la ficción adquiere inesperada cercanía. Por ejemplo en Shitsel, estrenada en 2013 y con tres temporadas en su haber -recientemente dada de baja del catálogo de Netflix-, la vida cotidiana de una familia judía ortodoxa se expresa a través de sus comidas y ceremonias pero también a través de sus amores, sus duelos y la experiencia de vivir en constante peligro. Los años de una civilización contenidos en pequeños momentos, en gestos que de no atenderse se pierden para siempre.
Historia y guerra. Esas dos palabras atraviesan gran parte de las ficciones que intentan asir algunos hilos de una realidad que siempre resulta difícil de reducir a pocas palabras, a frases hechas, a cuadros explicativos. Ficciones como la de Our Boys -también recientemente dada de baja, en este caso, de HBO Max- eligen reelaborar un hecho traumático para su comunidad: el secuestro de tres jóvenes israelíes durante el 12 de junio de 2014. Ese suceso es el disparador de la miniserie creada por Hagai Levi (The Affair), en colaboración con Joseph Cedar, realizador judío ortodoxo, y Tawfik Abu Wael, guionista y director palestino. Tres voces distintas para encontrar un retrato posible de ese horror. Concentrada en los hechos que originaron la guerra de Gaza en ese año, la historia sigue la investigación de Simon (Shlomi Elkabetz), un agente de la Shin Bet, la agencia israelí de seguridad, quien intenta llegar a la verdad y evitar las más cruentas represalias.
Entonces Israel no solo es una fuente de inspiración para muchas de las versiones internacionales de sus ficciones como The Affair, In Treatment, o Homeland -una de las referentes indispensables para el retrato del mundo posterior al 11 de septiembre de 2001-, sino que con el correr de los años, y sobre todo durante el boom de las series de la década del 2010, desplegó pulso y creatividad en el diseño de historias que recorrían los conflictos más álgidos en la región, la exploración del tenso vínculo entre exigencia militar y vida civil, el rol de los migrantes de Medio Oriente alrededor del globo y el eco en su territorio de diversos sucesos extremos. En el contexto presente, que merece sobre todo prudencia y reflexión a la hora de acercarse a sus complejas aristas, la ficción es un puente para forjar una mirada pensante y equilibrada. Algunas de las historias disponibles en streaming son un posible punto de partida.
Fauda. Con cuatro temporadas disponibles en Netflix -y una quinta todavía por filmarse-, la serie creada por Avi Issacharoff y Lior Raz fue uno de los grandes éxitos de la ficción israelí, y por ello no ajena a controversias. Su historia comenzaba con la persecución de un espía de Hamas en un casamiento, un nombre mítico al que muchos daban por muerto. La incursión de los agentes israelíes en ese evento privado resultaba el motor del inminente conflicto, y no solo involucraba tensiones políticas y religiosas sino que se expandía hacía el interior familiar de ambos bandos. Desde su debut en 2015, la vocación de los creadores consistió en humanizar a los personajes como engranajes de fuerzas mayores con vida y emociones propias, pero en ese gesto no todos quedaron conformes. Muchas críticas apuntaban a la confección de estereotipos para retratar a los palestinos frente a los matices con los que asomaban los israelíes. Lo cierto es que con el correr de las temporadas, sobre todo a partir de la tercera, Fauda ha logrado una madurez inusual al tratar un tema tan complejo como el conflicto israelí-palestino. Con eje en el agente antiterrorista Doron (Lior Raj), las disputas son siempre opacas, los personajes atravesados por contradicciones, los intereses alrededor del conflicto esquivos y difíciles de reducir a una dinámica esquemática. Aunque pensada como un thriller político, tensado por las sombras que persiguen a Doron, las muertes que lo rodean y el intento de cumplir con su trabajo a un costo muy doloroso, la serie también permite asomarse a un escenario candente, signado por difíciles resoluciones. Disponible en Netflix.
Teherán. Creada por parte del equipo creativo de Fauda, Teherán tiene dos diferencias claves con su predecesora: la primera es que funciona en un territorio hostil al personaje central como la capital de Irán, a donde se dirige una agente de la Mossad para infiltrarse en una central eléctrica y permitir a las fuerzas israelíes desactivar un reactor nuclear. La segunda es que la ficción se aferra a la dinámica del thriller de espías, cercano a la paranoia de los años 70 en plena Guerra Fría. Bajo esas coordenadas, Tamar Rabinyan (Niv Sultan) es una agente de inteligencia informática que se mueve en territorio enemigo para sus filiaciones políticas y militares, pero en un mundo cercano a su pasado, en tanto parte de su familia es originaria de Irán. El reencuentro con esa pertenencia es el que ofrece las complejidades para su misión pero también el mejor retrato para esa cercanía irrenunciable que mantiene unidos, como enemigos íntimos, a ambos países. Por ello la estrategia que elige la serie para ficcionalizar esa permanente atracción-repulsión es el juego del gato y el ratón que celebran Tamar y Faraz Kamali (Shaun Toub), uno de los más férreos agentes de la seguridad enemiga. Un hacker con historial de protestas sociales, una familia escindida y un permanente tejido de múltiples espías son las claves para asomarse a ese escenario en tensión. Disponible en Apple TV+
The Honorable Woman. Coproducida entre los Estados Unidos y Reino Unido y creada por Hugo Blick (artífice de la reciente La inglesa), The Honorable Woman tiene como protagonista a Nessa Stein (Maggie Gyllenhaal), quien de niña fue testigo del brutal asesinato de su padre y de adulta se convierte en líder de una empresa familiar que ha reconvertido sus negocios de venta de armas en inversiones en telecomunicaciones capaces de unir a Israel con Cisjordania. Debajo de la encrucijada que supone ofrecer contratos a proveedores israelíes o palestinos asoman secretos más profundos, que se remontan a su pasado y su identidad judía. Un agente del MI6 interpretado de manera ejemplar por Stephen Rea comienza a sospechar que Nessa esconde algo cuando un hombre que iba a conseguir su contrato más importante aparece muerto ¿Fue realmente un suicidio? El ambiente en el que se mueve Nessa le exige temple y autoridad para conducir negociaciones con líderes políticos y mandamases de la industria, pero la fragilidad de su vida personal, el fantasma de la maternidad y la responsabilidad que asume sobre el futuro condicionan sus maniobras. Sin embargo, lo que distingue sobre todo a The Honorable Woman es el retrato nada condescendiente de los distintos actores estratégicos que operan en la geopolítica de Medio Oriente, las corrientes subterráneas que definen lo posible e imposible de cara a ese conflicto de larga data. Disponible en HBO Max.
La chica de Oslo (2021). Aunque situada en el presente, La chica de Oslo tiene como lejano preámbulo a los acuerdos por la paz de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina que resultaron un camino sin salida. Coproducida entre Israel y Noruega, la historia comienza en Oslo cuando un matrimonio descubre que su hija adolescente se fue de viaje intempestivamente a Medio Oriente. Días después la noticia de su secuestro a manos del ISIS impulsa una explosión en los medios de comunicación y a su madre –que fuera pieza clave de los fallidos acuerdos de 1993– a viajar a la zona de conflicto para mover sus contactos y negociar la liberación. Más allá de los secretos familiares y las intrigas amorosas que rodean la búsqueda, lo que interesa a la serie -aún con ciertas concesiones esquemáticas– es el entramado que define las fronteras entre Israel y el mundo árabe. El conflicto central surge a partir del vínculo que comparten Alex (Anneke von der Lippe), madre de la secuestrada, y Arik (Amos Tamam), ministro de Defensa israelí, que excede lo profesional y que insinúa cierta parcialidad del país escandinavo en aquellas negociaciones del pasado. Mientras tanto, su marido negocia la liberación de uno de los líderes del ISIS encarcelado en Oslo como parte del intercambio con los terroristas. La decisión de Alex de internarse en pactos con Hamas en Gaza para llegar a su hija es un paso más en esa pendiente resbaladiza. La encrucijada moral late por debajo de la tragedia personal, símbolo perfecto del presente. Disponible en Neflix.
Oslo (2021). Para completar el panorama de la historia reciente entre Israel y Palestina, Oslo recrea el trasfondo de las negociaciones de paz llevadas a cabo en Noruega en 1993. Basada en la obra teatral escrita por J. T Rogers y dirigida por Bartlett Sher -quienes aquí también se dividen los roles de guionista y director-, la película narra el accionar de Mona Juul (Ruth Wilson) y Terje Rød-Larsen (Andrew Scott), matrimonio de diplomáticos noruegos que gestaron el acuerdo en territorio neutral a través de sus contactos con Medio Oriente y por fuera de los canales oficiales. El contexto era un largo estancamiento de la situación de tensión y el imposible contacto entre las dos naciones, por ello la intriga se convierte en la herramienta ideal para sembrar el suspenso pese a que todos conocemos el final de la historia. Es cierto que Sher conservó la sólida raíz teatral en su puesta cinematográfica (la obra ganó el premio Tony en 2017), pero aún bajo esa rigidez visual consigue expresar la premisa humanitaria que circula tras la decisión de evitar la perpetuación de una masacre a través del diálogo diplomático. La imagen que condensó en su momento aquella gesta fue la del saludo entre el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el presidente de la Organización de Liberación de Palestina, Yasser Arafat, ante la mirada de Bill Clinton en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca. Dos años después, Rabin fue asesinado por un extremista israelí y en 2000 llegaría la Segunda Intifada. El sueño resultó muy frágil. Disponible en HBO Max.
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