En Vélez: Bad Bunny trajo las playas tropicales de sol y arena a Buenos Aires
En su cuarta visita, el reggetonero más famoso del planeta volvió a reencontrarse con el público argentino; homenajeó a Charly García e invitó a Duki
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“Yo no soy celoso, ¿pero quién es ese cabrón? / Dime quién es ese cabrón / Tranquila, no soy psycho / No voy a hacer un papelón, pero... / Auch, mi corazón”. Pasaron más de dos horas de show y Bad Bunny, sentado en la playa que le hace de escenografía, termina “Yo no soy celoso”, una canción con aires de bossa para un fogón sentimental a orillas del mar. Y, antes de levantarse, canta la última palabra sobre el bombo, que en ese instante baja la afinación y se expande para sonar como el último latido de un corazón sin ganas. Pero Bad Bunny se levanta y sigue. Le pega “Yonaguni” y en una frase vuelve a instalar el clima de amor, pérdida y autotune: “Y yo bailando contigo en mi mente, aunque se que no debo”.
Hasta cuando un auto pistero copa las pantallas para “Bichiyal”, el fronteo de Bad Bunny tiene una carga de melancolía. Su voz suena más grave, más viril y con los acentos ajustados al beat, pero hacia el final de los versos las palabras patinan como si se disolvieran en el horizonte. Un reggaetonero rápido y lloroso que entiende el baile como la única salida. Delante de él, 45 mil personas con pulseras luminosas hicieron de marco para una fiesta que tuvo tanto de colectiva como de introspectiva, casi siempre en simultáneo. Tal vez allí, en esa combinación, a la que llega no solo por la versatilidad de su fraseo sino también por las formas & deformas que le encuentra a la clave de reggaetón, resida el factor distintivo de San Benito, el artista que más y mejor entretuvo a las masas durante la pandemia.
La cuarta visita a la Argentina de la gran figura del reggaetón actual tuvo a la playa y sus varios usos en el imaginario popular como locación. Primero, Bad Bunny, sentado una reposera y con una conservadora, armó una previa en solitario, como si hubiera llegado demasiado temprano a la fiesta. Pero ya para el segundo tema (”Me porto bonito”) perreó, se cogió a una palmera y agitó al público. Antes de que una veintena de bailarines se sumaran a la celebración, el cantante saludó e hizo mención al “mucho tiempo” que pasó desde su último show en el país. Ese mucho tiempo fueron en verdad tres años, dos de los cuales estuvieron signados por la pandemia, pero en los que Bad Bunny editó tres discos y se convirtió en uno de los artistas más escuchados del mundo, consolidado de una manera nada común para un latino en Estados Unidos. “Ahora todos quieren ser latinos / Pero les falta sazón, batería y reggaetón”, cantó en “El apagón”, uno de los últimos temas de la noche, en una suerte de guiño a esa escalada global de la música urbana latina, de la que él es punta de lanza.
“Que beban, que bailen, que disfruten de esta noche, que hagan lo que quieran”, soltó Bad Bunny como invitación al relajo y como lema que hizo propio desde que en 2020 editó YHLQMDLG (Yo hago lo que me da la gana), pocas semanas antes de que el mundo tuviese que cerrarse puertas adentro por el coronavirus. Y esa máxima de vida, propia del ego de una estrella pop, se traduce en términos musicales también. “La corriente” impuso por primera vez el recurso de transicionar el beat de reggaetón a los latidos del corazón y con referencias a los 90 dio paso al momento tecno de la noche, con “La Neverita” y un enganchado de X100Pre, su primer disco (”Ni bien ni mal”, “200 MPH”, “La romana”, “Estamos bien”). Bombo en negras, lasers que atravesaron el estadio y clima de DJ set para mirar al pasado, ese que no sucedió hace más de 5 años pero que a Bad Bunny le parece lejano.
Más base de reggaetón, más baile y más desamor. La tetralogía “Yo perreo sola”-“Safaera”-“Titi me preguntó”-“Dakiti” volvieron a instalar el perreo más duro en uno de los momentos más intensos de la noche. Allí, Bad Bunny mostró como a partir de cambios de velocidades, texturas y hasta con transiciones psicodélicas (¿progressive reggaetón?) puede agregarle capas de sonido que no le son del todo propias al género pero que en él suenan orgánicas.
Duki y Charly García. Todo convivió en el universo de Bad Bunny en Vélez. El primero subió como invitado para “Hablamos mañana”, un lamento in crescendo con autotune y base de trap, y luego se hizo cargo del escenario en solitario para “Givenchy”. En el medio, agradeció al cantante por su rol en el presente de la música urbana de esta parte del globo. “No hay nada más lindo que romperla en tu país y que en tu país te quieran de esta manera”, contó que lo felicitó Bad Bunny luego de que Duki hiciera su primer Vélez el mes pasado. El homenaje a Charly García estuvo dado con la pista vocal de “Demoliendo hoteles”, que sonó en off a modo de interludio. Los reyes del autotune no tienen ni rencores ni pruritos a la hora de reverenciar a quien a modo de provocación pidió prohibirlo cuando el trap era una novedad por estas tierras. Ahí también la sutileza: la voz de Charly, quien ha hecho de su afinación perfecta y su oído absoluto una cucarda personal, sonando a capela en el show de un cantante cuya marca de estilo ignorar los límites de la afinación como forma de expresión.
La playa se fue oscureciendo con el correr de la noche y el viento impropio de noviembre hicieron mella en la garganta de Bad Bunny, que terminó envuelto en toallas para mantenerse en temperatura. Para iniciar la despedida, una palmera en medio de la pasarela le sirvió de sostén para elevarse y flotar por todo el estadio y que “La canción” sea su saludo al público con las ubicaciones más lejanas al escenario. El fin de fiesta volvió a tener momentos de introspección y extroversión. En “Me fui de vacaciones” escondió el beat de reggaetón en una cadencia hawaiana y en “Después de la playa” le puso ritmo y bronces de salsa para que el cierre sea con promesa de after party.
“Gracias, Argentina” como saludo final y con su cara apenas visible entre la capucha de su buzo y los dos toallones que lo cubrían. Así dio por concluido un show de casi tres horas en el que dejó en claro que la producción de su puesta en escena está a la altura de su éxito en los rankings de todo el mundo. Hace apenas cuatro años, cuando llenó tres veces el Luna Park, la introducción lo presentaba como “la nueva sensación del trap latino”. Hoy, el trap, al menos en términos puristas, tiene cada vez menos lugar en su sonido. Es que, durante todo este tiempo, se aferró a sus raíces para hacerse un lugar entre las leyendas del género. Sin necesidad de caer en lugares comunes, hizo de su pasado el lugar desde donde proyectar una actualización del sonido y acentuar el melodismo que potencia la fragilidad de las historias que cuenta. Bad Bunny: una terapia de reggaetón a corazón abierto.
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