Poco o nada le queda por demostrar a Oprah Winfrey . Tanto es así, tal es la seguridad casi mesiánica que tiene su público en ella, en su capacidad de lograr cualquier cosa que se proponga –por improbable o desaconsejable que sea– que esta actriz, productora y conductora norteamericana tuvo que pasar las cuatro semanas posteriores a su aparición en los premios Globo de Oro desmintiendo que sería candidata a presidente de los Estados Unidos. Nadie se preguntaba cuál sería el resultado de la elección en caso que decidiera lanzar su candidatura.
Oprah todo lo puede.
No puede reprochárseles a sus seguidores la confianza ciega depositada en ella. La historia de su vida contiene más obstáculos irremontables que una soap opera y más vueltas de tuerca que un capítulo de Perry Mason, por citar dos de sus obsesiones en su juventud. Criada en un hogar pobre, hija de una madre adolescente y soltera, abusada sexualmente de niña, madre a los 13 de un bebe que murió poco después de nacer, logró terminar el secundario y luego estudiar comunicación en la universidad, tras lo cual consiguió un trabajo primero en la radio y luego en la televisión de Tenesse, donde las conductoras negras eran una rareza incluso a comienzos de los años 80 (la situación no se alteraría fundamentalmente tras el éxito de Oprah a nivel nacional).
"Quiero agradecerle a todas las mujeres que sobrevivieron a años de abuso, porque ellas, como mi madre, tenían hijos que criar, cuentas que pagar y sueños que hacer realidad", dijo Oprah –el apellido es innecesario: nunca podría haber dos de ella– en su discurso de aceptación del premio Cecil B. De Mille a la trayectoria. Ante un auditorio poblado de estrellas, todas ellas vestidas de negro ante la convocatoria de Time’s Up –la organización fundada por actrices norteamericanas, ella incluida, para canalizar dinero, fama y trabajo al servicio de las víctimas de hombres mucho menos famosos que Harvey Weinstein–, Winfrey relató cómo bastaron apenas seis palabras para torcer su destino.
Su camino bien podría haber sido el de su madre, a la que recordaba entrar a su casa extenuada de su trabajo como empleada doméstica esa noche de 1964, en el exacto momento en que Anne Bancroft pronunciaba esas seis fatídicas palabras: "El Oscar es para Sidney Poitier". Explicaba Oprah en el estrado, en el momento histórico que una niña negra como ella podía atreverse a imaginarse agradeciendo un premio de la Academia, no había más que poner manos a la obra para hacerlo realidad (y lo hizo: nominada en 1986, por El color púrpura, recibiría el premio Jean Hersholt al trabajo humanitario en 2012). Verla a ella en el podio, seguía Winfrey, la primera mujer negra en recibir el Cecil B. De Mille (el primer hombre negro en recibirlo fue, claro, Sidney Poitier), podría impulsar a otra niña sentada en su living a imaginar un camino mucho más allá de las limitaciones de su tiempo. Tal es el poder de las historias: si podés imaginarlo, podés hacerlo realidad, explicó.
En esa primera noche de enero de 2018, en la que Hollywood parecía querer dar un mensaje al mundo acerca de lo que podría pasar si las mujeres decidían no callar más –por citar una frase utilizada por las actrices argentinas hace pocos días– Winfrey prefirió dejar su propia vida de lado. "Estoy orgullosa de las mujeres que han levantado sus voces y compartido sus historias. Este año, nosotras nos convertimos en historia. Pero nuestra historia no afecta únicamente a la industria del entretenimiento: trasciende lugar, cultura, política, religión y raza. Durante demasiado tiempo, las mujeres no eran escuchadas cuando decían la verdad, su verdad ante los hombres en el poder. Pero se acabó. El tiempo se acabó. Su tiempo terminó".
Ese discurso no fue el comienzo de una carrera política, pero sí la confirmación de que algo mucho más grande estaba despertando. Sólo bastaron esas tres palabras.
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