En Los asesinos de la luna, Martin Scorsese filma su primer western y da voz a los oprimidos de la frontera
Leonardo DiCaprio compone a un patético outsider en uno de los mejores papeles de su carrera, quien llega a una Oklahoma sumida en un boom petrolero para trabarse en una relación enfermiza con una heredera del pueblo Osage y con el cínico mentor que le plantea la forma de quedarse con su fortuna
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Los asesinos de la luna (Killers of The Flower Moon, Estados Unidos/2023). Dirección: Martin Scorsese. Guion: Martin Scorsese, Eric Roth, David Grann. Fotografía: Rodrigo Prieto. Edición: Thelma Schoonmaker. Elenco: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Scott Shepherd, Cara Jade Myers, Tantoo Cardinal, Janae Collins, William Belleau, Jason Isbell, Jesse Plemons, John Lithgow, Brendan Fraser. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: UIP. Duración: 206 minutos. Nuestra opinión: excelente.
De todos los géneros que vistieron a Hollywood desde sus tiempos clásicos, Martin Scorsese eligió a tres de ellos como los puramente norteamericanos, según su propia confesión en el documental A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995). El cine de gánsters, nacido de la Ley Seca y del crimen organizado en los años 20; el musical, llegado desde Broadway como alimento de las ‘all talkies del primer cine sonoro y el western, surgido de la frontera y la construcción del Estado-Nación. Todos los géneros tuvieron su iconografía y sus mitos, pero el western se convirtió en la narrativa autorizada del pasado, una gesta popular que dejó una parte de la historia en imágenes y la otra condenada a su desaparición. Finalmente Scorsese decidió hacer su propio western y filmar así aquellas historias arrebatadas, no con la épica de un descubrimiento sino con la dolorosa consciencia de una pérdida.
Como antes Toro salvaje o Buenos muchachos, Los asesinos de la luna está basada en un libro de no-ficción. Una investigación periodística sobre la historia reciente: los crímenes de los habitantes originarios del pueblo Osage de Oklahoma a comienzos del siglo XX. En esas otras ocasiones, el material verídico fue el punto de partida para gestar la conciencia de una imposible integración. Toro salvaje nunca fue una película sobre el mundo del boxeo, ni siquiera una verdadera biopic sobre Jake LaMotta: fue un estudio sobre la condición de marginal del personaje, cuyos triunfos en el ring nunca lo hicieron merecedor del lugar que anhelaba en la sociedad. También para Henry Hill, en Buenos muchachos, el sueño de pertenencia a la mafia se desvanece cuando descubre que nunca podrá ser un verdadero italiano, haga lo que haga. Atrapados entre la integración y la segregación, las criaturas de Scorsese pugnan por ser reconocidas sin nunca dejar de ser “outsiders”.
Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) es el outsider en Los asesinos de la luna. Veterano de la Primera Guerra como cocinero de la infantería, envuelto en una faja para sostener sus intestinos y las pocas ilusiones que le quedan, llega a Oklahoma para mendigar un empleo en la finca de su tío, el ‘Rey’ Will Hale (Robert De Niro). Hale es el monarca nunca coronado, el amigo de los nativos Osage, el ganadero filántropo que tiene a la ley en su bolsillo. ¿Y qué puede hacer Ernest sino rendirse a la voz del amo que lo cobija? La relación de dependencia que une a Ernest y Hale es el corazón de la película de Scorsese porque es la puerta de entrada al proceso de dominación que consume a los Osage, imprevistos millonarios en plena fiebre del petróleo. Quienes habían sido perseguidos y desplazados, ahora tienen la “amistad” del condado gracias a los petrodólares. Y Hale es el más amigo de todos, el astuto consejero, quien al igual que hiciera Ernest con sus intestinos, envuelve sus peores intenciones en la fraterna hospitalidad de los pioneros.
El libro de David Grann en el que Scorsese basó su película -coescrita junto a Eric Roth- asume como eje del relato a la figura de un ‘Texas Ranger’ y al accionar del recién nacido FBI de J. Edgar Hoover en el hallazgo de la verdad tras las misteriosas muertes de los Osage. No es lo que a Scorsese le interesa: ni el relato de la ley, ni el heroísmo de la justicia. Su mirada está adentro, en las entrañas de esa nación nacida de la sangre y la rapiña. Aquella que escondió sus tragedias entre las hojas prolijas de la oficialidad y dejó para los nativos el olvido destinado a los que nunca pertenecieron. Por ello Los asesinos de la luna es la película más dolorosa de un Scorsese que ha visto a su tiempo y su país como pocos directores se atrevieron. Con el ojo certero de quien también se ha pensado como un outsider desde sus tiempos del Nuevo Hollywood, quien ha desafiado la petulancia de la industria y la obscenidad del negocio, asumiendo su condición de sobreviviente -como el propio cine- frente a todos los malos pronósticos.
Y aquí se reúne con dos de sus actores emblema como lo son Robert De Niro y Leonardo DiCaprio, ambos en roles magistrales, revelando el oscuro funcionamiento de ese poder que los consume en la desgracia más estrepitosa. El Hale de De Niro apenas encoge su cinismo para desplegar el carisma con el que seduce a los incautos Osage y fagocita la tierra próspera que lo circunda. DiCaprio transforma su rostro y su cuerpo para dar vida a la criatura más compleja de su carrera, absorbida en su debilidad hasta el patetismo, incapaz de dar voz posible a su liberación. Junto a Lily Gladstone consiguen escenas magistrales que develan la dinámica de la opresión, definida menos por la formas explícitas de la violencia que por la voluntaria entrega del poder de decisión.
Scorsese hace cine sobre el presente al mirar con lucidez y sin retóricas triunfalistas las sombras del pasado.
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