En Las dos Mariette, el descubrimiento una identidad silenciada es el punto de partida de una historia fascinante
El documental de Poli Martínez Kaplan tiene a Mariette Diamant, como su mejor activo: la naturaleza de su secreto familiar, su incansable búsqueda de verdad y las reacciones de su entorno ante la ruptura de un mandaton redondean una lúcida reflexión sobre qué nos hace quién somos
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Mariette Diamant ha sido custodia de un secreto familiar a lo largo de los años: desde su temprana adolescencia, cuando en un baño de ocasión, su madre deslizó a modo de imprevista confesión la identidad judía de su familia. Para Mariette fue un episodio revelador pero contradictorio con su presente, signado por una rígida educación católica, por la misa y el rosario, antesala de su futuro casamiento en la Iglesia del Socorro. Y su madre Renée, matriarca de la familia desde su arribo a la Argentina tras la huida de la Francia ocupada en 1940, se encargó de dispersar esa involuntaria confesión como un exabrupto olvidable. Pero para Mariette, el secreto siguió latiendo en ese pasado silenciado, como una espina que no deja de causar dolor aunque se conviva con ella. A sus 70 años, con una vida hecha, hijos, nietos y bisnietos, un entorno de reuniones para el té en los cafecitos de la Avenida Alvear, de remembranzas de La Horqueta y coqueteos con el Opus Dei, Mariette abrió las puertas de su mundo interior, de ese secreto que escondía su pasado judío, las fotos de su abuelo rabino, la partida de nacimiento que atesoraba una verdad inocultable.
Estrenada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Las dos Mariette, tercer documental de la directora Poli Martínez Kaplan en su ciclo sobre la identidad y la memoria en las generaciones de judíos en la Argentina, revela ese largo camino, desde el relato de la propia Mariette Diamant hasta las voces de su familia y sus amigas, y las contradicciones que la verdad desplegó en su entorno, lo difícil de asumir los secretos de otros en la vida propia.
Como en La casa Wannsee, donde la vieja mansión del psicólogo Otto Lipman develaba las raíces de una familia perseguida en Alemania y traía al presente lo político de esa búsqueda, Las dos Mariette también pendula entre pasado y presente, pero lo hace en un ejercicio lúcido de reflexión, que incluye voces en tensión, las fotografías como puertas de entrada a detalles olvidados, la deconstrucción de un mundo de certezas que se revela inestable. Mariette no solo desafía el mandato de su madre de sostener una fachada perfecta, una comedia bien aprendida, sino que invita a sus hijos y nietos a sacudir sus propias seguridades para descubrir una realidad que instala preguntas sin demasiadas respuestas.
“No se hablaba de judaísmo en la familia”, repite Mariette como recuerdo de las enseñanzas de su madre Renée. Los referentes del judaísmo eran los negocios de telas del Once y la usura, lugares comunes y prejuicios que revelan un inconsciente antisemitismo, una burbuja de miedo y ansiedad fomentada por la persecución nazi y el afán de supervivencia. Renée y Arnold llegaron desde Francia escapando de los tentáculos del Holocausto y en Buenos Aires forjaron una vida perfecta, un circuito de amigos que exigió borronear aquellas fotos que mostraban los kipá o atestiguaban sus raíces hebreas ¿Esnobismo o protección? Esa comedia en la que nació Mariette fue la clave de su educación y la que trasladó a sus descendientes. Pero el destello de la verdad siempre estuvo ahí, guardado como el fragmento de fotografía recortado, como la partida de nacimiento escondida, como una certeza que arrincona al alma. El encuentro de Mariette y la escritora Hélène Goldsztajn Gutkowski dio luz a su historia -en el libro Querido país de mi infancia- y permitió en ese tiempo tardío revisitar las huellas de su propio pasado. “Nunca es demasiado tarde”, insiste Hélène como respuesta a algunos reproches de los hijos y amigos de Mariette que no encuentran sentido a esa confesión de vejez.
Ese es uno de los ángulos más interesantes del documental, y quizás el que demuestra que la mirada de Poli Martínez Kaplan combina con inteligencia la complejidad del tema y la ligereza de la forma de su revelación. El hecho de que Mariette se haya decidido a contar la verdad en su vejez es lo que despierta más interrogantes en su entorno. ¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando su madre ya no está para dar sus excusas? ¿Por qué cuando sus hijos tienen una vida hecha como católicos? ¿Por qué cuando era mejor callar que alzar la voz? El sufrimiento subterráneo de Mariette, bajo la apariencia de una señora coqueta y diligente que toma cafecitos por Recoleta, parece también el eje de ciertas inquisiciones, de reproches indirectos que no encuentran correlación entre esa necesidad de correr el velo de la mentira y la forma de vida cultivada durante largas décadas. ¿Cuál es la verdadera razón de la confesión? ¿La necesidad de la verdad? ¿Una búsqueda espiritual? ¿Un acto de secreta vanidad? Es ahí donde la película encuentra sus momentos más tensos y también los más fructíferos.
En Las dos Mariette, la entrevista con Patricia, una de las hijas de Mariette, sugiere confesiones de su abuela Renée en veladas de vino y complicidades, y la de su hijo varón Paulo, portador de un discurso pragmático que mira hacia el futuro sin demasiado culto por la historia pasada, cuestiona los argumentos de su madre. La película así define una forma dialéctica que esquiva adulaciones y condescendencias. Más tarde, la escena con Valeria, la otra hija de Mariette, nos la muestra visiblemente conmovida mientras procesa ante nuestros ojos y los de su mundo el sacudón que la historia de su madre, y la propia, le ha dado a su existencia. Son hallazgos de una película que espera lo que acontece sin violentarlo, sin poner a sus sujetos en la arena de un confesionario. Que descubre con humor las contradicciones de las amigas de Mariette, quienes citan a El mercader de Venecia como imagen negativa de los judíos, e intentan pensarse abiertas y comprensivas viendo cómo sus prejuicios asoman sin resistencia.
La propia Mariette dirime sus propias palabras del pasado, su concepción del judaísmo como un universo blasfemo del ceremonial de toda una vida, un rostro dual que asoma en su cuadro de infancia en el que la ignorancia de la verdad le ofreció una fachada confortable. Las dos Mariette, en su declaración explícita de la identidad como un proceso complejo y contradictorio, sometida a vaivenes y batallas, se piensa en una arena de discusión en la que toda certeza adquiere su contracara, en la que la palabra siempre resiste el asedio del silencio. El lenguaje como trampa, que intenta una justificación y revela estereotipos ofensivos casi sin conciencia, que pone frente a un espejo implacable la verdad de lo somos bajo la cáscara de lo que decimos.
Las dos Mariette estrena en salas hoy, jueves 11
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