En La plaga: Vermin, una combinación muy francesa de arañas, cine catástrofe y comentario social
El interesante debut de Sébastien Vanicek está ambientado en una banlieue parisina, asediada no solo por la desigualdad y la falta de oportunidades sino también por unos insectos provenientes del desierto
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La plaga: Vermin (Vermines, Francia/Estados Unidos/2023). Dirección: Sébastien Vanicek. Guion: Sébastien Vanicek, Florent Bernard. Fotografía: Alexandre Jamin. Edición: Thomas Fernandez, Nassim Gordji Tehrani. Música: Douglas Cavanna, Xavier Caux. Elenco: Théo Christine, Sofia Lassafre, Jerôme Niel, Lisa Nyarko, Finnegan Oldfield. Calificación: Apta para mayores de 13 años con reservas. Distribuidora: Terrorífico Films. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: buena.
Ya en su etapa germinal el cine de ciencia ficción exploró los miedos a la invasión de insectos y otras criaturas pequeñas que en su acumulación numérica provocaban el pánico del espectador. Las hormigas de El mundo en peligro (1954) de Gordon Douglas y las arañas de Tarántula (1955) de Jack Arnold fueron las pioneras, asentadas en esa vertiente del género que veía en los abusos de la experimentación científica, la emergencia del horror -de hecho el propio Arnold fue luego el director de El increíble hombre menguante (1957) donde la proporción era inversa, el hombre empequeñecía frente a un mundo que preservaba su tamaño-. Más tarde, el cine catástrofe de los 70 regresó a los insectos amenazantes como eje del caos: El enjambre (1978) reunió tantas estrellas como Terremoto (1974) o Infierno en la torre (1974), con una lógica similar que suponía una escalada de terror en los contornos de una desgracia imprevista. En esa línea, el terror arrebató las claves de la puesta en escena de ese estilo de películas, y algunos hitos modernos como Aracnofobia (1990) de Frank Marshall encontraron los tópicos esenciales: una invasión de insectos provenientes de tierra extranjera, una escalada del tamaño de las criaturas en sintonía con el pánico, un encierro que promueve el sálvese quien pueda.
En La plaga: Vermin, el francés Sébastien Vanicek recoge aquellas claves para instalarlas en un enorme edificio de departamentos de la periferia de París en los que una especie de arácnidos del desierto son recogidos como habitantes para un terrario. El joven Kaleb (Théo Christine) es el responsable de la desgracia, y al mismo tiempo el antihéroe de una película que asume en los contornos de la catástrofe también algunos temas del cine social: ciudadanos versus policía; hijos de inmigrantes de origen árabe versus blancos que promueven su racismo, el inmenso edificio populoso como un organismo vital que engulle a sus ocupantes al ritmo del crecimiento de las arañas. La estética es la del terror con cierto aire cool contemporáneo, que proviene del uso del hip hop de fondo, el extremo vértigo de la cámara, juegos formales que a veces tornan algo dispersa a la narrativa. La película le debe menos de la estética clásica de Marshall en la gestación del pánico en Aracnofobia -de cuño spielberguiano podríamos imaginar- que a la reciente Los miserables (2019) de Ladj Ly, con la que tiene más de un punto en común.
Pero aún con sus aspiraciones al comentario social, Vanicek se acomoda con soltura en el género, logra imágenes espeluznantes en las que las inmensas arañas pueblan el encuadre hasta desbordarlo, y consigue que el previsible derrotero de un grupo de jóvenes sobrevivientes por el edificio sostenga el dramatismo necesario sin artilugios excesivos. Las inmensas telas de araña, los ambientes abigarrados y el peso de la penumbra recogen los orígenes góticos del género en un universo que descarta las tradicionales mansiones y fantasmas para delinear cuerpos consumidos por los insectos, dando rienda suelta a un escozor que no termina en el límite de la pantalla sino que extiende sus tentáculos hacia las butacas.
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