"En el siglo XIX, batirse a duelo era signo de civilización"
El 28 de diciembre de 1893, a las 11.10, en la inmediaciones del hipódromo de Belgrano se realizó el duelo entre el doctor Lucio Vicente López y el coronel Carlos Sarmiento. En la primera cuenta de pasos reglamentarios, los contendientes resultaron ilesos, pero en la segunda, minutos más tarde, López cayó víctima de un disparo en el abdomen. Fue llevado a su casa de Callao 1852 y asistido por los doctores Padilla, Piñeiro, Centeno y Llovet. Sin embargo, a la una de la madrugada del día siguiente, Lucio Vicente López dejaba de existir. "El hecho desencadenó el escándalo, habló el país, y la espectacular cobertura periodística recordó que en un lance caballeresco los hombres podían morir", explica la doctora Sandra Gayol, autora de Honor y duelo en la Argentina moderna.
Gayol es historiadora, con un doctorado en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Investigadora del Conicet, profesora y directora del doctorado y maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
"Lucio Vicente López era abogado, miembro de la Generación del 90, periodista, poseedor de una sólida formación clásica, novelista, autor de La gran aldea, político destacado y posible candidato a presidente de la República. Hijo de Vicente Fidel López y nieto de Vicente López y Planes. Pero no le bastó: tuvo que aceptar batirse a duelo porque un funcionario corrupto lo llamó cobarde en una carta", agrega la investigadora.
-¿Cuál fue el origen del conflicto?
-Durante un breve período como interventor en la provincia de Buenos Aires, en el gobierno de Luis Sáenz Peña, López descubrió una venta fraudulenta de tierras en el actual partido de Chacabuco, por parte del coronel Sarmiento, secretario privado del ministro de Guerra Luis María Campos. Sarmiento estuvo detenido tres meses y al salir de prisión publicó en el diario La Prensa una carta desafiando a duelo al doctor López, un inexperto en el manejo de armas de fuego.
-¿No se sabía que los duelos eran a muerte?
-Sí, pero no se los tomaba en serio. Precisamente, para un historiador el hecho es muy importante porque marca un punto de quiebre. Hasta ese momento, la sociedad no esperaba que alguien muriese en un duelo. Todo se jugaba en los preparativos, en el prestigio social de los padrinos, el lugar elegido, las armas, la cobertura periodística, etcétera. ¡La puesta en escena! Y eso habla un poco del carácter de los argentinos y más especialmente de los porteños. En cambio, en los países europeos, de donde importamos la idea, los duelos eran a muerte.
-De todos modos, ¿no es una práctica absurda?
-Hay que comprender al hombre de la época. En el siglo XIX, batirse a duelo era signo de civilización, era la domesticación de la venganza. Los duelistas aceptaban dirimir sus disputas por medio de reglas muy precisas. Lo contrario de las peleas callejeras que podían generar desmanes, destrucción de bienes y más víctimas. Por otra parte, el duelista era un caballero y esto significaba también una diferenciación social. Por último, se pensaba que la tramitación del duelo haría que los contrincantes reflexionaran y serenaran sus pasiones.
-¿Qué decía la ley?
-La ley condenaba el duelo, pero con una tolerancia particular. Los funcionarios enviados para detener un duelo siempre llegaban tarde o equivocaban el lugar. Pero, curiosamente, éste era otro de los argumentos que esgrimían sus defensores, que sostenían que el Estado era muy lento para atender las demandas que provocaba el lance. El duelo tuvo su auge entre 1890 y 1920, después comenzó su decadencia.
-¿Cuándo comienza esa decadencia?
-La Primera Guerra Mundial asentó un duro golpe al coraje pregonado por los duelistas. Porque, ¿qué valor podía tener ante el horror de las trincheras? Por otra parte, comenzaron las voces disidentes. En 1915, Alfredo Palacios, duelista eximio y locuaz, fue expulsado del Partido Socialista por batirse a duelo con el diputado Horacio Oyhanarte. Cada vez se hizo más evidente que el honor no necesariamente tenía que defenderse batiéndose a duelo.
Los dichos en las discusiones políticas que desembocaban en desafíos pasaron a ser considerados excesos de lenguaje. Al mismo tiempo, el honor comenzó a ser noción de honradez, comportamiento correcto y buen desempeño profesional; más un asunto de conciencia que de reputación. La sociedad había cambiado y el interés por el duelo debía competir con las hazañas de los hermanos Jorge y Eduardo Newbery con sus máquinas voladoras. El duelo pasó a ser algo privado y es interesante recordar un incidente que años más tarde tuvo Alfredo Palacios con el periodismo.
-¿Qué pasó?
-En enero de 1960, el legislador radical Agustín Rodríguez Araya fue retado a duelo por el general Rodolfo Larcher, secretario de Guerra del gobierno de Frondizi, que se sintió agraviado por palabras que Araya había pronunciado en el teatro Buenos Aires. Como padrino de Araya, Palacios tuvo un altercado con los periodistas, impensable unas décadas atrás. Ante el acoso de la prensa, les dijo severo: "Esto es algo muy serio y los padrinos deben guardar la conducta requerida por las reglas de la caballerosidad. ¿Qué hacen aquí? El pueblo está mal acostumbrado, esto no es un espectáculo público, es algo privado".
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