En el Colón y en el Moderno: cuando el cruce de lenguajes y la experimentación copan la parada
En el CETC se presenta un programa con obras de los coreógrafos Iván Haidar y Alina Marinelli mientras que en el museo se inicia este viernes la tercera edición del ciclo El borde de sí mismo, con artistas escénicos y visuales
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En la misma semana, dos lugares públicos de la ciudad de Buenos Aires están programando montajes escénicos que circulan por fuera de las formas tradicionales. En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, este viernes se inicia la tercera edición del ciclo “El borde de sí mismo” que propone la creación de obras experimentales que gravitan entre distintas disciplinas. En aquella primera vibrante versión de 2015 se presentó una propuesta del coreógrafo francés Jérôme Bel, junto con montajes de los directores Ariel Farace y Rubén Szuchmacher y una propuesta de la artista visual Liliana Porter. Al año siguiente, entre los invitados estuvieron tanto la coreógrafa Diana Szeinblum como el cineasta Santiago Loza.
“El borde de sí mismo” cuenta con curaduría de Alejandro Tantanian (director, dramaturgo, actor y cantante) y Javier Villa. En su tercera edición, durante los sucesivos fines de semana, se irán presentando propuestas de José Guerrero, Marina Otero y Gustavo Tarrío, creadores de las artes escénicas; y de Ernesto Ballesteros, Porkería Mala y el colectivo Tótem Tabú (que conforman Hernán Soriano, Malena Pizani y Laura Códega), pertenecientes a las artes visuales. El primero que abre el imaginario telón de la sala del primer piso del Moderno será, el viernes 19, José Guerrero, joven director y dramaturgo nacido en Allen, la Capital Nacional de la Pera, ubicada en el Alto Valle de Río Negro.
En paralelo, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), que dirige Diana Theocharidis, anoche se estrenó un programa doble de danza y música compuesto por las obras Estoy, a cargo del bailarín y performer Iván Haidar con diseño sonoro de Ismael Pinkler; y Hacer un pozo, propuesta de Alina Marinelli con diseño sonoro de Carola Zelaschi y Federico Estévez. De esta forma, después de algunos años, el mágico sótano del Colón volvió a convocar a coreógrafos de trascendencia en el mapa de la danza contemporánea local.
Aires patagónicos en el museo de la modernidad
Martes por la tarde. Ensayo general de la primera propuesta que abre el ciclo “El borde en sí mismo”. Es el día en el que el Museo de Arte Moderno está cerrado al público, aunque hay varias personas trabajando. El viernes será la primera función de Un grano de polvo suspendido en un rayo de sol, pero ahora, es tiempos de ajustar detalles, de probar. José Guerrero, quien el año pasado estrenó en el marco de la Bienal de Arte Joven la obra Metrochenta, la presenta como un “ritual para convocar recuerdos, para invitar a amigos a tejer imágenes y sujetar la memoria”.
Mientras que los integrantes del equipo creativo van acomodando las diversas piezas de este ritual antes de la pasada, el talentoso director y dramaturgo se hace un tiempo para hablar con LA NACION. Cuando lo llamaron para formar parte del ciclo empezó a escribir la obra inspirándose en el trabajo de un artista que presenta su obra en el Moderno. Ese encuentro derivó en unos dibujos cartográficos en los que unió los lugares donde vivió en la Patagonia: Cutral Có, Allen, Cinco saltos y Viedma. “Casi sin querer terminé escribiendo sobre mi vida en esos pueblos del Sur educado por padres pastores evangélicos que intentaba hacerme creer que estaba en el cielo”, dice en un tono confesional que atraviesa a la obra que presentará hasta el domingo.
El texto, según cree, es una pintura de sus creencias de la infancia bajo un educación religiosa muy estricta. “A pesar de eso, mis viejos fueron muy amables y amorosos conmigo. Cuando le conté a mi vieja que era puto me dijo que ella creía en un Dios de amor y que si yo me vincula con una persona de esa forma iba a estar todo bien. Mi educación no me constituye, pero me define”, apunta en uno de los rincones de la amplia sala. En su historia de vida tanto como en el relato escénico, Guerrero hace un recorte de su infancia centrándose en Cutral Co. Él estaba ahí cuando mataron a la maestra Teresa Rodríguez, en tiempos de las primeras pobladas de 1997, momentos de los primeros piquetes en la Argentina. “Tengo recuerdos muy latentes de todo eso, de estar cagado de hambre y de frío en casa”, apunta antes de hacer la pasada de esta propuesta que casi 70 espectadores podrán escuchar por auriculares mientras, en escena, el mismo José Guerrero junto a Virginia Leanza, Eddy García y Leandro Listorti (el equipo, “la familia” de Metrochenta) se desplazan por el espacio entre proyecciones, objetos y papeles pegados en una pared de fondo que oficia de mapa de ruta. En el relato, su voz se complementa con un mensaje telefónico de la madre, música de Vangelis, referencias cósmicas de cuando él miraba el programa de Carl Sagan o la voz de un periodista sobre el pueblo que patentó la rebeldía, como tituló una nota de LA NACION que recordaba aquellos tiempos violentos que José Guerrero vivió entre hambre, un Dios ajeno, frío y la lectura de la Biblia.
Todo en Un grano de polvo suspendido en un rayo de sol respira, ilumina y contagia un bello relato radiofónico y visual basado en su propia mirada sobre aquellos tiempos tan lejos que, según él mismo confiesa, no creer que vuelva a narrar tal vez por pudor.
Cruce entre lo coreográfico y lo sonoro en el Colón
Pocos minutos antes de las 20, los alrededores del Teatro Colón tienen algo de pasarela fashionista, con esa variedad de mujeres, hombres y niños que están por ver la última función de la ópera La flauta mágica en la sala mayor. Pero en una de las puertas del maravilloso edificio, que no cuenta con señalización alguna, otro grupo de espectadores aguarda para bajar al subsuelo donde se estrena Estoy y Hacer un pozo, a cargo de dos bailarines y performers que hasta poco integraron el elenco de Obra del demonio, de Diana Szeinblum.
Arranca el programa doble con Estoy, de Iván Haidar, que se despliega en dos ámbitos del CETC, separados por una pared. En cada uno de los espacios gemelos se duplica una platea, el mínimo escenario y una pared escenográfica blanca de fondo. En el inicio, cada uno de los escenarios están ocupados por el perfomer, el que hace sonar una versión moderna del theremín, y el artista sonoro Ismael Pinkler. Desde ese momento, en la primera obra del programa doble del CETC todo estará duplicado, yuxtapuesto, multiplicado al servicio de una imagen y un sonido único. Lo que sucede o suena en uno de los escenarios convivirá con lo proyectado en el otro. El procedimiento no es nuevo para Iván Haidar, talentoso creador que desde hace tiempo viene indagando en una línea de trabajo en la que construye imágenes imposibles como parte de microrrelatos que van armando un mismo cuerpo con varias cabezas.
A diferencia de sus últimos montajes, en los que se lo vio solo (y duplicado) en escena, esta vez sumó precisos y necesarios aliados de estos mundos fantásticos, surrealistas, de gran riqueza visual. Es que luego de la escena inicial con Iván Haidar e Ismael Pinkler, ambos escenarios son ocupados por los bailarines Florencia Vecino, Soledad Pérez Tranmar, Cristian Jensen y Hernán Franco. Claro que, al sumarles las proyecciones en vivo de René Mantiñán y Sol Santacá, son muchos más los que están ahí, en este cautivante montaje.
La propuesta del CETC se completa con Hacer un pozo, de Alina Marinelli, con diseño sonoro de Carola Zelaschi y Federico Estévez. En esta oportunidad la bailarina y coreógrafa ocupa el espacio central, cuyas grandes columnas parecen sostener el peso la tradición del Colón. Como en caso de Iván Haidar, en su indagación sobre la percepción de lo real, la artista se inspira en la rabdomancia, “una práctica ancestral aún vigente como técnica para detectar la existencia de flujos, masas de agua y lagos subterráneos”, como explica en el programa de mano dando cuenta de esta investigación en permanente proceso. Durante el tiempo del montaje, los performers despliegan distintas secuencias de movimiento que remiten a lo fluido, a lo permeable, al traslado de lo líquido. En algunas de esas instancias, las tres bailarinas (Camila Malenchini, Mariana Montepagano y la misma Marinelli) hasta apelan a un tono clownesco en el intento de no desperdiciar ni una gota de agua mientras trasladan el líquido de una pileta a otra.
Pero Hacer un pozo parece quedarse en una instancia en la que esas secuencias no van acumulando capas, no generan tensión ni signo escénico potente. Se queda en un plano de lo formal, del ejercicio. Seguramente, por eso sucede en algunas escenas que el trabajo sonoro de Zelaschi y Estévez, quienes también ocupan el enorme espacio central del CETC, termina resultando más inquietante que la propuesta coreográfica.
A la salida, La flauta mágica todavía sigue en la gran sala del Colón. En lo que respecta a este ciclo de programa doble, las funciones continúan hasta el domingo.
Para agendar
En el CETC. Estoy/Hacer un pozo, de Iván Haidar y Alina Marinelli, respectivamente. Funciones: hasta el sábado, a las 20; y el domingo, a las 17. Ingreso por Viamonte. Entradas: desde $ 2.500.
En el Museo de Arte Moderno. Ciclo “El borde de sí mismo”. Funciones: los viernes, a las 20; y los sábados y domingos, a las 16 y 18.30; hasta el primer fin de semana de julio. Entradas: desde 700 pesos.
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