El arte de abrir puertas y ventanas a la tradición para mantenerla viva
"Lo daremos todo", había dicho Antonio Najarro, director del Ballet Nacional de España, el martes a la mañana, antes de su debut en Buenos Aires. Un hombre como él -con el arrojo de la juventud, el respeto por la tradición y la solidez del gran artista- no le hace espacio al lugar común. Así que lo suyo era literal: él y las sesenta personas que cruzaron el Atlántico para presentarse aquí, después de 14 años, lo darían todo, en serio.
Hoy a la tarde será la última de las seis funciones en el Teatro Coliseo del espectáculo que la crítica calificó de forma unánime con las cinco estrellitas del codiciado "excelente" y que, por sobre todo, conmovió al público. Es que Najarro piensa mucho en el que está ahí, sentado en la butaca. Y, en ese sentido, se comporta como un estratega. Cree que cuando se llega a la escena, emocionar es el principal objetivo, aunque la historia empiece mucho antes. "Porque la creación de la estrategia va más allá de la representación en un teatro".
Su gestión termina en los próximos meses tras haber asumido y realizado una tarea que tiene como norte el rigor de la historia y el resguardo de la tradición, a la vez que el loco afán de abrirle puertas y ventanas a la vanguardia. Fue el más joven, a los 35, cuando tras recorrer todos los escalafones como bailarín puso los pies en la huella de otro Antonio que hace cuatro décadas creó la compañía: Gades, nada menos. Corrió riesgos, apostó a lenguajes diferentes, dejó entrar a coreógrafos que ayudaran a darles más versatilidad a los bailarines. Apostó y le dio visibilidad al Ballet Nacional para que pareciera lo más actual posible. "Y actual no quiere decir moderno -se apura a remarcar-, porque esta danza (que no es solo flamenco) no precisa modernizarse; tiene un valor enorme en su raíz y en la vanguardia, pero hay que hacer que se sientan atraídos por descubrir qué es: ¿cuánta gente hay en mi propio país que no tiene idea de lo que es la escuela bolera...". En esa línea, Najarro puso en marcha una serie de actividades pedagógicas, encargó un videojuego de danza española, el primer libro infantil, buscó que se dictaran talleres en escuelas. "Dio todo" por despertar el interés, para que, aunque se estuviera presentando una obra de los 50 o 60 del siglo pasado, la primera imagen fuera lo más cercana posible. Se asoció a la moda, a la pintura, a la fotografía, a grandes nombres de otras vertientes artísticas que ayudaran a la causa.
Esa pequeña revolución, en sus manos, se está terminando. Lo que al principio iban a ser cinco años fueron ocho. "Si no arriesgas no llegas a sentir que has hecho lo que creías; fallando o sin fallar, con errores y aciertos, hay que arriesgar", cree. Ahora tal vez retome su compañía de autor o se dedique más tiempo al patín -no es broma, ha creado coreografías para varios campeones-. O a investigar. "Voy a seguir por todos los lados", balbucea.
Volviendo a la mañana del martes en el salón dorado de la Casa de la Cultura, cuando el Consejo Argentino de la Danza lo nombró socio honorario, en esa bienvenida que es también despedida y hasta luego, Najarro expresaba su asombro: "Encontrarme en un país tan lejano, donde nunca he bailado ni he traído a mi propia compañía ni tampoco he venido antes como director, y que aun así me reciban y agradezcan de esta forma mi trabajo, me hace sentir que ha valido la pena". Si de verdad la meta es la emoción, entonces, más que el diploma, la placa y "el libro gordo" de la Historia de la Danza en la Argentina, Najarro y el Ballet Nacional de España se llevan el premio mayor.
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