Un extraño show de José Larralde, el último ser mitológico de la Pampa
El hombre alto de barba blanca, ropa negra y guitarra criolla cruza lento el escenario hasta que llega a la única silla y se sienta. Afina mientras mira al público, que estará bien iluminado durante todo el concierto. El teatro de Barrio Norte está lleno, las entradas se agotaron hace rato y hay cierta tensión en el ambiente.
La expectativa es grande porque el hombre de negro se llama José Larralde y toca poco, en general, y casi nunca en Capital. Tiene 81 años y fama de locuaz, de temperamental y de plantarse en cualquier momento y dar conciertos épicos. Nada garantiza qué ocurrirá esta noche.
"¿Ustedes están apurados?", inquiere malicioso, apenas elevando la mirada mientras ajusta el transporte en el diapasón y apoya el pie izquierdo en un banquito de guitarrista. Parece acomodarse para un trámite largo.
El público está entregado: lo aplaude de pie durante un par de minutos. Hay muchos hombres, sobre todo, algunos de su edad, otros que podrían ser sus hijos, con remeras negras de bandas heavy, que seguramente descubrieron su música a través de su admirador, el "Larralde del metal criollo", el ex V8 y Hermética, Ricardo Iorio.
Después de trabajar por el Sur como peón de campo, soldador y ferroviario, Larralde comenzó su carrera musical a mediados de los sesenta y en 1971 llegó a protagonizar la película "Santos Vega", junto a Ana María Picchio. Compuso y grabó un repertorio vasto, sobre todo de milongas camperas, género del que es referente. Pero lleva varias décadas de andar solitario, sin tocar ni editar demasiado, sin dar entrevistas, ni dejarse sacar fotos de algún modo alimentando el misterio en torno a su figura, recién últimamente rescatada por estos nuevos seguidores rockeros. Además la utilización de su canción Quimey Neuquén en la megaexitosa serie Breaking Bad no hizo más que agrandar las referencias de lo que podría definirse como el último ser mitológico de la Pampa.
Solo en escena, como los criollos sobre los que canta, Larralde, el Pampa, el Toro de Huanguelén (su pueblo en el sur de Buenos Aires), la leyenda de la milonga campera, el renegado del folclore nacional, ensaya unos arpergios, pero la primera canción no arranca. Dice que "aguanten un cacho" porque acaba de subir dos pisos y se agitó. Advierte que en cuanto vea a alguien "filmando" se va "a la mierda". Le gritan "maestro" y responde que no, que solo llegó a sexto grado y lo echaron porque ya le tocaba la colimba.
Apenas bajo dos focos blancos, en el escenario solo se distingue una silueta oscura definida por el halo pálido de la melena y la barba. La gente festeja cada salida del cantor que aún no cantó nada.
Recién a los 27 minutos del "inicio", todavía con la platea iluminada ("pa’ esquivar mejor si veo que me tiran con algo"), asoma la autobiográfica "Un día me fui del pago", dedicada a Huanguelén. Después retoma el stand up campero (por favor, que Larralde no lea esto....), al que refiere en el nombre del espectáculo: "Cosas nomás", "No me vengan con show ni recital, esto es una guitarreada. Cosas nomás. Si quieren una canción atrás de la otra, mejor escuchen un disco". Va más de una hora.
Llega al fin la segunda canción. Es la monumental "De hablarle a la soledad" ("Solían decirle de apodo el triste o el cabezón, uno le salió por solo, el otro por la razón"). Pero antes y después, el picoteo temático es imprevisible, genial o disparatado, solemne, inspirador, conspirativo o banal.
Larralde desanda su conocida agenda de relatos de oficios rurales perdidos y gauchos tenaces. Tampoco sorprende al hablar de política, este artista que se ha definido siempre como ‘libertario’, que afirma no creer en nada y que reparte, con bronca y parejo, para todos los sectores. En cambio, desconcierta al traer el caso Juan Darthés ("¿por qué no lo denunciaron antes?"), datos de divulgación científica como que el Everest crece dos centímetros al año, las contraindicaciones de la miel ("trae pólipos"), el agua minera de Chascomús, los ataúdes ("te ponen uno bueno para el funeral y después te entierran con otro más barato"), Napoleón, la Xipolitakis, Einstein, la diferencia entre cuerdas de tripa y de nylon, la base china en La Patagonia, el ARA San Juan o un chiste de gallegos.
Su costado de viejo vizcacha lo lleva a amagar indefinidamente con cantarse otra, pero sólo lo hace cuando la soga está tirante como a él le gusta. "Bueno, pero si no quieren no les cuento, ustedes se lo pierden", puede decir después de cuarenta minutos de divague telúrico. Lo que sigue, invariablemente es una milonga o un loncomeo mapuche de profundidad y belleza paralizantes, que descolocan más viniendo de quien acaba de referirse a la probation de Baby Etchecopar y a las "pañuelo verdes".
Varias leguas pasado de incorrección política, "mezcla de etarra y talibán", así define su ascendencia navarra-árabe, cuenta que un año atrás le pusieron un stent en el Hospital Argerich. "Tengo fecha de vencimiento, quién sabe si nos volvemos a ver", dice cuando van más de cuatro horas de... Larralde.
Ahí sí, remata a los dos tercios del público que sobrevivieron a la maratón con "Cosas que pasan", ese que no puede faltar, su clásica parábola del peón fiel echado de la estancia por el hijo desagradecido de un patrón finado. Los que quedan lo aplauden extasiados, más fanáticos que cinco horas atrás. Deben estar conmovidos por la canción y también por haber presenciado un instante artístico raro, único. Esta noche la leyenda de José Larralde creció un poco más, como el Everest.
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