Elogio a un autor olvidado
Se preguntaba esta columna, tiempo atrás, sobre la posteridad de un dramaturgo tan celebrado y representado como el francés Jean Anouilh, quien, sobre todo en la inmediata posguerra, adquirió el rango y la notoriedad de un verdadero maestro. Buenos Aires conoció casi todas sus obras, desde las iniciales: "El viajero sin equipaje", "Antígona", "Leocadia", "Colomba", "El vals de los toreros", "Ardéle, o la margarita del amor", "Orquesta de señoritas", "La invitación al castillo" y muchas más. Andando el tiempo, otras maneras de hacer teatro consignaron el de Anouilh al olvido. "Orquesta de señoritas" resucitó con éxito en los setenta, pero tan sólo bajo la máscara del travestismo: las ejecutantes de la orquesta y su directora -inolvidable Hugo Caprera- eran todos varones, y un solo personaje, el del pianista seductor, conservaba la original identidad masculina (lo hacía Carlos Marchi).
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En el mismo desván de los trastos desechados se encuentran las obras de un autor italiano, en su hora considerado nada menos que el sucesor de Pirandello: Ugo Betti (1892-1953). En los años cincuenta, su obra acaso más popular, "Delito en la isla de las cabras", se representaba en todo el mundo (aquí la hizo la española Ana Mariscal, con un elenco local) y fue filmada con Raf Vallone como el único hombre del reparto. "Corrupción en el palacio de Justicia" se repuso en Buenos Aires hace pocos años, en coincidencia con las primeras objeciones al funcionamiento de la Justicia en el país; pero no pasó nada.
¿Pasaría algo si hoy se repusiera algún otro de sus títulos? "Inspección" (muy parecida, en esencia, a "Ha llegado un inspector", de Priestley), "La fugitiva" (que Luisa Vehil pensó hacer en 1955 y se abstuvo), "El jugador", "Espiritismo en la casa vieja", "Marido y mujer", "Derrumbe en la cota Norte" y, póstumo, "El cantero quemado". En 1954, el hoy escritor famoso y académico de Francia, Héctor Bianciotti, dirigió, en un teatrito de la Asociación Cristiana Femenina, en la calle Tucumán, "Lucha hasta el alba", que él protagonizó, con un elenco en el que figuraban Santángelo, que haría carrera sobre todo como director, y, en un papel muy pequeño, quien escribe estas líneas.
Difícil respuesta. El de Betti es un teatro esencialmente verbal, poético (fue también un refinado poeta). A la vez vigoroso y crepuscular, capaz del erotismo y de la crueldad, su visión del mundo no es optimista: era de profesión abogado y llegó a juez. El eminente crítico italiano Silvio D´Amico, escribió: "Si los personajes de Pirandello hablan porque sufren, los de Ugo Betti sufren porque hablan". En el paulatino regreso, quizá inevitable, al teatro de texto, tal vez un día sea reivindicado.