Elena sabe: Anahí Berneri filma una batalla íntima bajo el velo de un policial convencional
La directora retoma, en una historia de madre e hija, la concepción de su cine como un arte de la incomodidad
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Elena sabe (Argentina/2023). Dirección: Anahí Berneri. Guion: Anahí Berneri, Gabriela Larralde, Claudia Piñeiro. Fotografía: Federico Lastra. Edición: Ana Remón. Música: Jackson Souvenirs. Elenco: Mercedes Morán, Érica Rivas, Miranda de la Serna, Mey Scápola, Marcos Montes, Mónica Gonzaga, Susana Pampín, Marcos Ferrante, Agustina Muñoz. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Maco Cine/Netflix (estrena en Netflix el 24 de noviembre). Duración: 104 minutos. Nuestra opinión: buena.
El cine de Anahí Berneri siempre se ha definido por el cuerpo. Un territorio material, concreto, nunca reducido a su simbología. Así era el cuerpo de Sofía Gala Castiglione en Alanis (2017), carne de goce y libertad; el de Celeste Cid en Aire libre (2014), atrapado en el diseño de su nueva casa y en la arquitectura de su matrimonio. Esa materialidad desborda las imágenes, las problematiza, las torna tensas en su espesura. Se percibe en el itinerario del protagonista de Un año sin amor (2005), aquella provocadora ópera prima sobre encuentros sexuales anónimos que nunca buscan expiar la enfermedad, al igual que en Por tu culpa (2010), un retrato asfixiante de la cotidiana experiencia de la maternidad. Abierta o claustrofóbica, la mirada de Berneri no pierde el eje, el punto de ataque, la concepción del cine como el perfecto arte de la incomodidad.
Elena sabe debe lidiar con nuevas coordenadas. La financiación de una plataforma como Netflix, la exitosa novela de Claudia Piñeiro como punto de partida, un elenco de estrellas como Mercedes Morán y Érica Rivas. Pero lo que oficia como marca central para su recorrido es la lógica del policial que en el presente parece impregnar todas las ficciones: la instalación de un misterio, la ilusión de una pesquisa. Esa clave parece haber probado su efecto atrayente en los espectadores y desde entonces se ha consagrado en una fórmula omnipresente. Todos pueden ser detectives, siempre hay enigmas a nuestro alrededor. La obsesión por la estructura del policial ofrece beneficios -el compromiso afectivo que impone la intriga sobre el espectador-, pero también concesiones -dar alguna que otra respuesta a esos interrogantes para eludir el castigo por las falsas promesas-, y por ello sus narrativas siembras tantos éxitos como trampas para el cine del presente.
Berneri demuestra que puede moverse con inteligencia en ese terreno, y pese a absorber la intriga planteada en la novela, la esencia de su película la trasciende. La Elena del título (interpretada con precisión por Mercedes Morán) no es solo la protagonista sino la presencia dominante del relato, la que nos conduce en su mirada y en sus sensaciones. El primer atisbo de su figura la coloca en el bullicio de la estación Constitución, bajando del tren, caminando entre la gente con la ayuda de un paraguas a modo de bastón, sorteando una protesta para desvanecerse unos metros adelante. Su vahído es la semilla del misterio y el camino hacia el pasado, el hallazgo de un posible motivo para ese viaje, para esa caída. Entonces aparece su hija Rita (Érica Rivas), con su semblante agobiado, arreando a su madre al turno en la peluquería. Las canas asoman en las raíces del pelo de Elena como los temblores del Parkinson agitan su cuerpo endeble. Elena no quiere teñirse el pelo, no hay espejo que refleje lo que siente. Pero las canas asedian la mirada de Rita como una mancha voraz, que avanza, avanza y no se detiene, al igual que el Parkinson coloniza cada movimiento de Elena y amenaza sin piedad su voluntad.
El pretendido misterio de la película ocurre unos minutos después. La ausencia de Rita al final de la jornada, la llegada de la policía, el descubrimiento del cadáver. ¿Elena sabe -como en el título- que su hija ha sido asesinada? ¿Es eso lo que oculta la policía tras su negativa a la autopsia, su desidia en la investigación, su insistente inoperancia? Si bien la historia parece encaminarnos tras la investigación de Elena, transitando la ciudad con su duelo a cuestas, intentando controlar a ese cuerpo enemigo, lo que Berneri explora es la verdadera dimensión de esa búsqueda, inquietante y revulsiva, que devela los resquicios de una maternidad nada idílica. Lo que agitaba la angosta superficie de Por tu culpa, con sus planos cerrados y agobiantes y su desesperación contenida, aquí se desliza en un estado de estupor subterráneo, que a veces asoma con innecesaria insistencia en los sucesivos flashbacks que dan vida al pasado, pero que mueve los cimientos de toda posible certeza.
En ese sigiloso movimiento para hacer propia una película de ambiciones industriales, Berneri concentra Elena sabe en el cuerpo de su actriz, atenazado en posiciones incómodas, reacio al control, poseído por un fantasma inasible que lo torna ajeno y rebelde. Mercedes Morán consigue una interpretación justa, potente en su falta de excesos. En los momentos de soledad de Elena -los mejores de la película-, la puesta en escena de Berneri se hace sombría, casi heredera del terror, capaz de cercenar la mirada del espectador sobre lo que ocurre, de impulsar su imaginación hacia lo imposible. Liberada de las exigencias de astucia del policial, Elena sabe nos permite ver la batalla interior, el dolor contenido, un misterio sin detectives ni resoluciones.
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