Elegante por dentro y por fuera
Pregunté quién iba a ser mi galán. El amor nunca muere (1955) era la primera película que hacía Alfredo Alcón. Estaba en los estudios Baires y me señalaron a un hombre, debajo de un secador, con una redecilla. En esa época a los actores de cine se les aclaraba el pelo. Nos acordábamos siempre de esa imagen y de que nos tratábamos de usted. Qué cosa ridícula, pero en ese tiempo se usaba. Y también recuerdo los primeros planos que le hacía la cámara. Mostraban a un hombre tan hermoso. Empezó siendo bonito y terminó siendo un actor de primera línea. Voló solo.
Tuvimos una amistad fraternal por 40 años. Actuamos juntos también en La pícara soñadora (1956), de Arancibia, y Con gusto a rabia (1965), con dirección de Ayala. Me acuerdo bien de una escena muy artística donde él toca la milonga. Era tan grande como actor que son muchísimos los papeles y personajes que recuerdo, pero me viene a la mente el de Ecuménico López, de Un guapo del 900.
Alfredo era el hombre más elegante que he conocido en mi vida. Pero elegante por dentro y por fuera. Era el hombre de más talento pero, a su vez, el más humilde que he conocido. No le gustaba el exceso de publicidad. Era muy discreto. Estaba siempre de buen humor, con su letra sabida y, además, siempre se destacó por ser un excelente compañero y un gran amigo, de esos que siempre están en todo momento. Desde lo artístico, tengamos la plena conciencia de que se fue un grande, un actor de primera línea a nivel mundial.
Mirtha Legrand
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