Paloma Herrera bailó la última función de su carrera en el teatro Independencia, de Mendoza; hubo aplausos, flores y lágrimas de despedida
MENDOZA.- Respiró profundo y se dejó caer, aliviada. Se sacó las desgastadas zapatillas de punta, las besó y después de un apretón sobre el pecho las puso en el medio del escenario. Paloma Herrera estalló en lágrimas, como cuando era una chica de siete años y veía todo un mundo nuevo por delante, que ya la emocionaba. Ese vuelo llegó a su fin anteanoche. Fue un exigente y largo camino, de 25 años, y el último gran paso, poco cantes de que el reloj biológico marque los 40. Ahora sabe, con seguridad, que empieza otra aventura, más íntima.
Con los ojos vidriosos y desbordada de ramos de flores, la extraordinaria bailarina argentina dijo adiós en Mendoza a las tablas de todo el mundo, con un espectáculo cargado de emoción, pasión y color, que terminó con el público aplaudiendo de pie más de 15 minutos; la intentaban filmar y sacar fotos, mientras el telón subía y bajaba; una, dos, cinco veces más.
Sorprendida, enmudecida, agradecida y, finalmente, relajada, sabe que cumplió con su misión, para siempre.
Así las cosas, la noche del jueves 19 de noviembre el teatro Independencia recibió el mejor regalo para su 90° aniversario: ser testigo de un hecho histórico, que quedará flotando en el aire de la sala, con una Giselle revoloteando en escena, como una joven paloma blanca.
Tras su despedida con el American Ballet Theatre en mayo último, compañía en la que fue primera bailarina desde los 19 años, llegó su adiós en Buenos Aires para luego encarar el último tramo de una gira por el interior del país que la dejó en el destino final, Mendoza, tierra que no pisaba desde 2007. "No pude haber bailado mejor, fue súper emocionante. Ustedes tienen que quedarse para siempre en sus retinas con esa imagen mía. Soy una agradecida, no le puedo pedir más a la vida, por qué seguir bailando. Me tengo que retirar al máximo, me quiero ir así, fresca", le dijo Herrera a LA NACION, detrás del telón, con una botellita de agua en la mano, y sus compañeros del ballet del Colón que no dejaban de aplaudirla, abrazarla y sacarse fotos. Ahora sí, más lejos de las exigencias de la obra, todos querían asegurarse la selfie de ese momento único y final. "Se viene un tiempo para mí. Hice una carrera como quise, con mucha dedicación. Mis zapatillas han sido todo y es muy fuerte dejarlas en el escenario", dijo conmovida.
Minutos antes, durante los aplausos, apenas se alejó unos pasos del cuerpo de baile para recibir de su novio, Matías Elicagaray, un ramo blanco y un apasionado beso. Un momento romántico, nada íntimo, frente a casi mil espectadores, entre adultos, adolescentes y niños que no paraban de ovacionaban. Y Marisa, su mamá, también la abrazó en escena con fuerza y le ofreció rosas rojas. "Ella ama la danza. Lloré muchísimo cuando besó sus zapatillas, es la primera vez que lo hace. Se merece ahora dedicar su vida a disfrutar; hay que dejarla ir. Y como disfruta tanto del talento ajeno, estoy convencida de que ahora hará mucho por los demás", arriesgó quien más la conoce.
El despliegue en escena fue de alta calidad. Paloma y el Ballet Estable del Teatro Colón cumplieron con cada detalle de Giselle, ícono del ballet romántico. Su compañero de baile esta noche, Juan Pablo Ledo, tampoco pudo contener sus sentimientos. "Tengo mucha bronca... en el buen sentido. Se nos va Paloma. Es muy emocionante acompañarla. Se me caen las lágrimas, pero para mí es un premio ser parte de la despedida", reconoció el bailarín.
Las palmas de la audiencia se habían afiebrado en varias ocasiones durante las dos horas de espectáculo. Aunque sin dudas el saludo final parecía no terminar en ese aplauso sostenido, eterno, con lágrimas. "Vinimos desde San Juan a ver a este ángel de mujer. Ha sido admirable. Nos llenamos el alma, el corazón y la vida", resumieron unas mujeres el sentimiento unánime del público antenoche.
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