“El universo de Borges, que también puede ser nuestro”
A boca de jarro: Martín Hadis
Hay pliegos escritos en japonés, textos en inglés arcaico, un ejemplar de Un mago en Terramar, de Ursula K. Leguin, y otro de Cita con Rama, de Arthur Clarke. Un libro de tapas azules que encierra una gramática del lenguaje de los indios sioux. Finalmente, una edición de la legendaria colección Minotauro de Estación de tránsito, de Clifford Simak, dispersos en la mesa de trabajo.
Entre tanto, desde la pantalla de la computadora, Jorge Luis Borges recita la Fundación mítica de Buenos Aires. "Esto es Internetaleph ( www.internetaleph.com ), un sitio Web bilingüe que, además de información audiovisual muy completa sobre la vida y obra del escritor, indaga sobre sus sueños y obsesiones", explica Martín Hadis, su creador y diseñador.
Estudioso impenitente de Borges, Martín es licenciado en sistemas y máster en Tecnología de Medios del Media Laboratory del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT), que dirigía Nicholas Negroponte. Coautor, además, de Borges profesor, donde rescata uno de los cursos de literatura inglesa que el escritor dictaba en la UBA.
-¿Cómo descubrió a Borges?
-Desde un ángulo poco frecuente: la ciencia ficción, que me acercó a lo mágico, a lo inquietante. De allí a la obra de Borges hay solo un paso.
-¿Algún autor en especial?
-Varios: Ray Bradbury, Arthur Clarke, Clifford Simak y la fabulosa Ursula K. Leguin. Sobre todo, la serie de Terramar, Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuán y La costa más lejana. Ursula es hija de Arthur Kroeber Leguin, un notable antropólogo y lingüista. Sin embargo, la lista es incompleta, falta alguien muy importante.
-¿Quién?
-Carl Sagan y su increíble Cosmos. Tuve la suerte de conocer a Sagan y de asistir a uno de los últimos cursos que dictó en la Universidad de Cornell, en 1995, poco antes de morir. Era igual a como aparece en los videos: muy pedagógico, agudo y con sentido del humor. Hablaba con voz lenta y clara; de pronto, señalaba el espacio y con un ademán muy suave nos descubría un mundo impredecible, pero muy cierto.
-¿Cómo fue su experiencia en el laboratorio del MIT?
-En el MIT había una parte académica, pero otra muy práctica, la del laboratorio. No bastaba con saber, había que aplicar los conocimientos. Entre mis compañeros había filósofos, diseñadores, matemáticos, pintores, físicos, pero todos teníamos un ideal común: mejorar la comunicación a través de la computadora para lograr objetivos humanistas. Se desarrollaban proyectos extraños donde la imaginación volaba libre, sin ataduras de ningún tipo.
-¿Recuerda algunos?
-No son fáciles de explicar. Por ejemplo, un compañero desarrolló un proyecto interactivo para comunicar espacios distantes. En las cafeterías de varios laboratorios similares al del MIT colocó pantallas que reflejaban lo que estaba ocurriendo en los otros espacios. Entonces, gente separada por más de 10.000 kilómetros se veía como si estuviese en el mismo local. Esto, con el tiempo, iba creando un conocimiento casi cotidiano, como de vecinos o compañeros de estudio, pese a que unos estábamos en la cafetería de Boston y los otros en la de Dublín, en Irlanda.
-¿Algún hobby?
-Me apasionan las gramáticas; cuanto más viejas y exóticas, mejor. Algo que también me acercó a Borges... y a Tolkien. Tengo facilidad para aprenderlas, me producen un placer estético, como una pintura o una pieza musical. La gramática tiene una estructura interior que le da sentido y es una tarea fabulosa descubrirla.
-¿Cuántos idiomas conoce?
-Varios. Aprendí inglés con mi abuela Ana Rosa, que era profesora de literatura inglesa, casi al mismo tiempo que el castellano. Posteriormente, estudié francés, alemán, finlandés, galés, latín, vasco, islandés, en la Universidad de Harvard, y desde hace diez años, japonés, ¡un idioma para abrir la cabeza! Cuando estaba estudiando alemán descubrí en la biblioteca de mi abuela (¡un sitio mágico!) varios volúmenes de inglés antiguo y traté de aprenderlo solo.
-¿Cómo hizo?
-Lo que hago siempre que me entusiasmo con una lengua. Durante unos meses estudio intensamente la gramática hasta alcanzar un nivel equivalente a un tercer año. Entonces, recurro a un profesor nativo del país para que me ayude a lograr la pronunciación y aprender las partes más complejas. Es un sistema algo parecido al que Borges usaba cuando era joven para estudiar idiomas.
- ¿Qué lo atrajo de Tolkien?
-A Tolkien lo fascinaba el inglés antiguo (el que se hablaba hace diez siglos en las islas británicas), el noruego antiguo (lengua de los vikingos) y el finlandés. Y a lo largo de toda su vida se dedicó a inventar idiomas, basándose en las lenguas que ya conocía. Muchos de estos idiomas inventados se convirtieron en los cimientos de un mundo imaginario, la Tierra Media, donde transcurren sus tres obras más conocidas: El Silmarillión, El señor de los anillos y El hobbit. Un ejemplo es el lenguaje de los elfos
-¿Y su libro Borges profesor?
-En 1966, Borges dictó un curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Con mi amigo Martín Arias (coautor del libro) conseguimos el texto de la grabación que el Centro de Estudiantes publicó de las 25 clases. Durante el curso, como era ciego, les pedía a sus alumnos que leyeran fragmentos que él iba comentando. Pero en la transcripción estos textos no fueron incluidos y, entonces, aparecían comentarios de Borges apiñados unos sobre otros de modo indescifrable. Lamentablemente, las cintas se habían perdido y eso complicó el rescate. Tuvimos que buscar esos fragmentos e intercalarlos investigando en las fuentes. Hay una frase de Borges que siempre nos llamó la atención y que nos alentó en este trabajo: Creo que uno sólo puede enseñar el amor a algo. Yo he enseñado, no literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O, mejor dicho, ya que la literatura es virtualmente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas páginas, quizá a ciertos versos.
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