De Ema Wolf y Graciela Montes
A veces se cree que para ser un buen escritor, éste debe de haber vivido y experimentado más que el hombre común. ¿Pero, que pasaría si el futuro escritor se encuentra encerrado alrededor de cuatro paredes que limitan sus movimientos, más no su imaginación ni su pasión por la escritura? Tal vez se le aparezca alguien que nutra sus historias y sus sueños de hacer realidad un libro.
Al escriba pisano Rustichello, por ejemplo, se le apareció Marco Polo.
Corre el año de 1298 y Rustichello lleva catorce años encerrado en la cárcel como prisionero de guerra; como antes de ser llevado a prisión trabajaba como escriba en las cortes, cada tanto y cuando era solicitado por funcionarios marítimos del puerto de Génova, realizaba escrituras y otros documentos de ese estilo. Aunque su gran anhelo era el de poder ser escritor. Soñaba escribir un libro que fuera pedido por los reyes de toda Europa y le trajera fama como autor y no sólo como escriba con buena letra. Lo malo era que no sabía cúando comenzar, le faltaba algo... tal vez inspiración.
Una noche, sin embargo recibe un buen augurio y a partir de ese instante comienza a marchar su idea, ya que su segundo buen augurio fue el de recibir a Marco Polo en su misma celda y escucharlo hablar sobre viajes a lugares lejanos en Oriente donde se cruzó con la más variada gama de monarcas, animales, climas y palacios. Rustichello sabe que a partir de ese instante su libro se pondrá en marcha. Le comenta la idea a Polo y al recibir su consentimiento comienza a escribir, una tarea que prueba ser bastante compleja: el escriba se ve forzado a recordar las aventuras de Marco Polo, de elegir cuáles de las que narra cada noche ameritan ser escritas en el libro, inventar una excusa para poder salir de su celda a supuestamente pasar en limpio documentos legales; escribir en pequeños retazos y espacios en blancos la historia, convencer al guardia de que le deje guardar los folios en un espacio donde no se dañen por la humedad o los dientes de la ratas. En fin... la tarea de escribir el "Libro de las maravillas del mundo", se convierte para Rustichello en una aventura en sí misma, superando a veces la dificultad de los caminos recorridos por Marco Polo. Rustichello también se encarga de realizar los mapas e ilustraciones que acompañan la narración y hace aclaraciones religiosas para que no tildaran la obra de herejía.
Casi seis meses después de haber iniciado el libro, el escriba pisano se lo muestra al aventurero veneciano para que éste le de su aprobación. Y aunque las aventuras son las de Polo, se le ve más emocionado al escriba, ya que el libro -que constaba de ciento veinte folios- era el logro más grande que había alcanzado Rustichello, viendo por fin materializado su sueño, que permanece en manos de Marco Polo, encargado a su vez de ser el responsable de hacer llegar el libro a las cortes después de recuperar su libertad como prisionero de guerra.
El turno del escriba, novela ganadora del premio Alfaguara de novela 2005 [el año pasado el galardón fue concedido a la colombiana Laura Restrepo por Delirio], escrita por las autoras argentinas Ema Wolf y Graciela Montes, recrea de manera excepcional un género que estaba un poco en el olvido: La novela histórica. Tomando como herramienta primordial al lenguaje, las autoras convierten la palabra en una de la usanza del siglo XIII, para transportar al lector a la época de Rustichello y Marco Polo, mostrando también las costumbres de la época, la vida en los puertos y las cárceles.
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