El tren de la polémica
Figura: habla Radu Mihaileanu, director de "Train de vie", otra comedia sobre el Holocausto, que hoy abre la muestra.
El Festival de Cine Independiente comenzará hoy oficialmente con el film "Train de vie", la representación de una fantasía en el Holocausto, o de un sueño, aunque queda claro que se trata del sueño de una civilización que ya no existe.
En "Train de vie" ("Tren de vida") -el "otro" film cómico sobre el Holocausto que ya viene con una controversia bajo el brazo- un pueblo judío de la Europa del Este, advertido, en 1941, por el loco de la comunidad de la inminente llegada de los nazis, decide fabricar su propio tren y deportarse a sí mismo con la esperanza de cambiar el recorrido de la historia y llegar libres a Israel.
En ese viaje de la vida hacia la muerte internándose en la antigua tradición del humor judío "autoirónico", la llegada de esta película del realizador franco-rumano Radu Mihaileanu trae consigo una doble polémica.
Por un lado, renueva el debate sobre el humor como lenguaje para representar el horror real y la necesidad y dificultad de ser servidores de la Shoah y de la memoria a través del cine. Por otro, la cuestión ya desatada en Europa sobre la paternidad de la idea, que enfrenta a este realizador con Roberto Benigni, quien aun antes de realizar "La vida es bella" leyó interesado el guión de "Train de vie" con miras a interpretar uno de los papeles principales, el del loco. Ambas películas son diferentes, pero comparten un concepto similar.
En diálogo telefónico con La Nación , Radu Mihaileanu, de 41 años, quien llegará hoy a Buenos Aires, no ahorra críticas hacia el tratamiento que Benigni le dio a su fábula y al apoyo que el italiano recibió del Festival de Cannes y de la distribuidora norteamericana Miramax, que ayudaron para que "La vida es bella" sea un éxito mundial, dejando de lado a "Train de vie". "Si no hubiera sido por el Festival de Venecia, donde en el 98 gané el premio Fipresci, mi película hubiera quedado en el olvido".
Benigni, en el banquillo
"No tengo pruebas para acusarlo de plagio. Benigni es el único que sabe lo que pasó. El aceptó ante la prensa el haber leído mi guión antes de hacer "La vida es bella" y dijo que quería hablar conmigo. Nunca pudimos cruzarnos en ningún festival ni por ningún medio. O él decidía no presentarse a donde yo iría o nos rechazaban a nosotros", dijo.
Después de que Benigni leyera, en 1996, el guión de "Train de vie" "nos llamó muy simpático y nos dijo que le había gustado mucho pero que no quería actuar en películas de otra gente -prosiguió-. Como tuvimos muchos problemas de dinero antes de empezar a rodar, nos retrasamos un año. Y al empezar a filmar me enteré de que Benigni estaba en el montaje de una película sobre un concepto similar".
Lo que sucedió con "La vida es bella" y "Train de vie" es un claro ejemplo de cómo, más allá de preferencias y merecidos talentos, una película puede ser ubicada en el centro de la cinematografía mundial según los intereses que represente. Al respecto, Mihaileanu está enojado con Gilles Jacob, delegado general del Festival de Cannes, quien en principio les bajó el pulgar a ambas películas, aunque luego sí aceptó en la competencia a "La vida es bella", que finalmente ganó el Premio del Jurado, en 1998. "Cuando Miramax compró "La vida es bella" por siete millones de dólares y Gilles Jacob sintió la presión de esa compañía, declaró que la dejó participar con la condición de cambiar su principio y fin al poner una voz en off que cuente la historia como una fábula. Es la primera vez que el delegado de un festival es autor de una película. Dijo que quiso protegerla de la prensa francesa, pero influyó en la carrera de una película sabiendo que había otra sobre el mismo concepto".
Mihaileanu es hijo de un judío comunista quien, perseguido por ambas causas, fue deportado en el 42 y sobrevivió tras seis meses en un campo de trabajo en Rumania. Radu vivió en carne propia el régimen del dictador Nicolau Ceaucescu, al que hizo referencia en su primer film, "Trahir", para luego marcharse a Francia, donde vive actualmente.
-¿Qué diferencias hay con "La vida es bella"?
-Decidí no rodar un campo de concentración porque me parece tan difícil reproducir con imagen y sonido esa realidad que he temido banalizarla haciéndolo. En segundo término, la película de Benigni dice "tenemos que olvidar y no saber la verdad". Después, yo tengo una llave para que el público menos cultivado diferencie entre sueño y realidad, y él deja todo mezclado, éste es el principio de la virtualidad: mezclar todo para decir que la ficción es siempre un tipo de realidad, con imágenes muy documentales de un tren entrando en un campo y luego a Benigni andando como si fuera un Club Med, con un happy end que sugiere que el Holocausto fue una broma.
-¿Tiene límites el humor?
-Mi límite fue no traicionar la memoria y la historia. El humor es sólo un lenguaje porque mañana otra generación hablará de la Shoah con el rap o el tecno. Lo que importará es que no deforme la memoria.
-Claude Lanzmann, el director de "Shoah", dijo que no se puede representar el Holocausto.
-La cuestión es cómo hacer con el audiovisual, un arte tan pobre, para representar con imágenes lo que no estaba sólo en la imagen. La Shoah estaba dentro de la gente, no fuera. Entonces, cómo rodar el adentro, la locura en planos largos, el individuo y el ministerio de la muerte con sus funcionarios. Spielberg, el año pasado, dijo que su película ha sido un error. Por eso no quise tocar los campos de concentración sino rodar lo que está en la cabeza de esa gente.
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