El son real en la voz de Compay
Actuación de Compay Segundo y sus muchachos: Hugo Garzón Barbagallo (primera voz), Máximo Repilado Muñoz (Compay Segundo, segunda voz, armónico y dirección), Benito Suárez Magaña (guitarra), Salvador Repilado Labrada (contrabajo), Basilio Repilado Labrada (claves y coros), Rafael Fournier Navarro (bongoes y timbales), Rafael Inciarte Rodríguez, Haskell Armenteros Pons, Rosendo Nardo Gallardo (clarinetes). Productora: Sonia Cruz Iglesias. Grupo invitado: La Surca. Luces Cristina Boletti y Santiago González. Sonido: Melero Itelman. Producción general: Martín y Lucio Alfiz. Productor asociado: Nueva Dirección en la Cultura. Teatro Gran Rex. Nuestra opinión: Excelente
"Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado concluido; es una fuerza viviente que anima y da forma al presente." Igor Stravinski.
Está de regreso aquel anciano casi apócrifo, tan oculto y oscuro de piel como de fama, de hace dos años.
Compay llega ahora ciñendo los laureles consagratorios de una popularidad conquistada gracias a la película de Win Wenders.
No fue la industria discográfica la que lo rescató del olvido para mostrar un costado exótico de la Cuba de Fidel y medrar con él en el mercado. No. Fue la sensibilidad del prestigioso cineasta que, aunque discutida todavía por la izquierda que se niega a reconocer otras realidades allí reflejadas de la isla, rescató para todo el mundo esta que viene a ser una revelación de la música tradicional de Cuba.
Aquí vuelve la música de los albores del siglo, alejada de la contaminación industrial, con su inocencia originaria, con el encanto de lo primigenio, con su gracia, alejada del estrépito de la salsa y de la impostura del negocio de la alegría frenética.
Aunque el negocio pretenda hoy empujar a este descubierto Compay a la engañosa vorágine de la popularización, ya se ha instalado su magia. El anciano, incluso, nos ha venido a sorprender con la renovación de aquel sonido ancestral de las bandas de Santiago de Cuba.
Quizá Compay, que hoy liba los néctares de la gloria, advierta que, cuanto más popularizada esté, la música es menos popular, menos genuina.
La noche del redescubrimiento está precedida por la actuación del grupo La Surca, cuyo más notorio protagonismo ejerce el cantante Fernando Rabih, empecinado émulo de Serrat, quien está acompañado por un sólido grupo instrumental entre los que se cuentan Federico Mizrahi en piano, Gustavo López en batería y Cacho Tejera en percusión, más otros buenos músicos dedicados al pop y la balada urbana entre hispana y rioplatense, que conforman un octeto en plena búsqueda de un perfil estético.
El público que vino a escuchar a Compay, y que cubre todo el teatro, no muestra gran algarabía ni apremios horarios. Es un buen síntoma de que sus oídos vienen en busca de música y no de ruido; de ritmos cadenciosos y no de urgencias bailables.
De traje y sombrero
Cuando Compay aparece, traje y sombrero, meneándose al compás del primer son, el auditorio estalla en la primera ovación. Compay sonríe, guitarra en mano, y antes de cantar desgrana el primer bocadillo. Se confiesa fanático de Gardel y dedica este concierto a su memoria, a la de Libertad Lamarque y a la del trío Irusta-Fugazot-Demare, "de quienes aprendí mucho". El remate es con su trofeo: "El 18 de noviembre cumplo noventa y tres años".
El son oriental -célula del danzón- irrumpe gozoso en su guitarra de siete cuerdas (el armónico) que trae resonancias tímbricas de laúd.
El son precede al bolero que invita a cantar. El bongó changüisero acompañará el tema de amor que corea el público. La trama es clara y sencilla. Compay cantará siempre la segunda voz que acompaña a la vibrante primera del juvenil Hugo Garzón Barbagallo, mientras él puntea en su instrumento inventado.
La otra guitarra -de Benito Suárez Magaña- se remitirá al rasgueo sutil con la púa; el contrabajo de Salvador Repilado, uno de sus hijos, tejerá contrapuntos, casi siempre en síncopa; las claves de Basilio Repilado, su otro hijo, engarzará preciosos acentos al ritmo cimbreante, y en el fondo, los bongoes, las pailas y campanas rodearán los primeros esbozos de la polirritmia.
El son con aprestos de guaracha surgirá entonces con el ímpetu y la crepitación del ritmo caribeño. Las esporádicas campanas anunciarán los pasos virtuosos de la danza.
Este es el reino de las cadencias, de las melodías engarzadas en el ritmo. Habitarán en la guajira de aliento tradicional, remozada por los timbres modernos de la percusión; la Sarandonga, el son de Compay, con el primer "puente" de la noche en la guitarra del líder ("C´est si bon"); el Cumbanchero que alborota la platea y la popular; el danzón donde aparece el trío de clarinetes que empieza siendo un simpático e histriónico dúo elegante y sentimental.
Incorporar clarinetes ha sido un acierto de Compay. No fue una decisión gratuita. Compay fue clarinetista en la banda municipal de Santiago y luego en el Trío de Miguel Matamoro. Los dos clarinetes más el clarinete bajo (que resuena como una tuba) otorgan otra dimensión sonora y musical a su propuesta.
La belleza del danzón y del son danzón son parte del sortilegio. Pero también serán regalos el changüí livianito y sabroso que le canta a la "Pepa con su camisón"; la mexicana "¡Qué bonitos ojos tienes!"; el tango-canción "El día que me quieras", en ritmo de son, una guaracha, el hoy célebre "Chan chan" de la película que lo lanzó al estrellato; un fox trot cubanizado , el devoto "Saludo a Changó" en lengua yoruba, un merengue por el que regresa al simpático bailoteo. Desde ese epicentro poético-musical que es el son, Compay Segundo ha dejado atrás el baile como industria para bucear en las fuentes. Este camino de regreso es fascinante.
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