El show de Tinelli, inmune a todo
Era inevitable que la polémica estallara fuerte cuando la primera multitudinaria emisión de ShowMatch todavía estaba en el aire y que se expresara con virulencia en las redes sociales y en el resto de los medios de comunicación. Así será de ahora en más. Volvió Marcelo Tinelli y promete, como siempre, meterse más de una vez en nuestras conversaciones cotidianas, mientras sea, una vez más, el astro solar del universo mediático local.
La pandemia ha impuesto rigores necesarios, pero también excesivos, que no se aplican de manera uniforme. El poder político formal milita una retórica firme de las restricciones que luego no suele respetar en sus presentaciones públicas: los abrazos sin barbijo, las fotos de comidas y encuentros sociales sin cuidar la distancia social se repiten del Presidente para abajo, mientras la gastronomía sigue obligada a cerrar sus puertas a las siete de la tarde, los shoppings permanecen inactivos y hay muchas escuelas que no abren desde hace mas un año.
Como representante permanente de un poder informal muy fuerte desde hace más de tres décadas, Marcelo Tinelli tampoco disimula su pertenencia a esa casta superior de los que se permiten afrontar al Covid más relajadamente, y lo exhibe sin disimulos de manera pública justo en la semana de mayor crecimiento de los contagios.
Eso sí, pone por delante, como si eso fuese garantía absoluta de sanidad, el tema de los masivos hisopados a los que se somete él y todas las personas que se presentan delante o detrás de cámaras (200, el lunes; 246, el martes, detalló). Tinelli declaró que no se registró ningún positivo en las dos primeras jornadas. Pero ya en la tercera cayó uno. Ocurre que ese tipo de test es una foto del momento, que no garantiza para adelante que algunos puedan contraer el virus y pasarlo al resto. Más que nada porque no se guardan las debidas distancias, hay saludos con abrazos y besos, los bailarines entrelazan sus cuerpos y solo se ven algunos pocos barbijos detrás de cámaras. La contribución más ostensible de Tinelli es no contar con público en las tribunas. Lo demás se ve igual que en años anteriores.
La figura que más conversación produce en el sistema mediático fuera de la política regresó luego de un año sabático obligado por el estallido del virus mundial, aunque estar lejos de los focos de la tele tampoco le depararon tranquilidad (desde los cuestionamientos a su participación en la Mesa del Hambre, al deslucido rendimiento en las canchas de San Lorenzo -el club que preside, aunque ahora con licencia-, su criticado viaje a Esquel poco antes de que se decretara la primera cuarentena y muchos etcéteras más).
Solo el paso de los días, semanas y meses responderá a la siguiente pregunta: ¿qué pesa más en el público a la hora de poner en la balanza lo que le ofrece Tinelli? ¿Sentirse escandalizado porque les pasó por la cara su fiestón con doscientas personas en un ámbito cerrado como es un estudio de TV, mientras todos los que lo miraban no pueden reunirse con más de diez personas, o agradecerle que los saque del pozo alarmista y lúgubre en que los tiene metidos el resto de la TV desde hace más de un año, con sus certámenes de bailes, peleítas al paso entre participantes y jurados, parodias de políticos y programas taquilleros; humor muchachista y varonero (levemente morigerado para no caer en las redes de la “dictadura del correctismo”)?
Todo regreso de Tinelli a la pantalla después de mucho tiempo de ausencia viene con una inevitable impronta “mundialista”. El gran faraón de la TV se autohomenajea con oropeles infrecuentes desde que hace añares la tele se redujo a una sucesión precaria de panelistas con chimentos de baja estofa (tanto de espectáculos como de política) y cartelitos de “alerta” y “urgente” que ya, de tan repetidos, no generan adrenalina a nadie. Imposible no tener sensaciones ambivalentes frente al “aluvión” de personas con las que Tinelli gusta arropar particularmente las primeras emisiones de una nueva temporada.
El último dinosaurio vivo de la TV argentina en tira diaria -saquemos por cortesía de esta metáfora a las grandes divas de ese medio, Mirtha Legrand y Susana Giménez, por lo demás siempre resguardadas en frecuencias más esporádicas y descansadas- quemará todas sus naves antes de caer en un rating ínfimo, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. A su propio poder mediático suma un fluido trato con el presidente Alberto Fernández, con el que tuvo una larga charla hace unos días, según reveló en Telenoche.
Trae al presente el músculo perdido de los grandes shows televisivos de hace varias décadas y los sketches humorísticos que también fueron quedando por el camino. Un nostálgico aggiornado a los tiempos actuales, más cínicos y ásperos. Ofrece generosos fisgoneos de cuerpos femeninos y masculinos esculturales, dialoguitos picantes y el relato vibrante y futbolero que hace como dueño de ese circo. Lleva alegría y esparcimiento popular a las casas, que millones de personas valoran para olvidar un rato los sinsabores, pero en momentos como estos, en que es necesario resguardarse más, parece ir contra la corriente, por más que al despedirse, tras la segunda emisión, pidió a la audiencia que por favor se cuidara. O como el primer día, cuando rindió homenaje al personal de salud al llevar a varios de sus representantes a su caja hermética, repleta de personas y personajes. Contradicciones que el bullicio de ShowMatch tapa.
Tinelli es a la TV lo que Diego Maradona representó para el fútbol y el peronismo a la política: un habilidoso en el que buena parte de la sociedad le gusta reflejarse aun cuando muchas veces las incorrecciones puedan ser más numerosas que los méritos. O tal vez por eso.
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