El Santo, un Robin Hood urbano
Nuestra opinión: Buena
"El Santo", presentada por UIP-Paramount, en el Metro Ocean, Santa Fe, Patio Bullrich, Alto Palermo, Cinemark Puerto Madero, Belgrano, General Paz, Rivera Indarte, Coliseo de Flores. 120 minutos. Para todo público.
El Santo, ese moderno gentleman en la línea de los reivindicadores populares al modo de Robin Hood, fue inicialmente un personaje de novela, creado en 1928 por el escritor británico Leslie Charteris, muy prolífico en materia de relatos y antecesor de Ian Fleming, creador de James Bond, otro inglés en el gusto de recorrer continentes que deviene rezago de la novelería colonial. Sospechoso de ladrón y artero delincuente, el aristocrático Simón Templar, El Santo, roba a los poderosos, que tienen mucho, para contentar a los pobres, que son más.
De la novela, según costumbre, pasó a la radio y de allí al cine, en 1938, con Louis Hayward en el papel y Ben Holmes en la dirección. "El Santo en Nueva York", tal el título, debió ser el primer film norteamericano de Alfred Hitchcock. En las ocho secuelas que siguieron, el rostro del noble ladrón fue el de George Sanders. Claro que el gesto más difundido lo puso Roger Moore, cuando la televisión inglesa de los años sesenta se apoderó del personaje y lo difundió sin límites. Cuando Roger Moore se aprestaba a darle su lavada sonrisa al James Bond del cine, Ian Ogilvie fue el nuevo Santo en la TV. En "El Santo regresa" (1939), segundo largometraje de la serie y primero con George Sanders, se escuchó por primera vez la música que luego edulcoró la prolongada irradiación televisiva.
Hoy, de nuevo en el cine, Val Kilmer, que hace poco fue Batman III, le regala al personaje una actitud desganada e insensible. El guión le exige una caracterización distante y el actor exagera.
No está mal la idea de alcanzar el gran espectáculo propio de Hollywood en estos tiempos como contrapartida de una historia de amor llena de vaivenes, pero intensa, con largas conversaciones y besos encendidos entre El Santo y la chica que quiere ser su novia. El problema es el formato elegido: como aquí Templar no es un presunto ladrón de antigüedades, sino el justiciero que hace estrellar la intención de un mafioso ruso de reimponer un imperio donde estuvo la Unión Soviética, los extras pasan por miles, las carreras van desde terrazas cerca del cielo hasta las cloacas moscovitas y los incendios hacen rendir a la noche. El formato es el del cine de gran espectáculo que, por lo común (aquí no están los grandes del viejo Hollywood), no congenia con extensas escenas de intimidad en grandes primeros planos con música gozosa, de modo que uno le ruega al híbrido acción y ruido, que abundan apenas.
Desde el otro lado
Como el público adicto al olor del Hollywood/Dolby Stereo y panorámica no se va a achicar por estos reparos, mejor es señalar que hay otros apuntes nada laterales y bien interesantes: la permanente camaleonización de El Santo, con dientes postizos, pelucas y trajes, así como su insistencia en no tener nombre propio _uno de los "tópicos" provenientes de los relatos de Charteris, que le conferían un origen religioso a El Santo_ y el añadido de un mensaje psicoanalítico impostado en la muerte de una compañera de colegio que ennegreció la niñez del héroe y permanece como un incordio en su edad adulta.
De todos modos, no es para preocuparse: una voz señala oportunamente que "infancias difíciles crean adultos valiosos".
También es curiosa la predestinación a huir de Simon Templar, como otra marca de un trauma infantil irresuelto. Esta excusa obliga a la película a transportar al espectador de Moscú a Londres y de Berlín a Oxford, cosa que cuesta poco sin moverse de la butaca. Si Val Kilmer no parece muy feliz con este nuevo traje de héroe, la científica de ficción que lo acompaña, inventora de una fórmula para dar calor a las ciudades frías, Elizabeth Shue, la formidable intérprete dramática de "Adiós a Las Vegas", no sabe quién la metió en esto.