El saco de Fred Astaire: diálogos ingeniosos en una parodia del melodrama con mucho amor por el género
Una “calenturienta historia de pueblo chico” convertida en un espectáculo de comicidad, apto para todos los públicos, incluidos aquellos que no tengan idea quién fue el bailarín estrella de Hollywood
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El saco de Fred Astaire. Autoría y dirección: Malena Bernardi. Elenco: Pablo Kusnetzoff, Eileen Rosner, Nora Mercado y Catalina de Urquiza. Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Luces: Leandra Rodríguez. Música original: Severino ADN. Coreografía y movimiento: Rosario Ruete. Duración: 70 minutos. Sala: El Crisol, Malabia 611. Funciones: domingos, a las 20.30. Nuestra opinión: muy buena.
¿Cómo no amar el melodrama, ese país donde la intensidad anida en cada hueco, las lágrimas son épicas y el sufrimiento otorga, al final del derrotero, algún tipo de medalla? Mezcla de tragedia y cuento de hadas, el cine y los formatos televisivos no han dejado nunca de explorar el género pero no ha pasado lo mismo en las artes escénicas salvo, tal vez, en el teatro musical, donde el canto y la danza resuelven lo que ya no puede decirse.
En El saco de Fred Astaire, de Malena Bernardi (que es coreógrafa y participó de proyectos como La vis cómica, de Mauricio Kartun; 24 de septiembre, casi casi primavera, de Silvia Kanter y Caro Setton, e Instrucciones para ser una idishe mame, de Sebastián Kirzner), la autora y directora atesora este corazón melodramático para parodiarlo con mucho humor y desde distintos lenguajes. Es en la formas donde desarma y despliega las posibilidades narrativas de una trama que en otras coordenadas sería muy triste.
Desde el inicio, después de recibir al público con un cartoncito empapado en colonia Avant la Fête, la preferida de uno de los personajes, queda claro el artificio: el espacio, ocupado con unas pocas sillas y mesas muy austeras, está delimitado por unas cortinitas metalizadas brillantes como de espectáculo de varieté, que los personajes atraviesan al entrar y salir a escena.
También, desde el inicio, aparece la música (de Severino ADN), la danza (el claqué o tap o zapateo americano, coreografiada por Rosario Ruete) y un personaje, el de Sulfita, duplicado en dos actrices (Eileen Rosner y Catalina de Urquiza), decisión cuya necesidad podría discutirse pero que cobra sentido porque refuerza el juego, la certeza de que estamos ante un espectáculo. Por otro lado, de modo inverso, una actriz (Nora Mercado) compone a dos personajes, es la madre pero también, por momentos, es la pitonisa que habla castizo, un doblez admitido y respetado por su hija.
Pueblerinos ignotos en algún momento del siglo XX apasionados por el claqué; la leyenda de un saco que habría pertenecido al bailarín Fred Astaire, estrella de Hollywood; un intendente llamado Bartorelli (Pablo Kusnetzoff), en silla de ruedas desde que le robaron el histórico saco y que habla de modo ostensiblemente ampuloso; Sulfita (ambas), desfachatada, atrevida, casi grosera, pero capaz de parlotear en francés e imitar la tonada mexicana (tierra de melodrama, claro); y la madre soltera y amante de segunda, Berta Gorda Luro, como la inscribió su padre, con la oratoria del resentimiento a cuestas, puro karma en llamas: todos los lenguajes están estallados o corridos. Los diálogos son deliciosos, de muchísimo ingenio, verborrágicos y coloridos con giros y expresiones en desuso (sangre de horchata, valsar, damitas churras, rolliza…), desechos transformados en combustible, como diría Kartun.
Para mantener en alto y a fuego vivo esta convención es fundamental el elenco, actores y actrices que crean y se diviertan con lo que hacen, además de manejar el ritmo de comedia con la hondura de la parodia. El saco de Fred Astaire tiene en esa energía imparable todo su magnetismo: el motor de la obra es Mercado -que formó a fines de los ochenta el dúo Las caladas y coloradas con Silvia Kanter, y hacía tiempo no subía al escenario-, muy graciosa pero a la vez su Berta exuda un dolor ancestral de abandono; Kusnetzoff, además de exitosísimo mago, es un gran comediante que aprovecha al máximo su estilo hierático y las dos jóvenes, Rosner y De Urquiza, son muy versátiles y precisas: bailan, cantan y actúan pasando de un registro a otro sin dificultad y, sobre todo, logran enlazarse con fluidez como un solo personaje.
Una calenturienta historia de pueblo chico convertida en un espectáculo de comicidad, sin banalizarlo ni ponerse críptico, apto para todos incluidos los que no tengan idea quién fue Astaire ni sepan que Avant la Fête, la preferida de la Catita de Niní Marshall, alguna vez fue realidad.
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