Roverto Artiagoitia, el Rumpi, ser revela, tras numerosos encuentros realizados a lo largo de un año, como una persona que siempre hace lo que quiere, por lo mismo, como una persona feliz.
Cierto dia de abril del año 2003, a la una y tanto de la tarde, se llego a la radio w y tras cruzar un pasillo, silbando para crear magnetismo, se procedió al ingreso en un estudio de grabación. En el interior del mismo se observó a un hombre de composición esquelética enjuta, pelo blanco al parecer con tintura y vestimenta moderna basada en polera celeste de mangas verdes y bluyín marca rf. Ese hombre era el Rumpi, un animador radial.
Ese hombre estaba leyendo el diario nacional La Cuarta. Estaba absorto en problemas universales e informaciones de gravedad cuando se le distrajo. Fue el reportero que hizo ingreso en el estudio, le extendió una mano y le dijo: "Muy buenas tardes, Roberto". Y Roberto: "Muy buenas tardes, señor". Se dieron la mano esos dos humanos educados y notó el reportero que la mano del hombre era laxa como una sardina. Aun así, el reportero, en una maniobra muy cordial, sostuvo por varios segundos la sardina del artista y escuchó que el animador le dijo: "Espérame, si quieres quédate a ver".
El reportero se quedó a ver la emisión de un día de abril del año 2003 del programa El club del cangrejo, y decidió fijar minuciosamente la vista en el modo en que trabaja el señor Roberto Artiagoitía. En el estudio estaban el animador; un obeso mudo cuyo aporte, se dedujo, era mental, y Bola Ocho, receptor de los llamados. A las dos y un minuto, Bola Ocho gritó: "Silencio, el Rumpi está al aire".
On air
Tras dos horas de programa se pudo constatar un eximio trabajo de animación. El señor Rumpi atendió variados llamados telefónicos, lo que al parecer le generó una tensión enorme, pues se le formó una humectación en la axila izquierda. Pero hubo alegría en el estudio. El animador brindó consejos muy destacados a sus oyentes y dedicó canciones muy acertadas.
El reportero dio constancia de siete llamados telefónicos pidiendo ayuda inmediata. 1) Llamó Silvia y dijo: "Me prostituyo, ayer estuve con dos invertidos, quiero agradecer al programa". 2) Llamó una mujer madura y dijo: "Mi marido es extremadamente débil, no alcanzo la cúspide, para mí el acto es fallido desde 1999". 3) Un hombre se presentó con nombre de fantasía ("Distraído") y el animador cortó. 4) Un varón llamó y resultó un tipo lento, sin capacidad expresiva, y el animador le dijo "shao". 5) Dos casos alegaron infidelidad. 6) Una mujer dijo que desde hace unos días ha estado vendiendo su cuerpo, y relató una fellatio realizada a un hombre de edad. 7) Finalmente llamó Escorpión, una dama con voz ronca que le pidió un consejo extravagante: deseaba tener a la brevedad un contacto anal con su marido, un reacio al sexo de espaldas. Dijo: "Ayúdeme Rumpi, abogo por lo anal".
El animador Rumpi entregó sabios consejos. Muy imbuido gritó en un momento: "¡No prestí el culo!", y en esa misma senda agregó: "¡Tan poca cosa soi que vendí el culo!". También regaló canciones a todos. Regaló una canción de Los Hijos de Putre, regaló una canción de La Sonora del Malecón, regaló una canción pascuense, una de Los Iracundos. El ambiente era festivo.
Luego del programa el animador y el reportero se fueron a una oficina. Apenas sentados, el reportero, sin razón alguna y trastocando un perfecto cuestionario, le preguntó esto al animador:
"¿Y eres feliz, Rumpi?"
El animador ese día de abril del año 2003, a las cuatro y veinte de la tarde, y a la edad de treinta y tres años, le confesó a este periodista que su vida era sumamente feliz. Su felicidad nace, dijo, desde la niñez, desde la pubertad, desde tiempos inmemoriales; una felicidad continua, muy grande. Y entonces este reportero triste inicia la luminosa cuenta de todas las cosas que hoy dan felicidad al señor Rumpi.
Cosas que lo han hecho felíz
Lo ha hecho muy feliz ser hijo de Patricio Artiagoitía y de Ana María Alpi, tener cinco hermanos (dos mujeres, tres hombres), ser parte de una familia que exalta la unión; le da una gran felicidad haber estudiado en un colegio con diálogo, como dice que es el Seminario Menor, haber estudiado Comunicación Audiovisual en el Instituto Arcos, haberse desempeñado durante cinco años como asistente en la productora Filmocentro, haber participado en muchísimos comerciales junto a la productora Filmocentro, haber grabado, por ejemplo, el comercial de una botella gigante de Cristal que brota desde el magno océano, o haber grabado el desembarco de la Pepsi; le produce inmensa dicha haber conocido en ese entonces a Ricardo Larraín, haber aprendido toda clase de cosas de él, haber estrechado vínculos y tenerlo de mentor; se le juzga un estado de alta alegría y felicidad por haber trabajado en radio Rock&Pop, haber trabajado con el Mono, haber trabajado con un equipo humano estupendo, gente intachable, dice, bondadosa, gente que hoy sigue junto a él; haber inventado los grados, el grado uno, el dos, el tres, toda la graduación erótica lo vuelve feliz y ahora si alguien inventa el cinco o hasta el catorce, su felicidad crecerá todavía más porque la radio y todo lo que nace desde la radio lo pone contentísimo, toda la repercusión social, los llamados de la gente, la música que él mismo sintoniza con sus propias sardinas, todo es alegría; le da felicidad haber hecho una teleserie, una película, los logros mundiales de la película; además la felicidad tiene notoria génesis en los amigos, en ciertos tragos alcohólicos, hoy, por ejemplo le da felicidad el Bloody Mary; también encuentra emoción alegre en ser propietario de ciertos bienes como una moto negra, una camioneta 4x4, una casa propia que refaccionó en el centro de Santiago, una casa de playa en el balneario de Tunquén; y hoy también lo hace feliz ser el padre de un niño que se llama Roque.
Por todas estas cosas, Roberto Artiagoitía dice que su vida ha sido realmente muy dichosa.
Conversando con un felíz
Estaba el animador feliz junto al reportero triste conversando esa tarde de mayo del año 2003 en la oficina del director de la radio w, señor Mariano Pérez. Se pusieron a conversar sobre la infancia. El animador definió su infancia con hermosas palabras. Entonces el reportero, portador de una memoria muy elogiada, le dijo que lo recordaba con claridad, recordaba a la perfección sus rasgos faciales y físicos, y entonces le dijo: "Me acuerdo de tu niñez, Roberto, tú eras socio del Club de Polo y Equitación San Cristóbal". "Efectivo" dijo el animador. Es definitivo: El Rumpi fue de la elite.
El autor de esta nota también fue socio de ese club social durante una esporádica bonanza económica de su padre. Una vez jugaron un partido de fútbol al borde de una cancha de polo. El reportero era un jugador muy dotado, la antesala del lateral con llegada, y jugó un partido fabuloso, marcó con especial fuerza a Roberto, lo siguió durante todo el encuentro susurrándole cosas negativas en su oreja, y su desempeño tuvo su clímax en esta jugada: le hizo una finta doble al animador, lo volvió loco con un amague de cintura, y le pasó el balón bajo sus piernas, un hoyito que marcó la vida deportiva del reportero, pero que al entonces púber Rumpi dejó indiferente: "No me acuerdo, huevón, la verdad". ("Yo estaba de amarillo, Roberto", prosiguió el periodista. "Nada, no me acuerdo". "Por los nervios te di una chuleta en un momento, una patada de karate al tobillo". "Nada, de verdad". "Te reitero, yo andaba con un traje de baño amarillo, muy de moda y…", etc., etc.).
El Rumpi confiesa: "Ahora voy una vez al año al Polo y juego tenis con mi papá, Patricio, y luego voy al sauna". Por razones desconocidas el reportero suelta una risa y dice: "¿Y cómo reacciona el socio del Polo cuando te ve jugando tenis (a ti un revolucionario concertacionista, pensó el periodista)?". "Me da lo mismo, no pesco. En ese club hay una pedantería y las miradas son de un fascismo absoluto, está lleno de fachos y cuicos y tontos. No voy mucho, es una verdadera lata, pero cuando voy a toda la gente me la paso por la raja."
Hace un año, dice el Rumpi, dejó de ser socio: vendió sus acciones a un precio excelente y abandonó a la hermosa elite nacional.
Luego el animador feliz y el reportero triste, con mucha madurez, tocaron leves tópicos metafísicos y se pu- sieron a conversar sobre los pensamientos. Según parece, a ambos les gusta pensar en velocidad, sobre objetos con motor: el Rumpi piensa constantemente sobre una moto con la que cruza la ciudad, una cosa negra sobre la cual se ve muy jocoso, como un cómic animado; a su vez el reportero lo hace sobre un vehículo de su propiedad, un escarabajo con abollones y un neumático liso. También hablaron de personas, de un grupo diverso de personas, todas importantes. Por ejemplo, opinó el animador de George Bush junior ("un ignorante"), Joaquín Lavín ("un monigote"), Eduardo Bonvallet ("loco de verdad"), los gringos de norteamérica ("unos huevas"), los europeos ("fascistas"), los pascuenses ("todo pasa"), Santiago ("mierda"), el mundo ("cagado").
Más tarde el reportero quiso indagar sobre las tristezas, y si bien el animador Rumpi confesó absoluta carencia de las mismas, procedieron a hablar en ese momento de los grises instantes de la vida.
Lo gris
El animador al parecer tiene un déficit de congoja y a lo sumo, notó este periodista, las cosas que le producen tristeza son todas intangibles, conceptos etéreos, como la maldad, la soberbia de las personas o la injusticia. Comunica el animador radial que cuando se despierta con atisbos de depresión, se da ánimo a sí mismo, lo que se juzga una actitud muy útil en el ámbito de las comunicaciones.
Sin embargo, al prolongar la conversación, uno puede captar la lamentable presencia de momentos grises. Fue la etapa de trabajo que realizó en el canal Rock&Pop, al conducir el programa "Rompehuevos", cuando justamente se produjo la paradoja: en aquel programa el Rumpi vestía de gris. Usaba un traje de formato espacial, de un gris brillante, modernísimo. Un día el Rumpi se probó el traje y se sintió afectado en la personalidad. El traje había sido diseñado por Carolina Delpiano y Piedad Rivadeneira, amigas cercanas que con fines persuasivos al verlo con traje robótico exclamaron : "Te ves estupendo, Roberto".
Y entonces Roberto Artiagoitía salió en pantalla totalmente gris.
-¿Cómo fueron esos días grises en el canal?
-Horribles, me sentía pésimo. Ha sido la única vez en mi vida que trabajé en algo pasándolo mal. Estaba apestado todo el rato, hasta en cámara salía apestado.
-¿Quedaste sentido con alguien del canal?
-Con Iván Valenzuela. Eramos amigos, pero sufrí una traición de su parte.
-¿Eso te produce tristeza en la vida?
-Sí, las traiciones. Eso me descoloca, me caga. Me pasó con Luis Cajas, mi contador, que era mi amigo y me estafó. Ahora está lo de [Cristián] Galaz, que anduvo diciendo cosas sobre mí. No sé, no cacho.
-Si te toparas con Galaz, ¿qué harías?
-Nada. Yo a Galaz no lo voy a saludar nunca más en mi vida.
Son los dolores del animador de radio, las traiciones, lo más gris que se encuentra en la feliz existencia de este chacotero, señor Artiagoitía. En tal instante de emotividad, el reportero, alicaído en términos mentales, pidió su primer vaso de agua. La charla seguía y tomaba nuevos rumbos.
El chacotero sexual
El reportero, de pronto vitaminizado por el sorbo a un vaso de agua natural, miró al animador radial Rumpi, cuya humectación en la axila izquierda lamentablemente ya se había expandido, y persistió en preguntar lleno de ímpetu. Era un diálogo veloz, basado en el periodismo europeo. Por ejemplo, hablaron de historias. Dijo el Rumpi que tiene más de mil historias en la cabeza. Dijo que son la base de sus creaciones (incluso la base de su nuevo proyecto fílmico, la segunda versión de El chacotero sentimental, que hoy trabaja con el apoyo en guiones de Pablo Illanes). Y el reportero: "¿Qué es una historia?". El animador respondió esto:
-Una historia es algo intenso, huevón, donde sucedan cosas. Una historia no es: ellos se conocieron, se tocaron y bla bla bla. Para mí las historias son con borracheras, con abandono, con vida. Eso tiene que ser una historia. Yo ya cacho por dónde va la mano de una historia y me empiezo a meter por las partes interesantes del cuento.Si en un llamado escucho voces, digo: "¿Con quién estai?". Y me meto por ahí hasta que salga algo bueno, sale una historia.
Había notado el reportero que las historias de las llamadas siempre tienen un tinte erótico. Con suma delicadeza preguntó al animador si en alguna oportunidad había sentido un entusiasmo sensual con alguna llamada, y el animador Rumpi dijo esto: "No, nunca para decir: espérame, me voy para allá y agarramos". El reportero insistió y le habló de Escorpión. Le dijo: cuando llamó Escorpión se produjo algo. El Rumpi: "Sí, bueno, ha habido veces en que se me ha parado el pico". Ante aquella imagen liberal se simuló calma y relajo periodístico, pero, internamente, el reportero se turbaba al imaginar al animador dando consejos con un bulto. Se le dijo: "¿Se te elevó el miembro con Escorpión, Rumpi?", "No, con ella no, estaba en otra". Y entonces el animador y el reportero comienzan una adulta charla.
"¿Eres sexual, Roberto?". "Sí, huevón, soy bien sexual", dijo el artista y agregó una frase hermosa: "A veces quiero sacarme la calentura con mi novia y amar". Confesó el animador estar viviendo una fase física excepcional: al parecer desde hace algún tiempo está haciendo el amor con muchísimo amor. Dijo: "Estoy en el sexo con amor". "Bonito", acotó el reportero y agregó: "¿Eres de jugueteo, Rumpi?". "Las he hecho todas. O sea, no soy de los que va a comprar mermelada para echársela a la mina en la noche, pero he pasado por varias, claro que sí". Luego, "¿te has sentido atractivo alguna vez en tu vida, Rumpi?". "¿Cómo, huevón?". "En el plano físico, Roberto, ¿has sentido en algún momento que eres bello?". "Nunca, lo mío es más una cosa de estilo". "Por supuesto" dijo el reportero, y en tal momento hizo una mirada cordial al cuerpo del animador y captó a toda velocidad una maciza blandura en el tórax. "¿Y la fama ayuda a la conquista erótica, Rumpi?". "Es el cincuenta por ciento, huevón", y cuenta esto: "Yo estuve en Madrid hace un tiempo y allí nadie me conocía. Y para conversar con una mina la tuve que invitar cuatro semanas al cine y a todos lados. Era duro. La competencia era muy brava".
El reportero notó cierto cansancio físico en el animador, pues pocos minutos atrás había terminado su jornada laboral, un compacto de jornada que dura dos horas. Por tanto el reportero, intentando un enganche comunicativo, apeló a la risa y se le vio lanzar sorpresivas carcajadas a cada comentario del animador Rumpi. El reportero decía: "¿Agotado, Rumpi?". "No, ni tanto, estoy cagado de calor no más". "Jajajajaja, cagado de calor, qué buena" decía el reportero apelando a una moderna táctica empática. Luego, tras lanzar cuatro carcajadas de forma consecutiva, se debió dar fin al encuentro. Eso sí, justo antes de emprender el retiro, iniciaron una breve reflexión sobre la prensa, y el animador confesó estar pasando por un periodo de calma expositiva. Curiosamente, por aquellos días la prensa no reparaba en su persona, lo cual le merecía sospechas. De un modo profético, el Rumpi dijo esto: "Esta tranquilidad con los medios me parece rara, te aseguro que luego se viene una".
Luego de eso procedieron a la despedida. El Rumpi le pasó una sardina y el reportero, agradecido, le devolvió una roca.
Pausa
Se produce aquí una pausa reporteril. Un vacío periodístico de meses, durante el cual el reportero inmerso en su hábitat de las alturas, piso diez de barrio muy fino, retomó su vida destinada a la contemplación y a la pose pasiva, e imaginó al animador de radio en esa misma senda de paz, a lo sumo envuelto en el galopante stress de las dos horas de jornada diaria.
Sin embargo, durante la pausa suceden dos hechos alarmantes: el 14 de mayo del año 2003, una mujer oriunda de Perú ofrece su virginidad a los auditores de El club del cangrejo. En una subasta que la prensa sigue con atención la mujer dice: "Ofrezco limpia zona pudenda con fines de pagar mis estudios académicos". Y el Rumpi aparece en todos los periódicos, en un estelar tétrico (De pé a pá) y habla en todas partes de esa mujer de Perú que un día quiso pagar sus estudios rompiendo su himen con un auditor de radio w. La calma se estaba perdiendo. Lo predijo el Rumpi, cuando sin querer había dicho: "Se viene una". Pero erró. No se vino una, se vinieron dos.
El 25 de junio el animador radial, tras conocer el fallo judicial que condenaba al sacerdote Andrés Aguirre y decretaba su culpabilidad en delitos sexuales, confiesa en su programa de radio una cosa espeluznante: un sacerdote una vez le quiso tocar los pelitos. La referencia es al vello genital. El 25 de junio lo gritó en la radio: "¡No se dejen tocar niños!, ¡no es normal que un sacerdote los toque!, ¡él tocaba a todos mis amigos y trató de tocarme a mí, pero yo no lo dejé!".
El Rumpi se refería al sacerdote Miguel Ortega Riquelme.
El Rumpi, una vez más, estaba en la noticia.
El 26 de junio su cara estaba en todos los diarios.
Tras todo aquello
Tras todo aquello este periodista reinició los contactos con el animador. Lo hizo de forma alternada durante meses. Por ejemplo un día, justamente tras todo aquello, llegó este periodista a la casa del animador y tras aceptar gustoso una taza de té y un pan con palta, gentilezas matutinas de Roberto Artiagoitía, el reportero hizo dos cosas: primero miró el entorno y luego ordenó su mente. Su mirada al entorno resultó imperceptible al ojo humano, fue una observación hecha en velocidad, un rapto visual que le permitió tomar nota de una mesa de pool en el living, un estante con libros, discos, una fotografía con el Presidente Lagos, otra con Leonor Varela, otra con Armando Uribe, otra con un niño pequeño, otra con el conjunto familiar, otra con un amigo y otra solo. Luego el reportero hizo lo expuesto: ordenó su mente y le hizo esta pregunta: "¿Estás bien, Rumpi?". "Sí, obvio, muy bien". Y allí: "¿Te tocó los pelitos el sacerdote Ortega?".
El Rumpi dijo que, hace muchos años, el sacerdote hizo un amague por introducir su mano en el interior genital y teóricamente velludo del animador, cosa que éste evitó con un varonil manotazo y al parecer un criollismo. Le dijo a su madre. Su madre fue al colegio, planteó la queja y todo quedó anulado, sin respuesta. Más de quince años después, Roberto Artiagoitía citó en su casa a su madre y a su hermano José Luis, el Padre Jolo, y estimulado por la escalada de sacerdotes con prontuario sexual dijo que contaría todo en su programa de radio. La madre y el Padre Jolo dijeron esto: "No es la forma". El Rumpi les dijo esto otro: "Es mi forma". Luego habló con su abogado. Su abogado le aconsejó: "No opines, sólo expone los hechos". Y el día 25 de junio del año 2003, el Rumpi expuso los hechos ante los micrófonos de radio w.
"¿Te dio miedo, Rumpi, enfrentar el poder de la Iglesia?" se le cuestiona, y el comunicador respondió: "No, no me dio miedo, porque yo sabía que iba con la verdad por delante". "¿Cuáles han sido las secuelas de esto?". "No sé, estoy esperando el informe de investigación que me dará el arzobispado, porque yo estampé mi denuncia en el arzobispado". "Ah, carajo" dijo el reportero, esto es en serio". "Pero, claro pos, si yo no estoy hueveando".
-¿Y te han amenazado, alguien raro vigila tus pasos?.
-Noo, pero si esto en la Iglesia es sabido, no estoy diciendo nada nuevo. No estoy diciendo que Pinochet es un narcótico dependiente hace 48 años o locuras así, estoy diciendo una huevada que es cierta: a mí y a compañeros míos trataron de tocarnos. A mí no pudieron tocarme porque impedí todo con un manotazo, pero hubo compañeros que se fueron de beso.
-¿Y por qué no acudir a los tribunales?
-Pero cómo voy a denunciar en los tribunales a una persona que me agarraba los pendejos. No, lo hago a mi manera no más. Además, en los tribunales chilenos no creo, porque Pinochet está libre y el huevón que me estafó, Luis Cajas, también está libre. Dos tipos absolutamente malvados que, en Chile, están libres.
Otro día fueron a la feria
En efecto, otro día el animador y el reportero fueron a la feria, pues el animador quería comprar víveres. Fueron a esa feria que se instala los jueves a dos cuadras de la casa del comunicador radial. Llevaron un carrito con ruedas y se pusieron a hablar de la fama. Iban hablando de la fama, cuando un hombre se acercó y dijo: "Un autógrafo, Rumpi", y el animador fue escueto: "No quiero, sale", y el hombre se fue maldiciendo. Otro hombre paró su automóvil y dijo: "Eeeaah, Rumpi", y el animador dijo: "Shao". La fama resulta complicada, tiene desagrados notorios. El Rumpi dijo que lo han seguido. Una vez fue a buscar a un amigo pascuense al aeropuerto y hasta allá lo siguió un equipo del programa s.q.p. Una vez, Las Últimas Noticias lo siguió hasta la misma Isla de Pascua. Hoy el animador ha optado por una táctica de combate: se querella. A la menor provocación periodística, se querella. Tiene una querella contra diversos diarios, contra Luis Cajas, contra La Tercera (reportero temblaba).
En la feria el reportero tomó real conciencia de la fama del Rumpi. Apareció el animador por ese sitio y la feria se encendió. Le gritaban consignas de inmenso apoyo, le adulaban incluso el vestir, consistente en un pantalón a cuadros y una polera con Jesús en la mitad. El Rumpi habló con personas de algunos puestos. Habló con Raúl Polanco del puesto de tomates, con la señora Elia que vendía cebollas, y con unos vendedores de Tomé, o eso dedujo este periodista pues el Rumpi los vio en estado de fiesta y les dijo: "¿Cómo estaba Tomé, socio?". El animador, tras esa visita a la feria, realizó un gasto de $2.650 -de los cuales $1.000 fueron un gentil préstamo del reportero- y adquirió un kilo de zanahorias, dos kilos con yapa de papas, cebollas, perejil, ají y tomates.
Al regreso, mientras el animador mandaba con el brazo un saludo a Carlos Soto Burgos, alias El Ronco, dueño de la botillería El Ronco, siguieron hablando de la fama.
-¿Te molesta la gente en la calle?
-Puf, siempre me llevo una puteada.
-¿Y te agarras a cornetes a veces, cuando te molestan?
-No, no soy de cornetes. Si me molestan mucho digo: "¿Sabís saco de huevas? No quiero pelear". Y me voy.
Hace poco, dijo el Rumpi, estaba sentado en una agencia de turismo y un señor de edad se le acercó y lo empezó a putear: él se paró y se fue. "¿Y cómo reaccionas con los rumores que siempre rondan a los famosos?". "Depende", dijo el animador, y contó que en una ocasión caminaba con su madre por una calle de Providencia y alguien le gritó: "¡El Rumpi es hueco, güena pos hueco!". La madre del animador se detuvo y le dijo: "¿Escuchaste? Te dijeron hueco, Roberto". "No importa". Y la madre, consternada, preguntó: "¿Eres homosexual, hijo?". Y entonces el reportero se unió a la interrogante y dijo: "¿Y eres homosexual, Roberto?". "No, me gustan las minas. No tengo nada contra los homosexuales, debe ser rico, qué sé yo, pero me gustan las minas". Eso sí, en tal momento el animador procedió a una confesión llamativa: una vez, dijo el Rumpi, tuvo un coqueteo con un griego. Estaba en una isla de Grecia, en un bar, y se puso a mirar a un griego. Lo hizo con blandura, no con dureza de varón, y el griego le respondió fuertemente y con este resultado: a los dos minutos el griego estaba sentado a su lado. Pero era chacota. Un coqueteo. Al Rumpi, lo dijo en reiteradas ocasiones, le gustan las mujeres.
Ya sólo quedaría una última visita al animador.
La última visita
Es marzo del año 2004. Roberto Artiagoitía ya tiene treinta y cuatro años. Ésta es la última visita a su casa. Han sido numerosos encuentros, la gama temática ya ha sido cubierta con amplitud. Esta vez hablan de la televisión, de los matinales, juzgados como mierda por el animador. Hablan de ser padre. Hablan de Roque Artiagoitía Morgado, el hijo. Y también hablan de un tema espeluznante: hablan de Spiniak, de la inclusión en el caso de su hermano, el Padre Jolo. El Rumpi manifiesta una creencia ciega en su hermano.
-Lo amenazan, le quitan los auspicios para su hogar con 52 niños, lo dejan abandonado, solo, pero él sigue trabajando por su causa. Nada lo ha hecho cambiar.
-¿Lo que él ha dicho será verdad?
-Estoy seguro de que es verdad, yo creo que va a quedar la cagada. En muy poco tiempo va a quedar la cagada.
Por estos días, ha dicho el Rumpi, le debiesen entregar el informe de investigación del arzobispado en torno a su denuncia contra el sacerdote Miguel Ortega Riquelme. Apenas salga ese informe, el animador lo hará público en su programa, leerá la carta en forma íntegra. Y entonces lo reitera: "Quedará la cagada" dice el animador.
Sin embargo, tras todos los encuentros con el comunicador radial, tras todas las citas, a este reportero le queda la sensación de que, pese a las polémicas o pese a su forma de encarar la vida o pese a lo que sea, el señor Roberto Artiagoitía es esencialmente un hombre que hace lo que quiere y por eso es feliz. Es un chacotero que ríe.
Ya no queda más por hablar. Han pasado cosas. Sin ir más lejos, El Ronco ha muerto.
Ambos se suben a un escarabajo con abollones y un neumático liso propiedad del reportero, y se encaminan hacia Providencia. Al llegar allí, el Rumpi, treinta y cuatro años de edad, se baja. Es la despedida. El reportero le extiende una mano y allí sucede: por primera vez en todos los encuentros, el reportero y el animador se aprietan las manos con fuerza. Ya no está la sardina. Se han apretado las manos. Eso ya significa algo.
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