El romance multitudinario
Ante un estadio de Vélez completo y una platea eufórica y netamente femenina, el cantante comenzó su serie de recitales con un show que lo muestra en su momento de madurez
Luis Miguel ha crecido. En años y en profesionalismo. Y su público parece haber crecido con él. Hace más de cuatro años, cuando se presentó en este mismo estadio de Vélez, se hacía casi imposible escuchar la música tras el constante griterío adolescente. Pasado el tiempo, el amor por el cantante parece ahora haberse asentado.
Como cualquier relación amorosa -y es eso lo que vive cada mujer al escuchar las palabras que son, aunque sepa que es en su fantasía, dirigidas a ella y sólo a ella-, pasada la euforia del primer deslumbramiento, se pasa al momento de reconocer al otro. De escucharlo. Ya no hacen falta banderas ni gorritos o remeras para expresar lo que ahora se adivina consolidado.
Por eso, esta vez, aunque no faltarán los coros acompañando algunas partes de los temas, ni los cuerpos dejarán de acompañar el ritmo de las canciones, el show se puede escuchar y apreciar. El cantante mexicano parece saberlo y por eso alternó durante la noche las nuevas canciones de su flamante "Amarte es un placer", con aquellos temas que, como los recuerdos vividos en común, arman la trama que sostiene el encantamiento mutuo.
El, sólo él
Cuando exactamemte a las 22.10 se apagaron las luces del estadio, todas -pero, en verdad, cada una corearon al unísono un "Luis Miguel" que oficiaba de caluroso recibimiento. Pero la espera a oscuras, prolongada más de la cuenta, obligó a improvisar otros cantitos mientras subía la tensión hasta su extremo más alto y los encendedores prendidos brillaban, como ofrendas, en la oscuridad.
Luego de unos largos minutos comenzó la música, pero aún no se veía más que un telón que cubría todo el escenario. Tras él, la magia comenzaba a armarse hasta que, en un perfecto juego de efectos, el velo cayó y él, Luismi, bajó desde lo alto, montado en una lámpara de living.
Ahora sí, sin palabras, fue derecho a "Quiero", una de las canciones de "Amarte es un placer", su nuevo álbum, a la que siguió "Tú solo tú", también estreno en vivo para el público porteño.
Aunque está acompañado por un grupo de once músicos -guitarra, bajo, batería, tres teclados y cinco vientos-, más tres coristas, el centro, el eje del show es él y sólo él. Le alcanza con su voz, su magnetismo y la apuesta al placer que está jugada en estas treinta mil personas que son, en aplastante mayoría, mujeres y que él intuye.
Allí estaba, entonces, de traje oscuro y corbata. Tan prolijo, tan de novio para presentárselo a la abuela. Su voz y sus canciones alcanzan para llenar todo el espectáculo. No hay trucos ni grandes efectos. Apenas algunas pantallas: una grande, al fondo, dos más pequeñas a los costados, para que pudieran seguir el concierto aun quienes se encontraban más lejos.
Luego del estreno de esos dos temas, se corrió hacia los territorios más conocidos. Usando un esquema que repitió varias veces, encadenó varias canciones en un medley, alternando temas pop de ritmo marcado con las canciones y boleros más lentos y románticos, llevando así el show de una manera casi natural, pero que le permitía manejar el tiempo y no agotar ni su cuerpo ni su garganta.
El galán de sangre castiza
En el primero de esos popurrís eligió temas de Juan Carlos Calderón, entre ellos, "La incondicional" y "Entrégate" _durante el cual un estremecimiento recorrió a todas con esa invitación a dejarse llevar por "tus instintos de mujer", y la promesa de "arrancar los secretos de tu piel".
Entonces, por primera vez, habló. A ellas, a cada una, las saludó, les agradeció por estar allí, les regaló un beso y, luego, las tentó con un "vámonos de fiesta". Una fiesta que seguirá hoy y que luego lo llevará por varias provincias para regresar a Buenos Aires y despedirse del país con un último show en Quilmes.
Es en los boleros, en los temas más lentos y románticos, donde la voz del cantante demuestra todo su potencial y su capacidad expresiva. De sus tres discos dedicados al género -la serie "Romances"-, tomará las canciones que repartirá en tres nuevos medleys de temas enganchados.
En el primero de ellos, elige uno de los que ha convertido en clásico, "No sé tú", al que siguió "La distancia" e "Inolvidablemente", para luego, con unos acelerados versos de "En la vida hay amores...", descargar nuevamente toda la energía pop de "Suave", mientras unos fuegos artificiales llenaban de estrellas la noche y comenzaba a sonar "Dame".
Fue uno de los pocos efectos especiales de la noche. Para el final, dejaría unos fuegos artificiales mucho más espectaculares -pero que se volvían amargos al ser a la vez el anuncio definitivo de que el encantamiento había llegado a su fin, que ya no habría otro bis-. Y un rato antes había arrojado unos grandes globos hacia la platea para que jugaran con ellos y fueran, de mano en mano, tal vez imaginando que era a él a quien tocaban.
Un juego que también tuvo su otro lado cuando desde el público le llegaba volando algún regalo. Y él, rápido de reflejos, atento siempre a lo que sucedía allí a sus pies, atajó, una vez un conejito que miró y besó cariñosamente; otra un gran ramo de rosas que retuvo en sus manos mientras seguía cantando.
Aun faltaban dos de los bloques románticos. En uno de ellos entonó, dedicado especialmente a este país, su potente versión de "El día que me quieras" y, luego de hacer otros dos temas de su nuevo álbum -"O tú o ninguna" y "Sol, arena y mar"-, volvió al terreno de los boleros con "Contigo aprendí" y "Besame mucho", que se fue acelerando paulatinamente hasta concluir con un electrizante solo de guitarra de Todd Robinson.
El otro, el bailarín
Para el final eligió cambiarse de camisa. Primero una negra y luego una anaranjada furiosa -aunque un buen rato antes ya había desechado la corbata-. Con ellas pareció quedar liberado para poder bailar, saltar y recorrer de una punta a la otra el escenario con temas como "Será que no me amas", "Como es posible" y "Te propongo esta noche", que todas acompañaron bailando, lo que resultó dificultoso en el caso de la platea preferencial por las sillas que, en verdad, no fueron usadas en toda la noche.
Los fuegos artificiales marcaron el final de la fiesta en Liniers, cuando detrás del escenario se elevaron petardos brillantes y Luis Miguel saludó a su público, tras un show sin interrupciones ni demasiadas palabras del cantante, que sólo saludó a los presentes a los veinte minutos de iniciado el espectáculo y, al mismo tiempo, presentó el tema siguiente "Fiesta", de su nuevo disco, invitando a la gente a bailar en las tribunas.
En el show de una hora y media faltó el ahora cuestionado por plagio "Nada es igual", el tema por el que deberá comparecer, como testigo, ante la Justicia argentina. Era esperable y prudente. Y aunque verdaderamente no le importaba a ninguna de las que estaban allí. Porque se trata de asuntos que suceden en un universo paralelo: el de los hombres, los abogados y las leyes. El de Vélez era el territorio del ensueño.
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