El rock tuvo su Rosariazo
Juan Carlos Baglietto recuerda, con dos recitales en el teatro Opera, la movida rosarina que, a partir de 1982, le dio nuevos aires al rock nacional.
Hace treinta años fueron Los Gatos, con Litto Nebbia a la cabeza. Rosario, entonces, decía presente y ayudaba a dar los primeros pasos en lo que finalmente conocemos como rock nacional. La nueva cultura joven.
Un tiempo después _dictadura militar mediante y una guerra, Malvinas_ llegó un momento particular para los jóvenes de los ochenta y para sus músicos. El rock cambió. Tuvo acceso a un público que veía ese movimiento desde lejos y con desconfianza. Y entre fiascos y asentamientos, llegó alguna gente desde Rosario para crear un nuevo camino que se denominó La Trova.
Así, con Juan Carlos Baglietto a la cabeza, llegaron compositores de la talla de Fito Páez, Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín, Lalo de los Santos y la otra intérprete, Silvina Garré. Aquello, entonces conocido como Rosariazo, fue una explosión de talento que comenzó el 14 de mayo de 1982 en Obras, con los temas "Mirta de regreso" y "Era en abril" como caballitos de batalla.
Para recordarlo, el 5 y 6 del mes próximo, Baglietto presentará, en el Opera, un espectáculo que resume su carrera.
"Este espectáculo es una cosa extraña _comenta el cantante_, porque en realidad vengo de crear uno para "Luz quitapenas", que presenté nada más que dos veces, para el cual se armó toda una estructura que quedó guardada, porque el álbum no tuvo promoción. Me pareció indigno, no sólo porque me dio mucho laburo, sino porque es un buen disco. No es un disco complejo, hermético, que no tenga temas para difundir. Son canciones que para mí tienen buen tratamiento. Como me dijo un directivo de EMI: lo que pasa con su disco es que es muy bueno."
-Entonces viene bien la excusa de los quince años.
-Este es un espectáculo que yo quería hacer hace tiempo, en realidad, porque hace más de quince años que empezó la cosa, pero suena mal decir dieciséis o diecisiete, y decir veinte es exagerado.
-¿La idea es recordar?
-Tenía ganas de hacer una especie de recopilación de las partes de los shows que a mí me gustaron en todos estos años. Es un show nuevo que, desde lo musical, recorre la historia, con algunos chistes que tienen que ver con lo visual, con las distintas estéticas de esos momentos, y en el cual va a haber muchos temas viejos y donde voy a grabar un álbum en vivo con nuevas versiones. Me parece que puede ser el cierre de una cosa. Y a esta altura del partido uno no tiene que pedir permiso para grabar. De la misma manera lo voy a filmar.
-También es una buena excusa para volver a cantar.
-De alguna manera, esta especie de ausencia... los tiempos que me doy, me sirven para hacer otras cosas que me permiten no bastardear la música. Puedo tocar cuando se dan las condiciones lógicas. Y hay un público que quiere escucharme, y eso que no soy un número puesto en las radios.
-¿Qué cosas cambiaron desde mayo del 82 hasta hoy?
-Un montón. No teníamos la menor idea de lo que estábamos haciendo. Nos pasaban cosas que hoy no puedo creer. Cuando terminamos ese Obras, que estuvo repleto y donde quedó gente afuera y hasta vinieron micros de Rosario que no pudieron entrar, tuvimos que elegir entre mandar con un flete la batería de Tulio hasta Haedo o irnos a comer. ¿Entendés? No sabíamos qué pasaba con nosotros. De hecho, hoy somos mucho menos inocentes. Ahora sabemos que iríamos a comer, sin ninguna duda.
-¿Y cuáles eran las expectativas en aquellos tiempos?
-Esto para mí era el sueño de tener la guitarra eléctrica. Habíamos grabado en cuatro canales, y cuando entramos a EMI, para nosotros era una especie de cancha de basquet con micrófono. No medíamos nada. No es que preparamos veinte temas para que queden doce. Grabamos los diez que teníamos y listo. Eramos muy inconscientes, y creo que por eso fue bueno.
-¿Y cómo vivían esos días?
-Era algo muy fuerte. Teníamos nuestros rollos por lo que pasaba. Escuchar nuestros temas por todos lados, en el taxi, en el quiosco... Para nosotros, las cosas no habían cambiado tanto.
A la semana siguiente de hacer el Obras, volvimos a Rosario y llenamos cuatro veces el teatro Círculo, pero antes nunca habíamos podido tocar ahí. Y dos meses antes, tocamos a dos cuadras de ahí y fueron cincuenta personas. Y éramos los mismos, y tocábamos las mismas canciones.
-Pero tenían la fuerza de los pibes que empiezan a tocar...
-La explotación de un artista puede nacer de que el tipo ama lo que hace. De ahí en más está en inferioridad de condiciones. Si no no habría tantos pibes que se ponen los equipos al hombro y tocan en los boliches poniendo plata. Ahí ya están en desventaja, pero eso pasó siempre, y a nosotros también. Pero con el tiempo uno es menos p..., se va impermeabilizando un poco y a esta altura -ya tengo cuarenta-, hay cosas que te resbalan. De la misma manera que es inevitable ser adolescente, y es maravilloso, es inevitable ser adulto... Y también es inevitable que sea en ese orden.
-¿Es por una cuestión de energía?
-Hay algo que no se puede ocultar: si hoy, a los cuarenta, salgo a correr con un pibe de quince, me va a ganar. Eso sí, uno ahora conoce mejor el camino y maneja mejor las energías, y por ahí el pibe da tantas vueltas, gasta tanto, que uno puede llegar primero, pero está claro que él puede derrochar más que yo.
-Saliendo de la cuestión energética, ¿cambió tu forma de elegir los temas?
-Es raro lo que te voy a decir, pero en algún aspecto me puse menos prejuicioso y en otro, más. Bah, en realidad creo que la palabra no es prejuicioso. Me debato todo el tiempo sobre esta cuestión. Creo que uno se va endureciendo con el tiempo y hay menos cosas que te emocionan, pero las que lo hacen, te matan. Me puse más selectivo, más exigente. También gané en responder a mis intereses personales y no fijarme tanto en lo que dicen o puedan decir. Antes, por ejemplo, me preguntaba al cantar un tango qué iba a decir una radio de rock, y eso hoy no me interesa, ¿entendés?
-¿Tenés algún disco preferido?
-Me siguen gustando cosas de casi todos los discos, menos esos inventos como "Baglietto y Compañía". Pero hay muchas cosas que me siguen gustando.
-¿Y "Era en abril"?
-Hoy, "Era en abril" me parece una telenovela venezolana.
-El tercer álbum parece el más equilibrado.
-Quisimos matar el primero antes de que nos matara a nosotros y sacamos "Actuar para vivir". En el tercero empezamos a entender cómo se hacen los discos. Tocar menos, callarme más. Uno poco a poco va resumiento.
-¿Cuáles son los próximos pasos?
-Vamos a hacer otro "Postales" con Lito Vitale, a mitad de año. Va a ser como resumen de algo, el cierre de una etapa. Quiero estar en acción. No quiero sentarme a deprimirme. La inacción es lo peor que se puede hacer. Uno no puede sentarse a lamentar el mal momento.
Cuando los jóvenes se ganaron un lugar propio
14 de mayo de 1982. Malvinas sangra. El sector de los jóvenes que no quieren ir a bailar, tiene pocos lugares a los que acudir y, cuando están allí, el riesgo es que la noche termine mal. Eso es el rock. Un movimiento que se persigue y se niega porque sí. Por mantener esa cuota de irreverente juventud a flor de piel.
Pero una guerra cambia las cosas, y como pasar música en inglés es condenable, los discos de tango, folklore y música romántica no alcanzan para llenar los espacios radiales. Entonces, sí, le toca al rock. En cuestión de horas, toda esa música negada durante años se ganó un lugar en la preferencia de las emisoras. De pronto, el lugar que el rock debía ganarse por derecho propio apareció por cuestiones de patriotismo.
Fue el gran giro del rock. El acceso al gran público coincidió, justamente, con la segunda invasión rosarina (la primera estuvo a cargo de Los Gatos a mediados de los sesenta). "Era en abril" y "Mirta de regreso" eran las melodías que invadieron los parlantes hasta el punto de agotar a la audiencia. Pero la explosión había llegado.
La voz de Juan Carlos Baglietto comenzó a ser reconocida, pero su llegada venía con premio: una buena cantidad de nuevos autores que, con una fuerza inusitada, traían sus valijas llenas de canciones que se vinculaban directamente con las canciones del rock nacional.
Por supuesto, no aparecieron por generación espontánea. Venían trabajando desde hacía tiempo en su Rosario natal y con diversos proyectos. Fue una verdadera invasión, y compositores notables como Fito Páez, Jorge Fandermole, Lalo de los Santos, Adrián Abonizio y Rubén Goldín se instalaron en Buenos Aires como parte de un movimiento rockero que sabía expresarse en la canción.
La música joven empezó a cambiar. Mientras en todo el mundo ganaba la música oscura, aquí se optó por otras variantes. Esto, claro, tiene su explicación: se comenzaba a salir de una dictadura cruel y era necesario contar nuestras cosas y decir presente. Y mientras tanto comenzaba otra historia: la del rock post-Malvinas.
Ciudad de ricos corazones
ROSARIO.- Si se toman como guía la pantalla de TV o las listas de ventas de discos se puede pensar que hoy, quince años después del boom de La Trova, la música de Rosario es esa suerte de rock tropical que tocan los Vilma Palma e Vampiros. Pero no es así. Si bien no explotó, y acaso nunca explote, como en los sesenta con Los Gatos o en los ochenta con La Trova, el movimiento musical local es tanto o más grande que el que hubo en aquellos viejos tiempos dorados.
Aquí, allá y en todas partes, hoy como antes, hay cantidad de chicos que se encierran en el garaje de la casa de sus padres a aporrear la guitarra eléctrica con el sueño de crear un puñado de canciones que las radios se dignen a difundir y las compañías discográficas se atrevan a editar. Quien más, quien menos, todos aspiran a emular el éxito de Los Beatles, o cuanto menos el de Baglietto y Cía., aunque íntimamente tengan dudas de poder lograrlo.
Así y todo, los fines de semana, bien de madrugada, su entusiasmo invade los muchísimos bares que integran el circuito underground local. No hay sitio donde haya una barra y un escenario, por pequeño y desvencijado que sea, donde no se programe un recital, que puede ser de rock, blues, hip-hop, heavy metal, rap o cualquiera de los incontables géneros y subgéneros que la música popular ha parido en los últimos años, con una fertilidad que no deja de asombrar.
Lo que es difícil es dar con un recital en el que un grupo joven proponga algo parecido a lo que hacían los muchachos de la Trova. Los pibes están en otra cosa. Mucho más fashion, por supuesto, pero no por ello menos auténtica. Si bien los hay pasotas y fiesteros, como Los Shocklenders, también hay rústicos y combativos, como Los Vándalos, o vanguardistas, como los Sumergido. Todos, no obstante, comparten una misma actitud: tienen la certeza de estar en el camino correcto.
Está claro, la más importante herencia de la Trova no es musical. ¿Y por qué debería serlo en un mundo globalizado, donde es más fácil enterarse de un derrame de petróleo en el Artico que el incendio de la casa del vecino? La más importante herencia de la Trova es haberle enseñado a las nuevas generaciones que triunfar es no traicionar las convicciones, aunque después haya que esperar un cataclismo, o una absurda prohibición, para conseguir el reconocimiento de la gente.
Cómo vino aquella noche
Los días anteriores al 14 de mayo de 1982, el día del concierto en Obras, las paredes de Buenos Aires amanecieron tapadas de afiches con la tapa del primer disco de Baglietto, "Tiempos difíciles". Se trataba del desembarco oficial de los rosarinos. Pero todavía ninguno sospechaba el éxito posterior. El más sorprendido sería el protagonista principal.
"La noche del concierto -cuenta Lalo de los Santos, testigo privilegiado y amigo del cantante-, Juan llegó con su bolsito a la casa de Julio (Avegliano, su representante). Se dio un baño, se puso un mameluco todo sucio y Mirta, la esposa de Julio, le dijo: vas a estar en Obras. ºCómo vas a salir así! Entonces le prestaron un mameluco que tenían en la casa y así salió rumbo a Obras. Mientras íbamos Juan no entendía mucho lo que pasaba. Sus temas sonaban por todas las radios y eso lo había descolocado un poco. Antes de llegar al estadio había cualquier cantidad de gente en los alrededores. Una cola que llegaba hasta el Tiro Federal le hizo pensar que todos habían llegado tarde, pero le tuvimos que decir que eran todos los que se habían quedado sin entradas. Una vez adentro y con Obras lleno los nervios nos ganaron a todos. Juan salió al escenario, miró al cielo como encomendándose a alguien y arrancó con Mirta de regreso".
De los Santos: "Eramos una secta"
Recuerdos: el rosarino más memorioso que formó parte de este grupo, da algunos detalles de la movida rockera anterior a la llegada de Baglietto.
Los rosarinos de esta movida que tomó forma en los primeros ochenta aseguran que es el más memorioso de todos. Y, después de hablar con él, de verificar su archivo mental y de videos, publicaciones y anécdotas de todo tipo, uno comprueba que es absolutamente cierto.
Lalo de los Santos es un memorioso absoluto, y cuando uno quiere internarse en la historia de lo que se denominó como Trova o, más de entre casa y siguiéndolo a Alberto Olmedo, Rosarigasinos, uno descubre tanta historia que retrocede a la movida rosarina de los setenta.
"En la época del proceso _cuenta De los Santos_ se formó una agrupación que se llamaba AMI (Agrupación de Músicos Independientes), que era la continuadora de Amader, que era la primera movida organizada como tal, que trabajaba como una cooperativa para organizar recitales. como en esos tiempos no podía haber reuniones, entonces se hacían en la casa del bajista de Irreal, que lideraba Adrián Abonizio. Rubén (Goldín) y yo estábamos en Pablo y El Enterrador."
Esta banda es un mito que aún sobrevive: "Era una especie de secta, un grupo del que sólo se sabían las alternativas de sus ensayos y la evolución de su equipamiento. Por ejemplo, yo entré a la banda en el 74 y, después de puro ensayo, la única presentación que hicimos en Rosario fue en 1980 para despedirnos, cuando veníamos a Buenos Aires. Todo lo que se sabía del grupo era a través de los que eran autorizados a presenciar los ensayos. Juan (Baglietto) por ejemplo, entraba porque era un buen tipo, pero era muy arbitrario: otros dos entraban, simplemente, porque eran gemelos".
Lo cierto es que la llegada de Baglietto fue la conjunción de varias de esas fuerzas rosarinas que estaban dispersas: "Juan es un tipo con carisma, de esos que tienen la capacidad de tener gente a su alrededor".
Pero el intérprete, además, tuvo un gran apoyo: Julio Avigliano, su representante, que logró que el 31 de agosto de 1981 Baglietto fuese el representante de Rosario en el Encuentro de Música Popular que organizaron la revista Humor y La Trastienda. Fue entonces cuando el intérprete recurrió a los compositores de su ciudad. Un trabajo que daría sus frutos meses después, con el boom del primer álbum.
Lo de Baglietto, según el relato de Lalo, no fue para nada casual, sino la resultante de un trabajo que se extendió por mucho tiempo con bandas como Pablo, El Enterrador, Nuevo Día, El Angulo o Staff (de Fito Páez) entre muchos otros, y que hace quince años cerró una etapa y abrió un camino.
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