El rey del Once comenzó su gira mundial
Con su nueva película, estrenada anteayer entre nosotros, Daniel Burman volvió al prestigioso encuentro cinéfilo alemán en el que presentó su ópera prima y que lo premió en 2004
BERLÍN.- Daniel Burman tuvo ayer un regreso soñado. Sí, volvió precisamente aquí, al festival de cine de Berlín, donde mostró su primera película, Un crisantemo estalla en cinco esquinas, en 1998, y dónde llegó al pico de su carrera cinematográfica, al ganar un Oso de Plata a la mejor película con El abrazo partido en 2004.
Cuando, a las 19 de ayer, el cineasta argentino -de impecable traje oscuro- pisó la glamorosa alfombra roja de la Berlinale para entrar en el Zoo Palace del barrio de Charlottenburg junto a su elenco, la legendaria sala principal del complejo -cuyo origen se remonta a principios del siglo XX- estaba colmada en su totalidad.
Entonces más de 700 espectadores estallaron en un cerrado aplauso. Fue sólo una continuación del que ya había experimentado Burman poco después del mediodía en el lujoso hotel Hyatt de Potsdamer Platz, donde se desarrollaron la conferencia de prensa y la toma de fotografías que ofreció para presentar su última película, El rey del Once, que se estrenó anteayer en la Argentina con buen eco de la crítica y que aquí convocó un amplio interés de medios locales e internacionales.
Minutos antes del estreno berlinés de su último film, Burman habló de su prolongado romance con esta capital. Parado ante la audiencia junto a Wieland Speck, el curador de la sección Panorama de la Berlinale, una de las más esperadas y prestigiosas del festival, enfatizó: "Como decimos en la Argentina, estoy hecho. No le puedo pedir más a la vida después de esta noche".
Speck, por su parte, recordó cuando, hace casi 20 años, la primera película de Burman fue elegida para abrir Panorama, tal como sucedió ayer con El rey del Once, en lo que, según él, marcó el inicio de una importante etapa de apertura de la Berlinale al cine argentino. Burman contó su propia versión de la historia. "En un cine de Once me avisaron que un enviado de Berlín iba a ver mi película. Como yo no sabía cómo eran los procedimientos, fui al cine a ver con qué cara salía este hombre. Tenía 22 o 23 años. Y Wieland salió, miró hacia abajo y no dijo nada. Y después llegó algo que se llamaba «un fax» con el membrete de un oso que decía que me invitaban a Berlín", contó el cineasta argentino.
"Y entonces llegué a este increíble lugar y en este mismo lugar me encontré con una sala llena de gente que había atravesado el frío para ver mi película -continuó-. Y me paralicé. Cuando empezó la película, me di vuelta y la vi en los ojos de la audiencia. Y así es como seguí en los últimos 20 años. Wieland (por Speck) me mostró que realmente la verdadera pantalla son las pupilas de la gente."
Como no podía ser de otra manera en esta ocasión, su nueva película habla justamente de regresos: Ariel, un cuarentón argentino que vive en Nueva York, vuelve al Once, su barrio de la infancia, donde intenta tenazmente reencontrarse con su padre, Usher, que dirige una fundación de ayuda que juega un rol central en la colectividad judía del barrio.
Con su vuelta a Buenos Aires, Ariel -un sólido Alan Sabbagh- parece intentar cerrar una herida de la infancia que le permita avanzar con pies más firmes en su vida adulta. Aunque la deriva que emprende para reencontrarse con su padre se vuelve errática, no es en vano: entre otras cosas, lo lleva a dar con Eva, una judía ortodoxa encarnada por Julieta Zylberberg que ha elegido no hablar porque hay algo que no quiere o no puede nombrar.
El contraste entre el desorientado y tosco Ariel y la misteriosa y seductora aunque atribulada Eva es uno de los grandes atractivos de este film, que transcurre en ese universo frenético y en constante cambio de las galerías del Once, ya retratado por Burman magistralmente en El abrazo partido.
La película fue recibida calurosamente por el público berlinés, muy interesado en América latina y en la cultura judía, que juega un rol cada vez más visible en esta capital. Y su temática -un padre muy dispuesto a darles todo a los demás, pero siempre distante de su propio hijo- ha hecho reflexionar al público aquí, en momentos en que muchos alemanes intentan multiplicarse y sacan tiempo de su vida personal para intentar ayudar a los refugiados recién llegados de Medio Oriente o a sectores sociales en riesgo.
El film de Burman no es el único argentino que participa de Panorama. También se exhibirá en esta sección -que se nutre centralmente de films de autor y que tiene por objetivo llevar al centro de la atención mundial películas independientes de temáticas inusuales- La helada negra, de Maximiliano Schonfeld.
Ambas competirán junto a films de Irán, Alemania, Estados Unidos y Suiza, entre otros orígenes, por el premio del público, entre otros galardones entregados por jurados independientes de la Berlinale, incluyendo el de la prensa especializada.
Historia y política
Sala con historia
El film de Burman se estrenó en la sala Zoo Palast, que fue el corazón de la Berlinale entre 1957 y 1999 y que ahora es utilizada solo para premièrs importantes. Entre 2010 y 2013 fue cerrada para un ambicioso proceso de modernización arquitectónica que fue bastante respetuoso de su ilustre pasado de lujoso cine y teatro en los años de entre guerras. No es para menos: en 1927 se mostró aquí por primera vez Metrópolis, de Fritz Lang.
Cine y política
La crisis de refugiados que sacude a toda Europa no podía quedar de lado. El director de la Berlinale, Dieter Kosslick, dijo que el festival debía ser capaz también de tratar con profundidad y seriedad este tema. George Clooney, por su parte, se entrevistó con la canciller alemana Angela Merkel para hablar al respecto. El buen eco que tuvo este encuentro contrastó con la repercusión de la película que protagoniza, Hail, Caesar!, de los Coen. Algunos medios alemanes la definieron como llena de estrellas en situaciones estrambóticas.
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