El regreso de La casa del dragón: conspiraciones palaciegas, infanticidio y la guerra civil que los fanáticos esperaban
La segunda temporada de la serie de Max brindó las primeras imágenes del Muro y del antepasado de los Stark, mientras prepara el reacomodamiento de las piezas y las alianzas entre las dos facciones de los Targaryen
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Los primeros minutos de la segunda temporada de La casa del dragón recuerdan a los inicios de Game of Thrones: el amplio mural helado que divide Westeros del mundo de los muertos, la dinastía Stark como depositaria de un legado de custodia, las alianzas políticas como piezas claves para la supervivencia de los Siete Reinos. Por un momento, la dinámica melodramática de la precuela ideada por George R. R. Martin en su novela Fuego y sangre ingresó en un interregno para dar paso a aquella impronta de pactos y estrategias que signaban al consejo de King’s Landing en los tiempos de Robert Baratheon, una versión fantástica de la vapuleada “realpolitik” que desvive a los analistas globales del mundo terrenal. Es apenas un breve preámbulo, la voz en off de Lod Cregan Stark (Tom Taylor), quien reafirma su compromiso con la Casa Targaryen y su legítima reina Rhaenyra (Emma D’Arcy), despojada del Trono de Hierro por las conspiraciones de los Hightower, los “Verdes” de esta historia. En esa guerra que se avecina con los “Negros”, amos y señores de Dragonstone, todos deben jugar su juego y no quedar al margen. Un tiempo de definiciones se avecina.
La muerte había signado el final de la pasada temporada. Primero, la muerte de Viserys I Targaryen (Paddy Considine), un rey enfermo y agonizante en su lecho, envuelto en las maquinaciones de su familia política y en las inquinas de quienes antes le habían profesado afecto y devoción. Su viuda, Alicent Hightower (Olivia Cooke), es quien provoca ese último suspiro de un marido anciano y quien también dispone la inmediata sucesión de su primogénito, el nuevo Rey Aegon II Targaryen (Tom Glynn-Carney), caprichoso y frívolo como Joffrey Baratheon, aquel hijo bastardo de los Lannister que llevaría a la ruina a Kings’s Landing muchos siglos después. Pero ahora, con esa coronación apresurada por los usurpadores, se dispara la reconquista de los legítimos herederos: luego de dar a luz una hija muerta, Rhaenyra no está dispuesta a dejar evaporar el legado de su padre. Casada y aliada con su tío y amante Daemon Targaryen (Matt Smith), decide enviar a sus hijos mayores y a sus dragones a gestar la recuperación del trono. Pero no todo sale como lo esperaba, y mientras el príncipe Jacaerys (Harry Collett) visita a los Stark en el Norte, el joven Lucerys (Elliot Grihault) muere bajo el fuego de Vhagar, el dragón vivo más grande de su tiempo, comandado por el príncipe Aemond Targaryen (Ewan Mitchell). Una lenta y postergada venganza de infancia parece consumarse.
Así terminaba la primera temporada, con esa segunda muerte inesperada y el comienzo de la Danza de los Dragones, una guerra civil inevitable por el poder y la sucesión. Lo que nos espera en esta nueva entrega es el reacomodamiento de las piezas y las alianzas, y un anhelado equilibrio entre los entresijos melodramáticos situados en el corazón del reino, los resquemores de alcoba y las deudas personales, por un lado, y la épica de la batalla, por el otro, que convive con una amenaza mucho más importante que la destrucción intestina de la familia real: la llegada del invierno y sus oscuros caminantes de la muerte. Ese detalle premonitorio hermana La casa del dragón con Game of Thrones y anticipa un cambio de estilo para esta temporada: lo que en la primera requería cavernosos interiores y desatadas emociones para la presentación de personajes y construcción de sus conflictos y motivaciones, ahora puede desplegarse en grandes acciones, que amalgaman la arena política y sus negociaciones, con la campaña bélica y el fuego de los dragones.
El anuncio de la muerte de Luke Targaryen sume a Rhaenyra en un duelo profundo y agonizante. Montada en su dragón Syrax, busca una respuesta a sus emociones en los restos del combate que dio muerte a su hijo y alimentó la promesa de una cruel venganza para su verdugo. Mientras tanto, Daemon busca culpables. Primero acusa a Rhaenys (Eve Best) de no haber evitado la coronación incendiando con el fuego de su dragón a los Hightower, y luego carga contra su propia esposa, por demorarse en una pena irremediable. Corroído por la impaciencia, decide imponer un bloqueo comercial a King’s Landing a través de la flota naval de Lord Corlys Velaryon (Steve Toussaint), todavía convaleciente de sus propios duelos y reyertas, y luego teje expectantes alianzas con otros reinos para combatir a los usurpadores. Daemon no cede en sus ambiciones personales, y comienzan a vislumbrarse algunas sombras en la relación con Rhaenyra y en el futuro de su familia. El príncipe Jacaerys regresa del Norte y abraza a su madre a la espera de los inminentes movimientos. Los funerales ofrecen el único momento introspectivo del episodio, una lánguida preparación para la batalla que se cocina en los mares y los castillos.
Es claro que en esta instancia inaugural de la segunda temporada, el creador Ryan J. Condal concentra la atención en King’s Landing y los movimientos en el nuevo consejo del rey Aegon II, dividido entre el temple y la mesura de Alicent y la voraz lealtad del temerario príncipe Aemond. Alicent insiste en la rendición de Rhaenyra y la consagración de su hijo como legítimo poseedor del trono, pero anhela una resolución sin violencia ni sangre. El peso de aquella infancia compartida y los sentimientos encontrados que la unen a quien una vez fuera su amiga y confidente dan a Alicent las aristas más contradictorias de su personalidad, un mundo interior convulso que la convierte en uno de los personajes más interesantes de los Verdes. De hecho, además de las complejas relaciones con sus hijos, están las tensiones con su padre y mentor, la Mano del nuevo Rey. Otto Hightower (Rhys Ifans) intenta sostener su poder frente a una nueva generación que no comprende del todo y cuyas extravagancias le resultan peligrosas.
A estas disfunciones del consejo, se suman el apremio del bloqueo comercial y las dificultades económicas que afronta el reino. En una de las audiencias públicas con la plebe, el rey Aegon II oscila entre la indecisión y la demagogia para enfrentar a sus súbditos y dar respuesta a los reclamos de menores impuestos para costear la guerra. Condal y Martin delinean con astucia las diversas aristas de una política que es mucho más que un juego de mesa y cuyos peones imponen aspectos más mundanos como el dinero y la supervivencia. Aemond, por su parte, confía en Vhagar para ganar la disputa con los moradores de Dragonstone y sostener el nuevo poderío de esa rama advenediza de los Targaryen. Y si bien su venganza por el ojo perdido a manos de Luke ahora parece saldada con la muerte de su enemigo, la ira que asoma tras el parche que viste su rostro permanece intacta. Su aliado puede ser el caballero Criston Cole (Fabien Frankel), amante secreto de su madre y protector de sus propios intereses frente a esas divergencias familiares.
Por último, hay dos personajes que prometen ser piezas claves para esta temporada, mantenidos hasta ahora en un segundo plano. El primero es el oscuro Lord Varys (Matthew Needham), conspirador en las sombras, convertido en una silueta monstruosa que deambula por el castillo, arrastrando su bastón y sus pérfidas maquinaciones. Es quien exige el compromiso de Alicent por las muertes compartidas y la envuelve con una pesada telaraña de la que difícilmente pueda escaparse. La segunda es la joven reina Helaena Targaryen (Phia Saban), angelical antecedente de Daenerys en su fortaleza sugerida tras la apariencia vulnerable. Es la esposa de su hermano, el rey Aegon II, madre de sus herederos y despreciada por su fragilidad, pero al mismo tiempo oráculo del intenso mal que parece ceñirse sobre su linaje. En la última escena del episodio es quien toma una cruda decisión sobre sus hijos ante la amenaza de muerte que penetra en el palacio siguiendo el camino de las ratas, para cobrar la anhelada venganza de los habitantes de Dragonstone.
Lo que parece confirmarse en el inicio de esta nueva temporada de La casa del dragón es la vocación de conectar su espíritu con los inicios de Game of Thrones, también signada por una inminente guerra de sucesión y por las peleas intestinas que llevaron a los Siete Reinos al borde de la disgregación. Mientras la primera temporada estuvo centrada en la configuración de los personajes, el trazado de sus vínculos y los dimes y diretes de alcoba que repercutían en alianzas matrimoniales y compromisos políticos, la Danza de los Dragones y la inminente guerra entre Verdes y Negros de esta temporada ofrece un panorama más convulso hacia el exterior del castillo, una geopolítica más adulta, signada por enfrentamientos donde la violencia y la sangre serán inevitables. “El deber es sacrificio” nos anticipa la primera frase que pronuncia el heredero de los Stark y custodio del Norte. Lo que resta saber es quienes serán los sacrificados de esta batalla.
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