El recuerdo de un escándalo sexual entre cadetes militares
Juegos de amor y guerra / Guión: Gonzalo Demaría / Intérpretes: Andrea Bonelli, Luciano Castro, Sebastián Holz, Santiago Magariños y Diego Vegezzi / Escenografía: Alejandro Mateo. vestuario: Mini Zuccheri / Iluminación: Leandra Rodríguez / Peinados: Paula Molina / Maquillaje: Juan M. Pont Ledesma / Duración: 68 minutos / En el Centro Cultural de la Cooperación. Nuestra opinión: muy buena
Esta pieza basada en un hecho real rescata situaciones de la década del 40. Ramón Castillo, vicepresidente del país, se tuvo que enfrentar al fuerte desafío que representó la muerte del presidente Roberto M. Ortiz. En 1942 asumió como 23er. Presidente argentino, hasta ser derrocado por un golpe de Estado militar conocido como la Revolución del 43.
En aquellos años, un escándalo sacudió a la sociedad porteña. Se involucraba a cadetes del Colegio Militar y a homosexuales, escándalo que ponía en tela de juicio la moral de muchas familias de elites. El hecho derivó posteriormente en serios enfrentamientos entre jóvenes civiles y los cadetes del colegio.
Gonzalo Demaría toma esta circunstancia y desarrolla una situación, a grandes pinceladas, con la presencia de un joven cadete involucrado en este escándalo, la madre, representante de una sociedad dominante, sin escrúpulos y sin ningún instinto maternal, y un teniente "advenedizo", hijo de un modesto obrero, que no tiene empacho en escalar profesionalmente aprovechando el respaldo que obtiene de algunas damas, en este caso, la madre en cuestión. Eran tiempos en que el juego democrático dejaba mucho que desear y lo importante era trepar y permanecer, dejando el honor de lado.
Aunque el autor se ajusta a la letra de la historia, sin embargo, queda la sensación de que se podría haber profundizado más en las características de los personajes para sacarlos del plano individual y darle una proyección más amplia de la sociedad de aquella época.
Andrea Bonelli tiene una fuerte presencia escénica y sobre ella recae el peso del protagonismo, muy convincente; y Luciano Castro, por su lado, es la contrafigura que calza con acierto el uniforme y la prestancia militares. Por su parte, Sebastián Holz, Santiago Magariños y Diego Vegezzi logran composiciones convincentes.
Aportes invaluables son el vestuario y los peinados para confirmar la recreación de la época. Finalmente, cabe destacar la hechura estética que diseñó Oscar Barney Finn, con el aporte escenográfico de Alejandro Mateo (síntesis y eficiencia) para reproducir espacios monumentales que definen a ciertos ámbitos castrenses, al mismo tiempo que resuelve eficazmente la distribución de los ambientes, subrayados con un sugerente diseño lumínico.