El presente perpetuo de Emiliano Díaz, un actor budista, carpintero y “marido a domicilio”
Bien de barrio y lejos de la clase media intelectual, se formó con Norman Briski y dice que él lo sacó del “lumpenaje”; hoy es uno de los actores más destacados de la escena teatral
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Cuando se escucha eso de que ‘’el teatro me salvó la vida’', una parte del corazón imagina un imán para heladera y la otra, la musculatura que empujó el salto al otro lado del precipicio. Esta segunda intuición es la que propicia el actor Emiliano Díaz porque desde el escenario desparrama una desesperación por el instante que no parece gestada –tal vez sí, parida– en un taller de entrenamiento.
‘’Estuve cinco años con Norman Briski, mi primer maestro de vida, ahí empezó todo, me ayudó mucho a no quedarme trabado en un lugar. Siempre digo que el teatro me salvó la vida en primera instancia y, en segunda, el budismo que practico hace años. Porque yo no entendía la lógica de abrir el corazón, de sentir el aquí y ahora, y es algo muy loco porque el teatro y el budismo hablan del aquí y ahora, son puro presente’', dice Díaz, nacido y criado en La Paternal en la época en que Maradona era la estrella de Argentinos Juniors. Por esas cuadras, muy cerca de la cancha, todavía vive su madre, viuda desde que él era muy chico. ‘’A los 13 o 14 años ya laburaba y terminé el secundario de noche. Fui por primera vez al teatro a los 19 y tuve la sensación de que quería encarar eso, romper con ciertas estructuras familiares del mandato, de quedarse atascado en el barrio que es, para mí, mucha amistad pero, a la vez, mucho estancamiento’', dice sin una pizca de desprecio.
Ganador de los premios Teatro del Mundo por Enamorase es hablar corto y enredado, de Leandro Airaldo, y La sagradita, de Selva Palomino y dirección de Gilda Bona, con la autora y directora con quien más trabajó fue Susana Torres Molina (como Esa extraña forma de pasión, Nada entre los dientes, Privacidad, Ya vas a ver, Monólogos 2x2+1, que volverá en 2022), más Las asesinas de Gardel, de Antonia De Michelis y Lucía Laragione con dirección de Diego Cosín, La vida presa y La maquina de tinta, de Laura Nevole; y entre otras, el unipersonal 10K, sólo para runners, de Esteban Mizrahi y dirección de Germán Rodríguez.
‘’Los directores son también maestros porque cada uno tiene su forma de trabajar y de interpretar el espacio. Confío mucho en la mirada externa, me entrego por completo porque no quiero especular mentalmente y me gusta ir moviéndome con directores distintos’', dice. En este momento, trabaja en Detrás de esa puerta, junto con Pepe Monje y Silvia Dietrich, y dirigido por alguien que no conocía, Eduardo Lamoglia; y empezó a preparar dos obras para el año próximo, una de Luciano Borges (‘’es del palo de Cristina Banegas y Alberto Ure que están todo el tiempo encima; es raro para mí pero otra experiencia’’) y otra de Lourdes Invierno. Nunca trabajó en teatros públicos (’'nunca me llamaron’') pero sí en cine: protagonizó al lado de Romina Richi la película de género Lucy en el infierno, de Ernesto Aguilar.
‘’No vivo de la actuación, nunca lo he podido hacer, sólo el último año antes de la pandemia y en un 70 por ciento. Norman también me lo enseñó o, al menos, es lo que yo entendí de su mensaje. Esta es una profesión muy complicada y para crear tenés que tener cierta tranquilidad económica, no podés estar pensando que no pagás el alquiler o que a tu hija le falta algo’', dice el papá de Oli, de 9, y el jefe y empleado de Handyman, su emprendimiento marido a domicilio, con todo tipo de arreglos y, en especial, carpintería. ‘’El que está en el palo sabe que si no venís de una familia rica, tenés que tener otro laburo porque la actuación muy pocas veces te sostiene. Y como no me gusta dar clases ni tengo esa pulsión por enseñar, hago muebles que me permite manejar mis horarios’'.
El nombre Norman se repite varias veces en el relato de su historia sin papá. Un artista al que reconoce muy estricto, muy duro, ‘’con esa verticalidad propia de esa generación’', pero también muy generoso: ‘’Me sacó del lumpenaje del barrio y me dio un lugar de pertenencia y de expresión, me becó y empecé a trabajar en el teatro, hacía la técnica, las luces, pintaba el teatro. Todo aprendí con él, hasta mi oficio de arreglador de cosas. Tres veces me echó de las clases pero volvía porque no podía encontrar a nadie que me interpelara de esa manera. Hasta que me ayudó a irme porque el maestro es también el que te ayuda a despegar de él’', dice el actor que tuvo una intensa experiencia trabajando con Briski en el grupo de teatro popular Brazo largo, surgido en 2001 para actuar los problemas de la gente en villas, asambleas, asentamientos.
‘’Coordinaba un grupo en Tortuguitas, el tema era el country que les sacaba el agua. Iba todas las semanas. Un día, les digo, ‘bueno, vamos a sentarnos’, esa idea burguesa para la charla, y uno no se sentaba. ‘Es que anoche se me inundó la casilla y estuve toda la noche sentado’. O en Colombia, donde trabajé con adolescentes en un pueblo diezmado por la guerrilla y por los paramilitares donde los pibes tenían la esvástica grabada en los brazos, sin saber lo que significaba. Aprendí a escuchar más que a bajar línea y a replantearme qué es la actuación, cuál es el método. Leo, estudio, aprendo el texto y después trato de vivir el presente. Es algo intransferible; por eso, también me cuesta dar clases’', dice Díaz. Al budismo llegó a través del actor y director Germán Rodríguez, en un momento de tristeza, hace unos quince años. Desde entonces, lo practica todos los días: ‘’Me levanto y repito Nam-myoho-renge-kyo, no podría salir a la calle si no lo hago. Porque hay una parte mía muy violenta que yo le doy vuelta. Salís a la calle y es una selva; y si tengo el estado de vida muy parecido al de la selva entro en mucha fricción. Por eso me hace bien, me ayuda a revertir situaciones. Yo me levanto todos los días a las 6 de la mañana a laburar, así es mi vida y de esta manera siento que la voy ordenando’'.
Con amigos formaron una cooperativa y juntos dirigen Macedonia, un centro cultural en el Abasto (Sarmiento 3632), con espectáculos musicales y teatrales y la premisa fundamental de entradas bien accesibles. Hace poco estuvieron los compositores Tata Cedrón y Leo Maslíah, por ejemplo, y la obra Café, de Pilar Ruiz, mientras que el viernes 19, Martín Pavlovsky presenta su disco Dos mundos. En ese espacio, tiene ganas de interpretar Poroto, de Tato Pavlovsky. Sin abandonar el cincel y el martillo, proyectos no le faltan pero quiere afinar el trazo hacia zonas más amables de la profesión: ‘’Estoy un poco cansado de los teatros convencionales; después de la pandemia quedó a la luz que hay mucho manoseo para nosotros. Busco lugares que no nos cobren un seguro, que no nos expriman. Creo que el teatro se puede hacer en cualquier lado, no someternos a las ‘salas’, poder romper con ciertas estructuras que están arraigadas pero bueno... es como luchar contra el propio deseo porque yo quiero actuar y entonces, a veces, uno termina cediendo’'.
PARA AGENDAR
Detrás de esa puerta, de Rafael Calomino y dirección de Eduardo Lamoglia. Domingos, a las 16, en El Tinglado (Mario Bravo 948). $ 800.
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